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Laetitia, princesa D’Arenberg

24 horas con la empresaria: desde el panqueque que prepara por la mañana hasta la noche, cuando se le ocurren nuevos emprendimientos
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20 de enero de 2012 a las 18:49

A las dos de la tarde de un caluroso día de enero, Laetitia Marie de Belsunce D’Arenberg baja del asiento del acompañante de una camioneta Mitsubishi negra que maneja Sebastián, uno de los choferes de la princesa. “No puedo viajar en los asientos de atrás porque me mareo” dice mientras saluda a quienes la reciben en el parador de la parada 5 de playa Mansa, donde se graba el programa Punta.ES, el magazine veraniego al que está invitada.

Varios medios buscan entrevistar a Lae (así la llaman casi todos a SAS Laetitia princesa D’Arenberg) por que dos días antes su haras de caballos árabes arrasó con la mayoría de los premios en disputa de la 28° Semana Internacional del Caballo Árabe de Punta del Este. Los caballos son una excusa porque sus entrevistas se extienden siempre a otros temas; a Lae le encanta hablar y tiene un don ante las cámaras. “Frente a una cámara de televisión me libero” dice ya de nuevo en su camioneta, camino hacia el tambo El Sosiego, otra de sus empresas en Uruguay.

Comienza una semana movida para esta mujer de 71 años, francesa, nacida en el Líbano bajo el Protectorado Francés, que prácticamente no conoció a su padre el marqués de Belsunce, muerto en la guerra en 1944. Entrevistas, reuniones de directorio de sus empresas, obras en las que ayuda y a las que visita permanentemente, el lanzamiento de La Patria Gaucha, son algunas de las actividades a las que asistirá en solo dos o tres días.

Frida, una chihuahua de 8 meses, va con ella a todos lados. “Frida es la paz que siempre necesito tener al lado. Muchas veces cuando llegás a mi edad tenés ganas de quedarte atrás y con Frida es imposible, porque ella siempre te exige. Y además es una obligación más, cosa que es muy importante, tener obligaciones”.

Se crió hasta los 8 años en Francia y después anduvo por muchos países. Su padre adoptivo, Erik d’Arenberg y su madre Marie Therese d’Harambure viajaban y ella y su hermano Rodrigo muchas veces quedaban pupilos. “Era un pupilaje raro; cuando querían venían y nos sacaban y nos llevaban por meses con ellos. Nosotros en realidad nunca sabíamos qué iba a pasar el día de mañana y eso me marcó muchísimo para la vida porque yo siempre necesité tener un punto de referencia. Y ese punto lo encontré en Uruguay. Si bien íbamos y veníamos por todos lados, el lugar donde estábamos juntos era Uruguay, la referencia del hogar era Punta del Este”.

Uruguay fue duro con ella al principio “y está bien que lo haya sido, porque yo podría haber sido una más del montón, daba calce para que pudieran decir cualquier cosa. Sobre todo por el tipo de gente con la que estaba, era un mundo que no existía, el del alcohol, el show off, las salidas, gente totalmente loca. Pero cuando venía a Uruguay y me ponía a trabajar era mi cablecito a tierra”.

Motores, caballos y negocios
Dueña de un imperio económico, su gran pasión son los autos y los campos, los negocios que explota en Uruguay. “Toda mi vida dije: quiero tener algo que ver con autos y con campos. La cosa es que mi padre nunca me aflojó y me tuvo hasta los 39 años esperando. Recién a los 40 pude tener el campo que quise y empezar a proyectar la compañía de autos que tengo”.

Dice que no se queja, pero le molesta lo difícil que es Uruguay para los negocios. “Para cada cosa demorás meses de trámites, pero así y todo no me rindo y sigo apostando a hacer acá. Hay cosas que se tienen que hacer ya, tomar decisiones ya; tenemos tuberculosis, tenemos brucelosis y no son solamente problemas de la lechería, la carne puede tener esos problemas pero nadie habla, nadie se atreve a decir nada. El hablar no siempre es para decir cosas malas, debería ser para construir y aprovechar la libertad de estar en democracia y decir las cosas”.

Uno de los lujos que Laetitia se da es levantarse tarde. “A esta edad me puedo dar ese lujo”, confiesa mientras aclara: “Yo soy un bicho de la noche, me gusta levantarme tarde y acostarme tarde, todas las grandes ideas, los proyectos, se me ocurren de noche”.

Otra de las cosas que se permite, “por su edad”, es el cigarrillo. “Lo amo. Si yo llego a dejar el cigarrillo por un rato aunque sea, me descompenso toda, la presión, el apetito, me da frío, calor. Yo ya pasé eso cuando dejé el alcohol y demoré tres años en que mi organismo se normalizara. Ahora, a los 70, años ni loca voy a pasar de nuevo por eso. Además yo fumo desde los 20; el daño que puede haber hecho el cigarrillo ya está, no lo puedo volver para atrás”.

Le gusta leer biografías o novelas históricas, le encantan las películas pero no va al cine, las ve en televisión o en la “compu”. Al teatro y al ballet va seguido.

Reconoce que no sabe nada de fútbol. Se le hace difícil elegir entre Nacional o Peñarol justamente por eso, pero de Uruguay si es fanática. Los partidos de la Copa América los miró desde el campo rodeada de amigos y con “todos los chirimbolos” encima, camisetas, pelucas celestes y más cotillón. Una de las razones de su fanatismo por la selección de fútbol es el reconocimiento que en el extranjero le hacen al país, explica.

“Soy muy religiosa pero no soy una come santo, como se dice. A mí también me encanta toda la cuestión científica, me encanta observar la naturaleza, estoy de acuerdo con la evolución, pero ¿qué fue el origen? Ahí estuvo la mano de Dios”.

24 horas
En el día a día, ella misma se elige la ropa (“a veces no muy de acuerdo a mi edad” dice riendo) los colores que más usa son blanco, negro y rojo. Sola se maquilla con pinceles: “Tengo mucha práctica con eso. Antes la mayoría de edad era hasta los 21 y en mi casa no me dejaban salir maquillada , así que salía con mis pinceles en la cartera y me maquillaba por ahí”. Con lo único que a veces pide ayuda es con el pelo: “Cuando no quiero tener los rulos voy por un brushing, pero después que está hecho me peino yo sola”, asegura.

Durante el transcurso de esta charla, Laetitia recorrió el campo; fue hasta la parte más alta para comprobar en persona si estaba muy seco, estuvo en el puesto de los cuatriciclos (una de las atracciones del tambo turístico) chequeando su estado, recibió en su oficina a Fernando, el encargado de Lapataia que le pasó las novedades de los últimos días, chequeó con Carolina (responsable de comunicaciones del Grupo D’Arenberg) papeles y materiales para la reunión de directorio y conversó con la gente de la cocina. Y hasta hizo un panqueque.

Sobre las siete y media de la tarde la princesa quiere volver a su casa. Está invitada a una muestra de arte, pero esta vez decide no ir, John, su marido desde hace 30 años, tiene un problema en los meniscos; “sufre mucho dolor. Y ya trabajé mucho por hoy, quiero acompañarlo”.

Cuando llegue a su casa en José Ignacio, donde reside todo el verano, ya habrá caído la noche. Vendrán las horas de pensar, de proyectar, de evaluar negocios, de leer, de ver películas; las horas en que Laetitia se enciende como el bicho nocturno que dice ser.

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