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Las bandas condenadas al anonimato

La corta vida útil de los pequeños escenarios de rock es una problemática montevideana de larga data. Los mayores afectados con la desaparición de los boliches son las pequeñas y medianas bandas
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12 de diciembre de 2014 a las 18:55

A Antonio Dabezies, de Espacio Guambia, le pudo el cansancio y cerró. El año pasado también había tenido que clausurar pero por las habilitaciones de Bomberos. A Café La Diaria en 2011, Living en 2013 y Paullier & Guaná este año les pasó lo mismo aunque el motivo fueron los “ruidos sociales”.

Por diferentes razones, los boliches para shows de rock son siempre efímeros y su falta es lamentada. Dada su escasísima cantidad, cada uno de esos espacios resulta fundamental dentro del circuito de bandas. Algunos de los nombrados siguen en pie hoy, otros ya cerraron sus puertas definitivamente, y otros abrieron. Pero nada es definitivo en la noche montevideana.

“Faltan muchos lugares para tocar o son muy esporádicos”, dijo Sebastián Teysera a El Observador. “Nunca hubo un lugar mítico que durara. Falta un circuito donde las bandas sepan que empiezan por acá y después se avanza. Es lo que pone en orden las cosas y las hace reales. Creo que falta una coherencia”.

Bandas como La Vela Puerca o No Te Va Gustar, que alcanzaron el éxito en el año 2000, cruzaron a Argentina o a Europa para continuar la expansión. Hoy por hoy el lugar que los alberga en Montevideo es el Velódromo Municipal.

Pero donde falla Montevideo es en las bandas pequeñas a medianas.

Crear el espacio propio

Por definición, las bandas emergentes todavía no se armaron de un público para poder tocar en lugares ya consolidados y técnicamente equipados para un show de rock. Tal es el caso de BJ Sala, que tiene como mínimo 400 localidades, o la Sala Zitarrosa, que tiene un poco más de 500.

“Es un problema que hubo siempre y se viene arrastrando desde hace muchos años”, explicó el productor Matías Pizzolanti, que desde 2001 trabaja con bandas de rock como Vieja Historia y Fede Graña y Los Prolijos.

Pizzolanti explicó: “Tienen que ser lugares que tengan infraestructura. Si la tenían, no estaban en condiciones para que una banda se desarrolle con cierto profesionalismo. El gobierno ha tratado de resucitar salas, pero se está perdiendo la experiencia de hacer un show en la noche. Es fundamental que existan discotecas o boliches nocturnos donde se puedan dar ese tipo de conciertos. Es fundamental para el desarrollo de los artistas”, agregó.

Muchas bandas emergentes recurren a la autogestión, no solo a la hora de programar toques, sino que dan un paso más. Por un lado, los músicos se engloban bajo diferentes colectivos, como Esquizodelia, La Órbita Irresistible, novel en el ambiente o el recientemente creado Bestiario. Y, por otra parte, organizan sus propios festivales.

Peach and Convention, que se realiza este fin de semana, es una iniciativa de Esquizodelia, que por cuarto año realiza un evento de fin de año para presentar a sus miembros.

Asimismo, también se realiza la segunda edición Breakin’ Art, un festival que no solo incluye bandas sino también charlas, arte y exhibición de cortos.

Para Leonard Mattioli, sociólogo y miembro de La Teja Pride, para salir a tocar en este panorama hay que inventarse los lugares. “En 2012, cuando editamos el disco Las palabras y la tormenta, no encontrábamos un lugar que nos copara. Queríamos un lugar pequeño, donde la gente estuviera parada. No existe eso”, contó. Terminaron tocando en el Centro de Exposiciones Subte.

“Todo el tiempo hay que inventar lugares y encargarte de un millón de cosas, porque la ciudad no está pensada para bandas chicas o medianas”, afirmó Mattioli.

Cuestión de ruidos

Lugares como Solitario Juan o Living, que tienen capacidad para alrededor de 50 personas, sufrieron quejas de vecinos por ruidos molestos. Mientras que el primero continúa sus actividades, Living, suele hacer fiestas y solo realiza shows en su sótano esporádicamente.

Paullier & Guaná, por su parte, debió cancelar el pasado viernes el show de Eté y Los Problems. Su problema fundamental, al igual que en los boliches anteriores, no es la música alta, sino los llamados “ruidos sociales”: el resultado de las personas fumando, tomando y conversando en la calle.

“Lo que está pasando ahora es que a muchos boliches los multan porque hay ruido social”, dijo Mattioli. “Se logra cerrar donde tocan las bandas, pero la gente sale a fumar y habla en la calle, y el que termina pagando ahí es el bolichero porque hay gente haciendo ruido. Es necesario pensar una ciudad más inclusiva, no puede ser una ciudad de silencio”, agregó.

Estos escenarios, según detalla Pizzolanti, “son lugares que ayudan para el desarrollo. En Montevideo se agota muy fácil el público, no podés hacer un teatro por mes. Para llenarlo necesitás hacer un montón de notas, un montón de publicidad y es dificilísimo. Y capaz terminás llevando más gente a un boliche.

Sumado a los nombrados, el productor mencionó a Bluzz Live, como “el bastión en determinada franja de capacidad”. Su local, ubicado en Daniel Muñoz y Defensa, donde otrora se encontraba La Barraca, tiene 300 localidades.

Del otro lado del mostrador

Ariel Míguez, uno de los fundadores del viejo BJ Bar, es hoy uno de los responsables del actual BJ Sala. Según su experiencia en este tipo de negocios, la corta vida útil es una de sus características. “En los que más se nota son los que proponen algo culturalmente. Generan un sentimiento de pertenencia que hace que luego se sienta su ausencia”, afirmó. “Espacios para las bandas hay; que estén preparados para ofrecer una estructura acorde, no”, dijo.

