Leonardo Pereyra

Leonardo Pereyra

Historias mínimas

Las mujeres entraron a la cancha de la mano de los peores hombres

Feministas y militantes contra la violencia doméstica festejan las peores patadas futboleras
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08 de julio de 2014 a las 00:00

Cuando el ghanés aquel erró el penal contra Uruguay en el mundial de 2010, le acertó a un blanco sensible que muy pocas mujeres se habían dado cuenta de que latía en algún lugar de su uruguayez.

A partir de entonces, miles de ellas salieron de su pasividad deportiva y empezaron a hinchar por la celeste como nunca habían hinchado por ninguna otra cosa en su vida. Porque solo se hincha por un cuadro de fútbol y el fútbol era cosa casi exclusiva de los hombres.

Tanto es así que, poco antes de morir, la escritora Virginia Woolf, comparó la presencia de una mujer en un estadio con la de un judío en un campamento nazi. Exagerada la señora e injusta con algunas mujeres a quienes les ha gustado el fútbol desde chiquitas. Más certera, la escritora francesa Francoise Sagán se dio cuenta de que el fútbol se parece a los amores más intensos, porque en ningún otro lugar como en el estadio se puede querer u odiar tanto a alguien.

Pero, al menos en Uruguay, las mujeres entraron al mundo del fútbol de la peor forma: de la mano de los hombres más guarangos. Así vemos feministas que se babean con los pectorales de los marcadores de punta; activistas contra la violencia doméstica apoyando la idea de que un golpe dado a tiempo está bien dado; intelectuales equiparando Fuenteovejuna con la consiga "deoficiotodosoninguno" de apoyo a Suárez; militantes de lo delicado creyendo que ser "macho" es una virtud. La verdad, una verguenza.

¿Qué pasión les estaba faltando en sus quehaceres para verse arrastradas al delirio con un deporte que no entienden ya que, para entenderlo de verdad, es preciso haberlo jugado?

Me parece que las mujeres -no todas, por supuesto (que cansador esto de andar explicando lo obvio)- no se subieron a la ola de las tonterías celestes porque les empezó a gustar el futbol. Lo que las sedujo fue la posibilidad de formar parte de una pasión colectiva que les permite delirar en pie de igualdad con los hombres en sus casas, en las casas de sus amigos, en las redes sociales. “Hay dos tipos de espectadores: aquellos que aman el fútbol y aquellos que aman la moda o el fenómeno social. Estos últimos son los peligrosos”, ha dicho en alguna oportunidad el argentino Jorge Valdano.

En lugar de seguir jugando a sus juegos o de proponer sus propios gustos, las mujeres uruguayas decidieron claudicar ante la avalancha hormonal provocada por los Cáceres, los Lugano y los Forlán. Y lo hicieron sin dejar de mostrar su torpe lenguaje futbolero, ese que las lleva a decir “hizo gol” o a preguntar las razones de un offside.

Si el lector se predispone en contra, creerá que esta crónica rezuma misoginia. Si le pone un poco de buena voluntad, entenderá que lo que se intenta decir es que las mujeres son mejores que el mejor gol de la historia del mundo mundial. Que, en todo caso, el fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes. Y que las mujeres no necesitan participar de aquellos lugares comunes en los que bobean los hombres. Porque el fútbol es divino, pero a ellas les está quedando espantoso.

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