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La última valla

Hillary Clinton y Donald Trump deberán enfrentar su último escollo antes de que uno de los dos sea presidente, en una carrera que tuvo obstáculos de todo tipo
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05 de noviembre de 2016 a las 05:00
Hillary Clinton y Donald Trump están a horas de un día que cambiará sus vidas para siempre. Este martes, uno ganará las elecciones presidenciales de Estados Unidos, y el otro probablemente sepultará su carrera política y sus aspiraciones de llegar al máximo cargo de poder en ese país y, probablemente, en el mundo.

En un ambiente políticamente venenoso, ambos postulantes tuvieron que sortear múltiples obstáculos para allanar su camino hacia la Casa Blanca, entre escándalos de correos electrónicos filtrados, presuntas evasiones impositivas y videos que mostraban más de la persona de lo que el personaje quería mostrar.

Pero antes de que estallaran esas bombas, los dos candidatos debieron saltar, una a una, las vallas que representaban sus contendientes dentro de cada partido, en unas internas que comenzaron a definirse a finales de 2015.

Clinton debió sacarse de encima a seis demócratas que aspiraban a trabajar en el Salón Oval, mientras que Trump fue derribando de a uno, como pinos de bowling, a los 16 republicanos que quisieron plantarle cara. Ninguno pudo.

Las cicatrices de Hillary

Clinton siente una gran admiración por Eleanor Roosevelt, una de las voces femeninas más influyentes de la primera parte del siglo XX, de la que suele citar una frase inspiradora, que resume a la perfección la actitud de la candidata demócrata en la campaña electoral: para hacer política cuando se es mujer "debes tener la piel tan gruesa como un rinoceronte".

La piel resistente fue lo que le permitió sobrevivir desde que lanzó su precandidatura el 13 de abril de 2015. En Washington pensaban que Clinton, que durante la campaña tuvo el apoyo del actual presidente Barack Obama y arrancó como favorita, no iba a enfrentar demasiados escollos para ganar la interna demócrata.

Antes de que comenzara formalmente la campaña, tres de sus contrincantes ya se habían bajado de la carrera: el exsenador Jim Webb, el exgobernador Lincoln Chafee y el profesor de Harvard Lawrence Lessig.

Le quedaban dos por tumbar, y el primero fue muy sencillo. El 1° de febrero, día en que formalmente se inició la contienda con el caucus en el estado de Iowa, el exgobernador de Maryland Martin O'Malley obtuvo un paupérrimo 0,6% de los votos en la interna y entendió el mensaje. Horas después retiró su candidatura.

Desde entonces solo le quedaba un demócrata por voltear. El senador Bernie Sanders era un candidato que parecía no tener chances, que se autodefinía como socialista en un país donde el capitalismo es amo y señor, y que era visto más como un viejo loco que como un candidato serio.

Pero el entusiasmo que generaron sus ideas de centroizquierda en una potente clase media educada que desde hace años quiere un cambio en el establishment de Washington le complicaron la nominación a Clinton. Sanders se convirtió poco a poco en un digno contrincante que por momentos zarandeó al comando electoral de la ex primera dama, aunque finalmente fue proclamada candidata.

Luego vinieron los factores externos al partido: sus emails, la Fundación Clinton, su relación con Wall Street y sus mentiras puestas al desnudo por WikiLeaks, en medio de una lucha en el barro contra Trump.

El candidato "sin grilletes"

Nadie daba un centavo por la nominación de Trump por el Partido Republicano. Era casi un chiste hace un año. Buena parte de los estadounidenses, incluso referentes del conservadurismo, creían imposible que este hombre de negocios, con una fortuna valorada en US$ 3.700 millones pero sin experiencia política, terminaría siendo el candidato del partido.

Lo hizo a punta de ataques furibundos contra todas las políticas que él cree que dañan a EEUU o contra todos los dirigentes que lo enfrentaron en la campaña más caliente que se tenga memoria.

Desde el 16 de junio de 2015 cuando dio un discurso racista y de corte ultranacionalista en el que anunció su interés por competir en las presidenciales, Trump se convirtió en un ciclón.

Con una retórica de hipérboles, insinuaciones, aproximaciones y también con simplezas, hizo añicos a sus 16 adversarios en las elecciones primarias. Antes de llegar al inicio de las internas en Iowa ya se habían bajado cuatro, y entre esa fecha y la Convención del partido, el 22 de julio, los otros nueve se fueron retirando uno a uno.

