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Laura Falero: generar impacto

Comediante y comunicadora. Así se define Laura Falero, quien acaba de descubrirse como actriz más allá del stand up. Está haciendo su segundo espectáculo unipersonal de comedia —Varona— con un crecimiento discursivo que le permite consolidar su militancia feminista sin resignar la risa
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17 de julio de 2017 a las 05:00

Por Javier Lyonnet

La comedia fue creciendo dentro de Laura Falero hasta convertirse en una fuerza incontenible que encontró la forma de salir, la empujó a subir a un escenario y no volvió a bajarla. Cuando en 2009 llegó a la final de un concurso de stand up tenía una formación artística vasta pero dispersa, una licenciatura en Comunicación y la voluntad de romper mandatos, algo innato pero consolidado a través de una vida a menudo conflictuada.

Esa revelación ocurrió a los 27 años. "Me había sacado complejos, me daba cuenta de que era más efectiva de lo que creía, con una seguridad que abajo del escenario, en la vida, no tenía". Empezaba a sentirse cómoda con esa persona y las cosas que le pasaban; esa persona de clase media, del interior, mujer, blanca, morocha de pelo lacio. Tenía otras condiciones preexistentes: "El comediante es una persona desesperada", dice, citando a su colega argentino Félix Buenaventura. Así se sentía ella.

Hoy, ocho años después, Laura Falero es un nombre clave en la escena uruguaya de la comedia. Muestra una solvencia y una convicción que la distinguen y sus rutinas de humor se han desarrollado en paralelo a la militancia feminista, hasta convertirse en un discurso que, dice ella, busca generar un impacto, que la gente "despierte". Es que el cambio de hacer rutinas de 15 minutos a shows de una hora es clave: ahora puede elaborar más, decir otras cosas. Mientras hace su espectáculo Varona está escribiendo su tercer unipersonal —se propone hacer uno por año—, un espectáculo de jazz para la Sala Zitarrosa y da clases de comedia en la Escuela de Emociones Escénicas de Angie Oña, donde es coordinadora. En carpeta tiene un proyecto de sitcom que espera el momento oportuno.

Nada de esto es casualidad, sino la consecuencia de una vocación pacientemente perseguida y cultivada. Sí, para que todas estas piezas encajen tienen que pasar algunas cosas, como fundirse la empresa en la que trabajás y que justo abra un curso que parece acuñado para vos, pero dejemos que lo cuente ella.

¿Cómo se construye una comediante?

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Laura Falero había nacido en la ciudad de Canelones el 14 de enero de 1982, lo que le aseguraba cumpleaños calurosos y poco concurridos para el resto de la vida. "Mi papá, que falleció hace muy poco, era odontólogo pero de vocación músico, saxofonista de jazz, y mi mamá docente de italiano. Los dos leían mucho. En mi casa se cultivó mucho la sensibilidad. Toda la vida estuve vinculada a las artes desde todo punto de vista", relata, expresiva, abrigada frente a la estufa de gas en el rincón más cálido de la escuela de Angie Oña.

Mientras hacía escuela y liceo públicos, ella era la que estudiaba música, la que se recibió de profesora de solfeo y de piano, la que hacía teatro y estaba en todos los coros: "Antes que cualquier otra formación tengo una formación musical, después vino todo lo demás; no era que me mandaban, siempre elegí lo que me gustaba. Por ejemplo, en mi generación iban a ballet y a mí no me interesaba, dame música, teatro, pintura". A los 15 años se fanatizó con Fito Páez y le dijo a su profesora de piano, una señora mayor de un solemne conservatorio del interior, que quería tocar rock and roll. Consiguió partituras con un amigo de su padre y de las tres piezas que debía tocar, logró que una fuera de rock.

Aunque sea difícil de creer, seguía siendo una chiquilina muy introvertida y tímida. Había barreras objetivamente difíciles de pasar: "Si quería tener una banda de rock tenía que meterme en un lugar de hombres y me daba mucha vergüenza, así que fui coartando eso yo misma". Cantaba y tocaba el piano. Componía pero nunca mostraba nada. Los pocos intentos de armar una banda no pasaban generalmente de algunos ensayos.

Como espectadora veía de todo: recitales, los ensayos y shows de su papá, todo lo que había en los teatros Eslabón y Politeama de Canelones y con sus padres iba a ver obras a Montevideo. Un espectáculo que la marcó fue un cuarteto vocal argentino que vio en el Festival de Jazz del Hot Club en el Subte de Montevideo. "Se llamaba Cuatro y Cuatro, un grupo vocal en el que había una mujer, que fue la que me cautivó —yo tendría 9 o 10 años—. Hacían música vocal, jazz; era increíble lo que cantaba, me impactó muchísimo. Tengo hasta el día de hoy el casete y me sabía todos, todos, todos los coros de ella: siempre en mi cuarto encerrada, escuchando, tocando, cantando, casi que no mostrándole a nadie".