Si bien no está de acuerdo en reclamar que se apoye estatalmente a este tipo de emprendimientos privados, sí habla de una gran falta de claridad en “cualquier organismo público” a la hora de realizar los trámites y permisos. “Dan información a medias o no asesoran bien. Cambian las reglas y no las comunican hasta que aparece el inspector o te llega una intimación en la puerta. Se genera la ley, pero no la solución”, explicó Míguez.

A pesar de las dificultades, de la falta de ganancia (en el caso de BJ Sala, Míguez afirma que 80% de las ganancias por entradas van a la banda y a pagar impuestos), tener un boliche dedicado a los shows en vivo es una iniciativa vocacional: “Es un negocio que te da muchas satisfacciones que las encontrás en el resultado final. El camino es difícil para todos. Hacerlo es un tema de pasión”.

En sintonía con Míguez se encuentran Pol Villasuso y Paulo Amorín, ambos miembros de la banda The Algún Dios y responsables de Ñandú Music Factory, que cerró el pasado fin de semana. Su problema no fue ni los altos costos de mantenimiento ni quejas de vecinos, sino un desacuerdo con los dueños del lugar. “Nosotros teníamos hablado con la propietaria un comodato hasta diciembre de 2015. La frágil realidad de este tipo de proyectos es eso, cuando todo lo hablado y acordado se desvanece en el aire”, contó Amorín.

Tratando de combatir la falta de espacios para el rock y las bandas emergentes en particular, entre agosto y diciembre realizaron varios shows de grupos locales y bonaerenses, además de exposiciones de arte. Su capacidad era de 130 personas.

“La idea era que la música fuese el centro específico de la tarea. Exponer artistas en vivo, pero además hacer talleres, seminarios, conferencias, ciclos de intercambio entre músicos y el público. El proyecto era ambicioso en términos de potenciar la expresión de la música que no es masiva, no solo las que tienen éxito económico y una trama popular”, afirmó Villasuso.
El espacio tuvo una corta pero intensa actividad y, por ahora, Amorín y Villasuso no han decidido qué camino tomar con este emprendimiento. “Juntaremos un poco de fuerza. Mucha gente, músicos, productores, amigas y amigos, nos dan su apoyo y valoran lo que hicimos en tan poco tiempo y eso nos alienta mucho para continuar”, contó Villasuso.

Posibles soluciones

Esta es una problemática que aqueja a las bandas y preocupa a nivel general. Y ahora llegó el momento de proponer cambios, afirmó Gerardo Grieco, director general del Auditorio Nacional del Sodre y docente en el instituto Claeh.

Durante mesas de conversación realizadas la pasada semana en el Ministerio de Educación y Cultura junto a unas 20 personas involucradas en la gestión cultural y la gerencia de boliches, se abordaron los temas de espectáculos públicos y la falta de infraestructura para las bandas.

“Lo primero que presentamos fue la imperiosa necesidad de transformar al Estado en un promotor, facilitador y desarrollador de estos espacios, para cambiar el paradigma actual en el que las salas terminan cerrando. Es fundamental y necesario para el desarrollo de la música que hayan lugares donde trabajar dignamente”, dijo el director general, haciendo eco de las conclusiones que se arrojaron en las mesas.

Si bien el Estado ha logrado en estos últimos años poner a punto sus salas públicas (el Auditorio Nacional del Sodre es su ejemplo más contundente), el foco ahora debe ser en el ámbito privado. “Es imprescindible que se desarrollen salas de todos los tamaños, pero en especial las más pequeñas” para todos los géneros musicales, afirmó Grieco.

Entre las soluciones que sugirió está crear una única oficina del Estado, “que aggiorne la norma y genere zonas más especificas para la instalación. Que sea un facilitador y evite una serie de trámites y contradicciones constantes que se vienen dando. Por ejemplo, no se puede pedir para una sala de 50 espectadores un mismo sistema de prevención contra incendios de una sala grande”, explicó.

La exoneración de impuestos y la facilitación de préstamos blandos para estas salas son otras de las propuestas de Grieco. En cuanto a la localización de los escenarios, propuso delimitar zonas donde los decibelios aceptados sean más altos que en zonas residenciales y acordar horarios donde se puedan desarrollar las actividades.

A futuro

“Es lindísimo estar hablando de esto ahora, porque es un salto cualitativo. Estamos al borde de entrar en un escenario mucho más productivo, profesional, de exportación de música”, dijo Grieco. “Las salas son el soporte fundamental para el trabajo y profesionalismo de nuestros músicos. Al no poder desarrollarse fuertemente salas de espectáculos, no se desarrolla atrás el trabajo profesional de los músicos. Y si ellos no tocan, no hay milagro. La inspiración los tiene que agarrar tocando”, agregó.

Los problemas entre vecinos, boliches y feligreses son tensiones naturales que hay que resolver. “No es solución decir que no se puede. Sueño con una sociedad donde se socialice, donde los jóvenes tengan a dónde ir y donde haya música, arte, teatro y cultura y que estos no molesten a nadie. Hay que buscar cómo administrar esas tensiones. Hay que encontrar soluciones que permitan que estos espacios públicos se desarrollen sanamente y que las personas puedan invertir en ellos a largo plazo y no estar pensando que te van a cerrar pasado mañana. Ahí no crece la industria, no crece la música y dejamos a los músicos sin trabajo”, afirmó Grieco.

Mattioli se ubica en la misma línea: “Se precisa cambiar el paradigma, tratar de pensar la ciudad para todos los habitantes. Se precisa una política fiscal que fomente a los lugares de espectáculos. Tiene que haber un circuito de salas, que es una de las patas de la producción cultural. Es lo que mantiene a la cultura viva”.

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