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Lenine y el Nuevo Brasil

Lenine presentó Chão, su último disco en el marco del JazzTour 2012. Con un estilo ecléctico y multicultural, hizo bailar a la sala ofreciendo una buena muestra de lo mejor de la música brasileña actual.
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27 de abril de 2012 a las 19:22

Lenine hizo un breve pasaje por Montevideo para presentar su último disco Chão. Llenó la sala Adela Reta, hizo bailar a los uruguayos, y dejó un pedacito del Nuevo Brasil latiendo en la Ciudad Vieja.

Hijo de padre comunista, madre católica-macumbera, los domingos en la infancia de Lenine iban de misas y evangelios a lecturas marxistas. Hoy se define más cercano a Bakunin, y a pesar de ya ser abuelo, conserva tremenda vitalidad y rebeldía.

Compone para los músicos más importantes de Brasil, llena teatros en Japón, y baila con más swing que Mick Jagger. Un artista total, que más allá de tocar la guitarra o cantar, construye una visión del mundo, con letras que indagan en los misterios del ser humano. Y lo hace con un compromiso profundo: buscar, incansablemente, la belleza.

El formato
Un trío despojado y posmoderno presenta un show lleno de vértigo. Las últimas cinco décadas de música brasileña se filtran por un tamiz contemporáneo, 2.0, e inquieto.

El equipo: Lenine (guitarra y voz), Bruno Giorgi (bajo, loops, efectos electrónicos y, además, hijo de Lenine), y JR Tolstoi (guitarra, teclados y efectos electrónicos). Tres ritmistas en escena miran a sus instrumentos desde otra óptica, conversan con la tecnología, y saltean los atajos de la música tradicional.

Toda la estructura –acústica, electrónica y vocal– está al servicio de la canción. Con este disco, el brasileño reafirma que en su música hay un estilo único, personal, una manera de sonar y decir que antes nadie había experimentado. Es innecesario perder tiempo en explicar con exactitud qué es lo distintivo de su música. Si uno escucha sus discos, inmediatamente dirá: nunca había oído algo así. Y es cierto. Lenine está reinventando la música brasileña y construyendo una nueva forma de hacer canciones.

Ecléctico y multicultural
Un escenario austero, decorado con apenas tres bombitas de luz, que forman un triángulo equilátero e iluminan a los músicos. El show recorre ciudades caóticas, repletas de autos y personas. Luego visita sitios inhabitados, donde la naturaleza todavía es virgen. La propuesta es ecléctica, de aquí y de allá, de todos lados y de ninguno.

Con arreglos sutiles o a todo volumen, con sonidos grabados en la calle o en la más exacta concentración de un estudio. Pájaros que cantan, serruchos talando un árbol y calderas hirviendo. Guitarras distorsionadas, baterías sampleadas y sonidos acústicos. Funk, samba y rock. Vinicius, Zeppelin y João Gilberto. Lenine presenta un Brasil multicultural, fronterizo, que rompe con las estructuras que ya fueron rotas. Las canciones de Chão dejan la sensación de que “esto recién comienza”. Y que, además, esas canciones sólo las puede interpretar Lenine. Una voz poderosa, con cuerpo grave, convierte la sala en caverna y trepa por cada uno de los pisos del Sodre.

Hay dos imperfecciones que el JazzTour no puede permitir. En primer lugar, el telonero Ricardo Torres. Tocó durante una eterna media hora, canciones insípidas con instrumentistas principiantes, mientras el público impaciente lo único que quería era escuchar a Lenine. No es necesario entrar en detalle de la calidad musical del telonero, pero sí cabe advertir que un músico como Lenine requiere excelencia. Segundo, un retraso en la preparación del set de instrumentos hizo que el show finalmente comenzara con una hora y media de retraso. Es de esperar que para próximas funciones este tipo de detalles estén resueltos a fin de no opacar la gran calidad de artistas que incluye el programa 2012 del JazzTour.

Finalmente, Lenine deja una fotografía de lo que sucede actualmente en Brasil, un país inagotable en lo que a cultura se refiere. Fresco, desafiante e intenso, la propuesta del cantautor marca la música del Nuevo Brasil.

¡Uruguayos bailando!
Lenine usa guitarras inalámbricas, y se mueve con agilidad en el escenario. Hace una batida funkeada con fondo de samba, y la gente salta de sus butacas. ¡Uruguayos bailando! La sala Adela Reta queda despeinada, fuera de sí, las butacas estorban a los espectadores que lo único que buscan es mezclarse y dejarse llevar por las melodías macumberas. Música afrobrasileña rockeada. Él baila. Si lo viera Mick Jagger pensaría: “¡This is rock!”. Y eso es rock con swing brasileño. No baila para hacer show. Baila porque no le queda otra opción: la música lo impulsa, le brota. En ese momento lo mejor sería retirar las butacas, dejar un gran espacio libre y que la gente bailara en libertad. La intensidad llega a su punto máximo; ya está por terminar el espectáculo.

El cantante empieza a agradecer, a decir adiós. En casi todo el espectáculo no ha dicho una palabra. No ha sido necesario. “Sólo deberían existir las palabras mejores que el silencio”. Y en esa intensa austeridad se deslizan unos versos: “O mundo vai girando/ Cada vez mais veloz/ A gente espera do mundo/ E o mundo espera de nós/ Um pouco mais de paciência...”.

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