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Lecciones de Bolivia y de la región

Si se concreta un giro en la región, sería bueno aprender de los errores pasados
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28 de febrero de 2016 a las 05:00
El caso del gobierno de Evo Morales en Bolivia es diferente al de los demás gobiernos de izquierda de la región que a últimas fechas han perdido el poder, sufrido derrotas electorales o caído en la impopularidad.

La política económica del gobierno de Morales ha sido mucho más razonable que la de la Venezuela chavista o la de la Argentina kirchnerista, y por supuesto, que la del Brasil del PT.

La década que lleva Evo en el poder ha sido la más próspera en la historia de Bolivia, con tasas de crecimiento sostenido, baja inflación y cuantiosas mejoras en el nivel de vida de los sectores populares. Es cierto que todos estos años se benefició sustancialmente de los altos precios de los hidrocarburos y las materias primas; pero aún así, sacar a 2 millones de personas de la pobreza en una sola década parece un logro nada despreciable. Y si fuera solo por el viento de popa, los otros países mencionados lo recibieron en igual o mayor proporción.

De modo que no pudo haber venido por ese lado el descontento del pueblo boliviano, que el domingo le infligió a Evo su primer derrota en las urnas con un claro "no" a sus intenciones de perpetuarse en el poder.Las razones habría que buscarlas precisamente en esa voluntad de reelegirse ad infinitum, que ha aquejado a varios líderes y partidos de la izquierda regional, mediante modificaciones constitucionales o avasallamiento de otros poderes del Estado, acumulación de poder, enfrentamiento permanente con la prensa y políticas clientelistas.

El solo hecho de plantear un referéndum para habilitar al presidente a presentarse a unas elecciones que se celebrarían cuatro años después, era ya un acto de excesiva confianza, para no hablar de lo inaudito que resulta la idea. Lo que estaba pidiendo Evo en esa consulta era que los votantes le dieran la oportunidad de gobernar por 10 años más, para completar dos décadas en el poder. Era demasiado. Y debería serlo para cualquier gobernante en cualquier circunstancia.

Pero a ello se sumaron en los últimos meses algunos episodios no menos significativos. Por un lado, los casos de corrupción —a los que antes el gobierno de Morales parecía inmune— han arrojado un manto de duda (y no tantas dudas) sobre la probidad de Evo y su entorno. Primero fue el caso del Fondo Indígena, programa del gobierno destinado a la ayuda de la población más vulnerable, cuyos proyectos se descubrió que eran truchos, y que los dineros públicos habían ido a parar a cuentas privadas de aliados políticos del propio presidente.

Luego trascendió el caso de una amante de Evo, con la que el mandatario tiene un hijo, que es gerenta de una multinacional china que ha recibido contratos sin licitación del Estado boliviano por US$ 600 millones.

Días antes del referéndum se comprobó también que el vicepresidente, Álvaro García Linera, factótum del gobierno de Morales y ubicuo referente de su administración, no poseía ningún título universitario mientras figuraba en documentos oficiales como "licenciado" y así se hacía llamar.

Todas estas revelaciones fueron minando la credibilidad del gobierno y agriando el sentir de la población. Mientras la imagen de Evo Morales haciéndose atar los cordones de los zapatos por uno de sus seguidores, al tiempo que conversaba con otros, como si fuera un tlatoani imperial, reafirmaba entre los bolivianos la idea de que tal vez no fuera recomendable otorgarle a este hombre la posibilidad de gobernar por 10 años más.

Pero la gota que rebasó esa copa colmada de descontento llegó dos días antes del propio referéndum, cuando grupos de choque vinculados al gobierno central le prendieron fuego a la Alcaldía de El Alto —ahora en manos de la oposición— donde murieron seis personas.

El domingo la suerte de Evo estaba echada, pero había tenido una mal cruce de ese Rubicón y conoció la derrota. García Linera hizo retrasar el conteo del Tribunal Electoral, que demoró los resultados por dos días, pero finalmente la presión de la OEA y la sensatez prevalecieron para reconocer la victoria del No.

La derrota de Evo se inscribe en el giro que parece configurarse en la región hacia gobiernos de otro signo. La victoria de Mauricio Macri en noviembre parece haber iniciado esos primeros vientos de cambio en la región. Le siguió en diciembre la derrota aplastante del chavismo en las parlamentarias de Venezuela, que han dejado al gobierno de Nicolás Maduro a punto de caramelo. El gobierno de Dilma Rousseff, el PT e incluso el expresidente Lula en Brasil, han caído en un severo desprestigio y han debido enfrentar el descontento y la indignación en las calles. En Ecuador, Rafael Correa ya ha dicho que no se presentará a la reelección en 2017. Y por si todo esto fuera poco, el régimen de Raúl Castro en Cuba está ahora de picos pardos con Washington.

Así pues, el común denominador en estas derrotas electorales y, en general, en la impopularidad en que han caído los gobiernos de izquierda de la región parece ser la corrupción, más aun que el frenazo chino que ha provocado una severa desaceleración de las economías. En algunos de estos países, el desengaño y la indignación han sido aun más profundos que antes porque la prédica de la izquierda latinoamericana (a diferencia de la izquierda tradicional europea) siempre se había caracterizado por un mensaje divisivo. Los corruptos eran los "neoliberales", los "vendepatria", los "cipayos"; y ellos eran los honestos, los probos que venían a darle al pueblo lo que otros le habían saqueado.

Y al final del día, los partidos políticos, sean del signo que sean, no están integrados por santos, sino por hombre y mujeres de carne y hueso, que al llegar al poder constituyen una nueva casta privilegiada con sus luces y sombras, defectos y virtudes y, por supuesto, con sus excesos y abusos. Eso es lo que hemos descubierto, y parece ahora más doloroso que antes.

Pero si efectivamente se concreta ese giro regional hacia gobiernos de otro signo político, sería bueno que estos partidos que han estado en el llano todos estos años —como el PRO de Macri o los partidos de la oposición venezolana— hayan aprendido de los errores del pasado. Tanto de los propios como de los de sus adversarios que han estado en el poder. Subsanar las divisiones internas y gobernar para todos los sectores de la sociedad parecería ser, en suma, la principal lección a ser aprendida, amén de no regresar a las relaciones carnales con Estados Unidos cerrándonos al resto del mundo.

Esa última sería una lección a tener muy en cuenta, sobre todo con la influencia que Washington parece decidido a recuperar en América Latina. Y de eso también ya tenemos experiencia en esta parte del mundo. Si algo ocurrente ha dicho el propio Evo en todos estos años, fue cuando ironizó que Estados Unidos era el único país del continente que nunca había sufrido un golpe de Estado "porque allí no hay Embajada de Estados Unidos".

Esas serían las lecciones para empezar a recuperar la esperanza. Hegel decía que la única lección de la historia es que nunca nadie aprende las lecciones de la historia. Esperemos que esta sea la excepción a esa regla hegeliana.

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