Escribía, también, en la intimidad. Así fuera en su diario, pero escribía. El humor, hasta entonces, era parte de la comunicación con su familia y su grupo de amigos. A veces un mecanismo de defensa para vincularse. Del humor le gustaba que dejara cicatrices. Le encantaba Juana Molina, Gasalla, Almodóvar. "Ese desparpajo, y lo obsceno. El humor que genera impacto, lo border". Por lo demás, callada, observadora.

Dormida en la cultura GSM

A los 19 años se mudó a Montevideo porque estaba estudiando Comunicación. El primer año fue y vino de Canelones. Después se instaló en Parque Batlle, cerca de la facultad. Conocía la ciudad porque desde los 15 años venía a pasear con un par de amigas: "Caminábamos todo 18 de Julio; íbamos de Tres Cruces y volvíamos, con total confianza". Se recibió en cuatro años, a los 23, lejos de la norma de egresar y quedar debiendo dos materias y la tesis. Y eso con huelgas y reclamos por el presupuesto en una facultad que "se caía a pedazos", yendo a clase con paraguas en contenedores que se llovían.

Fueron años de poca actividad artística, dice, porque no sabía cómo vincularse. Aunque hizo una carrera de canto en el teatro del Centro e iba al cine todas las semanas —salía 50 pesos la entrada, se acuerda— y a recitales, el destape comenzó cuando entró a un curso de dramaturgia con Ana Magnabosco en Arteatro. "Descubrí que lo mío era la narración".

Lo que sintió —analizado posteriormente, "de grande"— es que el mandato social es hacer una carrera, tener una familia y que lo artístico es como un hobby. "Así era en mi familia. Yo me animé a intentar romper eso". Sin embargo, todavía faltaba un largo trecho para que Laura se sintiera artista. Mientras terminaba Comunicación, en los primeros años del siglo XXI, empezó a trabajar en Marketing Corporativo de Antel. Eran años de tecnología GSM (sistema global para las comunicaciones móviles) de celulares. Con el teléfono se podía mandar mensajes de texto. Una locura. Un año y medio estuvo allí.

Trabajó en una empresa agregadora, que hacía contenido para los celulares: ringtones, trivias, juegos, tarot. Estaba en la parte de redacción. Hacían paquetes de contenidos para las tres empresas de telefonía móvil, y plataformas para emprendimientos como el programa de televisión Desvelados. "Estuve ahí como cuatro años, como dormida, pensando que eso era la vida: tener un trabajo de ocho horas, un sueldo bien, cómoda, vivía con una amiga... hasta que por suerte la empresa se fundió". Entre el despido y el seguro de paro veía por delante un año sabático.

La ansiedad: el quiebre

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Tenía 26 años. Quería seguir estudiando narración y dramaturgia. Descubrió que se había abierto una escuela que se llamaba Club de Comedia: "Lo que hacían era pasar a la oralidad la técnica de escribir chistes", cuenta. Se anotó, solamente para escribir. Al principio era frustrante. Se sentía una estudiante "muy mediocre", sobre todo a la hora de dejar el papel e interpretar frente a los demás. Pero en el monólogo de fin de curso le fue muy bien.

Desarrollando un texto que tenía entró al concurso Patricia Stand Up. En su monólogo hablaba de la depilación, de lo aberrante y violenta que es la experiencia del ginecólogo, de la crisis de los 30. "Eran cosas feministas, sin saberlo". Quedó como una de las cinco finalistas y se fogueó en una gira por varios departamentos antes de la final en Montevideo. Laura empezó a darse cuenta de que podía seguir haciendo eso. Le gustaba y le salía bien. Pero el mandato seguía ahí: "Tengo que buscar un trabajo fijo, para tener un sueldo".

Después de eso vino otra cosa y después otra, y no paró. Enseguida del concurso de 2009 hizo una obra de teatro en el UnderMovie con Alzira, el personaje de Agösto Silveira, durante tres años, todos los fines de semana. Hacía eventos y como "necesitaba herramientas" estudió otras artes escénicas.

Estaba en pleno proceso de profesionalización mientras seguía trabajando en los medios: en Urbana FM tuvo un programa diario con Dani Umpi, Martín Buscaglia y Majo Borges; en canal 4 fue productora y guionista, hizo alguna suplencia en El País, en TV Show. "No me importaban mucho los trabajos que agarrara, siempre y cuando me quedara tiempo para hacer stand up".

Parecía mucho. Y lo era. "Mientras trabajaba en canal 4 empecé a tener un trastorno de ansiedad generalizado por el estrés que me ocasionaba el trabajo. Empecé a tener ataques de ansiedad, taquicardia; la primera vez realmente pensé que me había venido un infarto". Tras un mes de agorafobia, el diagnóstico fue que tenía una depresión aguda debido a su indecisión. "No sabía qué hacer; mi problema era entre el laburo, la comedia y mi profesión, el no poder independizarme". Pero en realidad, el motivo más profundo de esa depresión era otro: "Sé perfectamente ahora que mi pánico era la muerte de mi padre y finalmente terminó pasando; era mi miedo más grande".