Los más difíciles fueron los influyentes Ted Cruz, Marco Rubio y Jeb Bush, este último proveniente de una dinastía de políticos.

Luego superó ataques por misoginia, acoso sexual, xenofobia y cuanto tema candente se le puso delante. Agarró el fierro caliente y lo devolvió como un búmeran.

Se autoproclamó el "candidato de la ley y el orden" y embistió a los políticos tradicionales, a la prensa, al libre comercio, a los inmigrantes y a los musulmanes.

Una estrategia instintiva, teatral, sin un papel y sin teleprompter, e incluso con el reconocimiento de haber usado picardía empresarial para eludir impuestos.

Medios de prensa estadounidenses informan todos los días de republicanos que darán su voto a Clinton. Pero él no se resigna, y grita a los cuatro vientos que va a ganar.

"Qué bien que me han liberado de los grilletes y ahora puedo luchar por EEUU como yo quiero", escribió Trump en su cuenta de Twitter luego de saber que el presidente de la Cámara de Representantes, el republicano Paul Ryan, le retirara el apoyo.

Los republicanos están preocupados porque ven con impotencia cómo se deshilachan ciertos principios partidarios, pero nadie pone en duda que la estrategia empresarial que Trump aprendió de su padre, cuando le decía "atacá, atacá, atacá", puede ser la que lo lleve a dar el batacazo final.

Una historia de puro glamur

Donald Trump, que nació en Nueva York el 14 de junio de 1946, fue enviado cuando era joven a una escuela militar para tratar de calmar su temperamento volcánico y mejorar su desempeño académico mediocre. Después de estudiar comercio, se sumó a la empresa familiar de alquiler de apartamentos en edificios mediocres de la ciudad, un conglomerado que había forjado su padre.

Según contó en alguna oportunidad, su vida empresarial comenzó cuando su padre le dio "un pequeño préstamo de un millón de dólares".

En 1971 asumió el control de la empresa. Pero de construir casas para la clase media, Trump comenzó a proyectar torres gigantes y lujosas, hoteles con casino y campos de golf, desde Manhattan a Punta del Este. Y el conglomerado pasó a ser un miniimperio.

Así fue que Trump eclipsó a su padre y pudo iniciar una nueva etapa en el negocio, además de cumplir con creces el sueño de ver su nombre en grandes edificios de la gran manzana.

Aficionado a la lucha libre, en su carrera empresarial ha sido el objetivo de decenas y decenas de procesos judiciales.

Se casó tres veces: en dos oportunidades con modelos y en una con una actriz. Tiene cinco hijos y ocho nietos.

A su alrededor todo es puro glamour. Sus dos hijas y sus hijos, casi todos metidos de lleno en la campaña, están impecablemente vestidos las 24 horas del día. Vive un tríplex en la Torre Trump de Nueva York y se mueve por el país en un pomposo avión privado Boeing 757.

Una vida dedicada a la política

Hillary Diane Rodham nació el 26 de octubre de 1947 en una casa de clase media de un suburbio de Chicago. Su padre le impuso una ética estricta e incluso sus convicciones conservadoras ligadas al Partido Republicano. La familia es de la Iglesia Metodista, a la que ella pertenece hasta el presente.

En 1969 –un período de protestas por la Guerra de Vietnam y por los derechos civiles e igualdad de género– accedió a la escuela de derecho de Yale. Allí conoció a Bill Clinton, con quien se casó y tuvo una hija, que en los últimos años le dio dos nietos. En 1974 se instaló con su marido en Arkansas, donde él comenzó una exitosa carrera política como gobernador del estado mientras ella se incorporó a una prestigiosa firma de abogados.

Luego, como primera dama del país jugó un destacado papel político, al punto que llegó a tener su propia oficina en la famosa Ala Occidental de la Casa Blanca, no exenta de controversias.

En 2000, dos años después del escándalo Lewinsky, se lanzó a la arena política y consiguió una banca como senadora por el estado de Nueva York.

En la campaña electoral de 2004 mantuvo un perfil convenientemente bajo, pero cuatro años más tarde se lanzó por la Presidencia. Perdió la candidatura frente a un carismático Barack Obama, quien luego la nombró como secretaria de Estado, puesto que ocupó hasta 2013. Dos años más tarde, Clinton volvió al máximo ruedo.

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