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Las guerras con excusas religiosas

Tal como hace hoy el Estado Islámico, en la historia varias veces se peleó invocando la divinidad
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08 de febrero de 2015 a las 21:09

Las Cruzadas, las guerras de religión, la Reconquista. Varios son los momentos de la historia en los que se invocó el nombre de Dios o el de un ser superior para justificar una expansión militar. El Estado Islámico, que se expande por Medio Oriente en su afán de imponer un califato, es uno más de tantos movimientos que han ensayado lo mismo a lo largo del tiempo.

Tal vez el más largo movimiento de este tipo surgió en torno al año 1000 en Asia, cuando los fieles del islam comenzaron su expansión hacia la zona de India y en el año 1008 se concretó la primera invasión, a cargo del sultán Mahmud de Gazni, con el objetivo de combatir a los infieles de aquellas zonas. Las malas lenguas dicen que el verdadero motivo de la invasión fueron las riquezas que había en esa zona, donde, además, la religión principal era el hinduismo y sus fieles pacifistas serían relativamente fáciles de combatir.

Musulmanes e hindúes se mantuvieron en sus tierras y luego de la segunda guerra mundial oficializaron la separación. Los del culto a Alá se quedaron con Pakistán y los otros con la actual India. Muchas veces se alude a este episodio como el Conflicto de los 1.000 años.

El hecho de que los motivos religiosos se superpusieran con los geopolíticos no parece ser algo exclusivo de esta guerra, sino más bien todo lo contrario. En todos los enfrentamientos donde se ha invocado el nombre de Dios se esconden otras razones que hacen pensar que tal vez la invocación al ser divino sea algo en vano.

En parte así sucede también con las Cruzadas, esas misiones de católicos europeos que se proponían recuperar Tierra Santa de los musulmanes. Sin duda el fervor religioso fue una de las motivaciones de estas embajadas. Pero también es cierto que sirvieron para colmar los ánimos expansionistas de los señores feudales o para ampliar el crecimiento del comercio con Asia. Estuvieron impulsadas por los sucesivos papas y contaron con el apoyo de los imperios de las actuales Italia y Francia.

El capítulo de la lucha entre cristianos y musulmanes es amplio, pues también incluye a la Reconquista y a las austro-turcas.

La primera, que tuvo lugar en España y Portugal, fue entre el siglo VIII y el XVI. No fue una guerra organizada así desde el principio: consistió, más bien, en ir desplazando de la zona a los llamados “moros” que se habían instalado allí luego de la primera invasión recibida desde el norte de África, en el 711. La táctica militar se acompañaba de la repoblación con familias cristianas.

La segunda también se extendió durante varios siglos (XV al XX) y mantuvo enfrentados a las distintas ramas de los Habsburgo con el Imperio otomano. Los dos bloques representaban cosmovisiones distintas y, hasta el siglo XVII, eran exponentes de dos religiones diferentes, aunque por detrás de la fe estaban los motivos geopolíticos que justificaban alianzas con potencias de otros credos.

Un período de la historia está dedicado a las “guerras de religión”, que supusieron enfrentamientos en varias zonas de Europa luego de la reforma protestante, entre 1524 y 1697. Estos conflictos se dieron tanto en Suiza como en Alemania, en Italia como en los Países Bajos o en Inglaterra (todo, según las denominaciones actuales). Muchas veces no tuvieron relación entre sí, pero se vinculan porque estuvieron fuertemente influidas por los cambios religiosos que ocurrieron tras la aparición de Martín Lutero. Y otra vez: aunque su nombre lo indique, no se trató de un asunto únicamente fervoroso.

De estas, la de mayor envergadura fue la de los Treinta Años (1618-1648): se involucraron la mayoría de las grandes potencias de la época, dejó territorios devastados y causó cerca de 4 millones de bajas. La génesis del conflicto había sido la disputa entre Estados partidarios de la Reforma y los de la Contrarreforma. Pero la incorporación de cada vez más actores hizo que derivara en una puja por el poder en el gran continente.

El de Israel es un caso aparte pero no puede dejar de vincularse con el factor religioso. Desde antes de la creación del territorio en 1948 hubo grupos radicales, como el Leji, que peleaban para expulsar a los británicos de la zona y permitir la inmigración de judíos. Entre 1920 y el presente hubo más de 20 episodios entre árabes e israelíes donde el factor religioso generalmente no fue el central, pero sí es innegable.

El Estado Islámico, ahora, reedita esta vieja tradición, con su ambición de instalar un gobierno con sus normas. Diversos sectores del islam lo critican por poner a la religión como excusa de una ambición política. Le piden que deje de lado las citas adulteradas del Corán y le exigen que no use más los nombres de Alá ni de su profeta Mahoma en vano.

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