Creerse profesional

Cuando tomó la decisión de largar todo lo demás y dedicarse a lo artístico su discurso empezó a crecer. "Empecé a darme cuenta del poder que la palabra tenía para mí". Y tenía claro que era feminista. Con la seguridad de que "hay que saber de lo que se habla" profundizó en los estudios de género y se vinculó activamente a colectivos feministas para participar en el debate y acompañar en beneficios.

"Cultivé una ideología y al revelar la premisa empieza una construcción que tiene más capas, empezás a investigar mucho más, a direccionar tu discurso; cuando hablaba de la depilación no estaba hablando de los pelos, sino de por qué las mujeres tenemos que someternos a un mandato social que nos dice tal cosa. Hasta que entendés —al menos es en el proceso en el que estoy— que el humor es un discurso ideológico, político, una herramienta con la que tenés que ser muy responsable a la hora de plantear tu punto de vista del mundo", plantea.

Esta convicción contrasta con la percepción banal del humor frente a lo solemne del drama: "En realidad la comedia, como dice Woody Allen, es tragedia más tiempo; en tono de humor podés decir las cosas más crudas y crueles que te puedas imaginar, y además de todo generar un efecto en el cuerpo, que es la risa". Laura reconoce que su principal virtud es "el acting y el tono y la melodía en el discurso" mientras que su debilidad es "la construcción del chiste". Más allá de conocer la técnica, el truco para hacerlo efectivo es algo que le sale intuitivamente.

Faltaba un elemento que terminara de brindarle la seguridad que necesitaba para dar el salto, profesionalizarse del todo y terminar de "creérsela". Una noche de verano en La Coronilla recibió una llamada de Daniel Figares para integrarse a su programa de radio, Rompkbzas. En su columna de los viernes, Laura UP, tenía libertad, le servía como entrenamiento sabiendo que todas las semanas tenía que escribir algo distinto, "Y tenía la interacción con el público en un medio que desde chica me fascinó". Un laburo sí, pero en lo de ella.

Las necesidades creativas llevan a los comediantes a la sobreestimulación. Laura reconoce que no deja pasar absolutamente nada: "Tengo libretitas por todos lados, anoto en el celular, grabo conversaciones, saco fotos en la calle sin que la persona se dé cuenta". Un peligro. En el cine le gusta observar las reacciones de la gente, en particular las risas durante una película de terror. Y dice, con una seriedad casi resignada, que se le hace muy difícil tener una pareja, porque todos los intentos de relación que ha tenido empiezan: "¿Y vas a usar esto de material?". "Sí, por supuesto".

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Feminista por naturaleza

En la casa de Laura el feminismo se cultivaba con naturalidad y ella pensaba que para todo el mundo era la norma. "Pero salgo al mundo y veo los códigos que se manejan", dice, impostando progresivamente la voz: "Ser el objeto de seducción, tener el hijo —el hijo trofeo— y un marido..., que odio, porque se rasca las bolas mientras yo estoy todo el día limpiando —porque hago todo en la casa— y él no me ayuda", pone como ejemplo, "Esa realidad en mi casa no la viví". Nunca se sintió discriminada por mujer hasta que empezó a ver los imperativos sociales de estar impecable, flaca, bronceada, la depilación: "Me empecé a enfermar porque nunca me importó".

Prefiere el humor como desmitificador de la norma. En Varona, su unipersonal 2017, revisa con mayor madurez la idea de ser una mujer sola e independiente y cómo esto es visto desde la mirada social, el mitificado instinto maternal, la familia y sus tensiones y tradiciones, la violencia machista, el hombre sensible y hace un análisis divertido de por qué las mujeres están tan radicalizadas en la militancia feminista. La comedia, argumenta, es un lugar de varones, por herencia histórica: "En Argentina las mujeres decoraban a los comediantes, eran las mujeres en bolas al lado de los comediantes. En Uruguay, ni eso".

Vida real, vida virtual

En Instagram, Twitter y Facebook Laura es Mochila Asesina. También tiene un blog, que se llama Graciosa. Lo lleva hace dos años y medio, publicando su experiencia como comediante, pero no tiene un solo chiste. "Me gusta escribir otras cosas, las redes no me divierten tanto; soy otras cosas además de comediante y en la vida real. Soy muy dramática", dice con gravedad. No solo eso, las redes le están dando miedo, en especial Twitter. "Bajo mi condición de feminista militante no fundamentalista, me he sentido muy agredida, incluso en forma privada", asegura. Es una preocupación incluso mayor que la violencia del mundo real. El humor, para ella, es cara a cara. "Hago stand up como Laura Falero, sin personajes, ni parodias ni imitaciones".

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