La balsa de Medusa de Géricault

Estilo de vida > COLUMNA / EDUARDO ESPINA

Les deseo buena suerte a todos

El ser humano y la fortuna: a unos los premia y a otros los castiga
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05 de marzo de 2017 a las 05:00
Eduardo Espina / Especial para El Observador

En el fútbol, jugar mal y no ganar no siempre son sinónimos. A lo largo de la historia existieron equipos que han jugado mal y sin embargo consiguieron ganar campeonatos por razones casi siempre asociadas a la continua intervención del azar, el cual parece andar dando vueltas en la realidad de los hombres con ganas de favorecer a unos y castigar a otros. Días atrás, luego de quedar cuatro puntos detrás de Nacional, un hincha de Peñarol, lector de este diario, me dijo con la seguridad de quien encontró la verdad sin la ayuda de nadie: "La suerte sigue sin acompañarnos". Conclusión: hasta la suerte es hincha de algún club de fútbol y a otros, en cambio, los desdeña.

En su libro Luck: What it Means and Why it Matters (La suerte: qué significa y por qué importa), Ed Smith, exjugador profesional de críquet convertido en estudioso de los deportes desde una perspectiva más analítica de la exclusivamente deportiva, argumenta que en todos las disciplinas deportivas se necesita de la ayuda de la suerte para triunfar, pero es el fútbol donde la suerte tiene mayor incidencia, siendo este detalle no tan menor una de las razones principales por la cual es el deporte más popular del mundo. Smith tiene razón; hay ocasiones en que la suerte es más parcial que en otras y premia excesivamente a uno de los equipos, el cual termina ganando por razones que la razón no entiende. Smith recurre al factor menos demostrable de todos para intentar explicar los desequilibrios en el marcador en aquellos partidos parejos, que podrían terminar empatados pero que concluyen, no obstante, con un ganador, porque en el momento menos pensado y contra toda explicación lógica o causal, la arbitraria trayectoria del balón cambia el destino del partido, premiando al bando que menos lo merece. En este aspecto, la falta de objetividad de la suerte es absoluta y la podemos responsabilizar de la vulnerabilidad anímica de algunos jugadores en el campo de juego.

El ser humano puede ser víctima o beneficiario de la suerte. A algunos los premia, a otros los castiga. La historia, en este aspecto, vive repitiéndose. A principios de cada año, casi como rutina de autoayuda anímica, la gente lee el horóscopo para saber qué habrá de tocarles en los próximos meses. Hay quienes se lo toman muy en serio, como si fuera el plan de ruta de un piloto de aviación que indica el punto de partida y llegada del viaje. Se alarman si las predicciones dicen que el 2017 será un muy mal año para los de Tauro, o se alegran, con moderación claro está, si para los nacidos en Piscis "la suerte lo acompañará durante la mayor parte del año". De la suerte depende el buen o mal ánimo de una persona. Para tanto da su intervención. Y cuando no tenemos otras palabras para expresar un concepto o sentimiento, también involucramos a la suerte.

El año pasado invité a dos colegas a la presentación de un libro mío recién publicado y uno me respondió: "No puedo asistir, pero te deseo mucha suerte". ¿Por qué me deseaba "mucha suerte" y no solo "suerte"? ¿Realmente la necesitaba yo en ese momento? En verdad, la hubiera necesitado antes, cuando estaba escribiendo el libro, esto es, tener suerte para que las musas vinieran justo cuando estaba trabajando. A la unión de las musas con la suerte en las artes se la llama "inspiración". Otro de los invitados me respondió, en mensaje típico de la insípida era de Twitter: "Gracias, suerte". En varias de las respuestas que recibí por la invitación aparecía la misma palabra: "suerte". Después de la presentación, que, modestia aparte salió muy bien, alguien comentó: ¡Qué suerte que vine!". Por lo visto, la vida humana es tan aleatoria que a veces vamos a un lugar no por propia voluntad sino porque la suerte quiso.

Años atrás, durante el semestre que pasó en Estados Unidos, Lincoln Maiztegui se enfermó el día antes de ir a un congreso al que teníamos planeado asistir. Me llamó para decirme: "Ando con la suerte cambiada". La frase me dejó pensando, ¿durante la noche, alguien le había cambiado a mi querido amigo su suerte por la de otra persona con menos suerte? Después supimos que, según el médico que lo examinó, el problema no era la "suerte cambiada", sino "una gripe debida al cambio de estación".

"A la suerte hay que ayudarla", dice la expresión popular. Mi abuela, quien rezaba todas las noches, solía repetírmela con inaudita regularidad. No sé si rezaba para que la suerte viniera, o porque tenía suerte rezaba. La fe es una de las mágicas recompensas que nos regala la fortuna de Dios. Pero, ¿cómo se ayuda a la suerte? En verdad, ¿necesita nuestra ayuda? Quienes tienen suerte, tal parece, no necesitan de la ayuda de nadie, pues la suerte ya los ayudó. Me dijo una vez un escritor estadounidense que de tanta suerte que tenía, cada año podía escribir y terminar una novela. La suya era una suerte lectora. El arte y la literatura siempre le han tenido gran respeto a la suerte.

Uno de mis cuadros favoritos, una de las grandes obras maestras de la historia, La balsa de Medusa, de Géricault, de 1819, es un homenaje a la suerte. Es una de las lecturas que podemos hacer del cuadro. Los sobrevivientes del naufragio son aquellos que han sido elegidos por la fortuna y que la mano afortunada de Géricault convirtió en belleza infinita.


"Tengo suerte en el amor", repite Mick Jagger en el estribillo de Lucky in Love, canción de 1985. Quien ha sido feliz toda la vida con la misma persona puede considerarse afortunado en el amor, pero también Jagger, quien a lo largo de su vida ha vivido, casado y no, con siete mujeres. En el amor, al menos, hay suertes diferentes. Sobre esta, la suerte, el cine hizo una película notable, O Lucky Man! (Un hombre de suerte), de 1973, la gran obra maestra del británico Lindsay Anderson (1923–1994). Es una de mis películas favoritas. En las más de tres horas que dura la historia, Mick Travis, el personaje principal interpretado con magistral delirio por Malcom McDowell, hace un viaje a través de la vida guiado por la suerte. Como no podría ser de otra manera, el viaje (no voy a contarles el final) es hacia el fondo de lo más inaudito, porque ahí es donde suele residir la suerte.

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