En solo algunos meses, el montaje de Guillermo Cacace se convirtió en un fenómeno del off
La versión de Gerardo Begérez incorpora la música como factor esencial

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Llegan a cartelera obra que es éxito en Argentina y una versión local

Hoy se presenta en el Sodre Mi hijo solo camina un poco más lento, cuyo montaje uruguayo empezó el sábado pasado en El Galpón
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06 de junio de 2016 a las 05:00
"Uno hace, hace, hace, hace y hace, y, muy de vez en cuando, tiene la posibilidad de acariciar un misterio", afirma el director teatral argentino Guillermo Cacace, sin buscar mayores explicaciones para su éxito, sin demandarse a sí mismo la fórmula secreta. Aquel milagroso misterio, en su caso, es Mi hijo solo camina un poco más lento, una obra croata que Cacace estrenó en abril de 2015 en el espacio Apacheta de Buenos Aires y que en julio ya había agotado las entradas para el resto del año, convirtiéndose en uno de los mayores fenómenos del teatro "off Corrientes" argentino. Ahora, la pieza continúa su proyección internacional con dos funciones en el Auditorio del Sodre, hoy y mañana.

Con dramaturgia de Ivor Martinic, la obra retrata la dinámica de una familia en la que uno de los hijos, Branko, padece una enfermedad innominada que lo obliga a estar en silla de ruedas. Sin embargo, y aunque la obra se sitúe en su cumpleaños, aquel personaje no es el protagonista sino parte de un núcleo de 10 personas en el que padres, hermanos, tíos, abuelos y pretendientes lidian con un padecimiento ajeno que no han logrado aceptar.

Mezclando edades y matices de expresividad, la puesta de Cacace se despoja de todo lo que no sea puramente actoral, procurando perpetuar, en cada función, la conmoción que generó la primera lectura del texto. "El desafío era sostener esa lectura, pero no para repetirla, sino para que se actualice cada vez. Descubrí, con mucho entusiasmo, que se trata más de sacar elementos que de ponerlos", señala Cacace a El Observador, mencionando lo que ya ha identificado como una "ética del ensayo", que permite dejar inacabada la obra, para que se construya en comunión con el público. "Si yo me ponía en un lugar aditivo, de sumar escenografía, vestuario, iba percibiendo que se rompía esa magia primera. Más que de 'montar', se trató de 'no desmontar' lo que había sucedido".

El trabajo con los actores también requirió de un proceso sustractivo, "una intervención quirúrgica del cuerpo del actor para quitar todo tipo de artificio, de histrionismo superfluo, de egocentrismo. Lo que formulo es que los actores, más que mostrar, puedan dejarse ver (...). Les pedí que no intentaran controlar nada de lo que estaba pasando. Que dejaran que pasara, que no obstruyeran esa fluidez", señala.

En su interacción, Branko "es el articulador de las carencias de los otros. Su diferencia lo pone en un lugar de fragilidad, pero ahí reside parte de su fortaleza", agrega, negándose a que la dinámica de la familia sea tildada de "disfuncional", un concepto recurrente en el teatro argentino. "La familia disfuncional es una que, desde que comienza el material hasta que termina, hay algo que no pueden (conseguir). Y esta familia justamente puede lograr algo".

Además de proyectarse en la actuación, la "ética teatral" de Cacace se materializa en la pequeña sala Apacheta, en la que las funciones, los sábados y domingos de mañana, se ven invadidas por la luz del sol o el ruido de la lluvia. Los actores, con ropa deportiva, comparten mate con el espectador, un gesto que marca el tono del vínculo con el público. Fuera de ese espacio, e inserto en el circuito de auditorios extranjeros, la obra reproduce de forma mecánica la impronta lumínica que en su hogar le es natural, sin agregar nunca escenografía o vestuario diferentes. "Hay que ver si la intimidad pasa por lo pequeño del lugar o por la posibilidad de dejar ver lo que generalmente no se deja ver en instancias públicas. En un recinto más grande hay que redoblar la desnudez de los actores", halla Cacace.

Con otros ojos


Mi hijo solo camina un poco más lento
La versión de Gerardo Begérez incorpora la música como factor esencial
La versión de Gerardo Begérez incorpora la música como factor esencial


Esa intimidad, para el director uruguayo Gerardo Begérez y su elenco, es la sala Atahualpa del Teatro El Galpón, que desde el pasado sábado alberga la versión local de Mi hijo solo camina un poco más lento. "Generalmente lo que uno trabaja cuando trata este tipo de montajes es exhibir el teatro. Acá hacemos lo contrario, tratamos de compartirlo con los espectadores, acercarlos desde la vibración actoral".

En su caso, el interés surgió de un vínculo personal con Croacia y del objetivo de montar en Uruguay alguna dramaturgia de ese país. El elegido fue Martinic, que con solo 26 años ha logrado proyectar una sensibilidad que atravesó su continente. Consciente del éxito del montaje argentino, Begérez prefirió no ver la versión ni contaminarse con ideas ajenas. "Siempre tomo un texto como pretexto para hacer lo que yo quiero hacer. A veces respeto aspectos y muchas veces deliro hacia otros lugares, otras situaciones, pero el texto tiene que tener esa potencia, esa fuerza, para yo poder generar algo diferente", comenta Begérez a El Observador.

Definida por el director, que ganó el Florencio a Mejor director en 2015 por Cocinando con Elisa (compartido con Jorge Denevi), la obra apela a una puesta despojada, aunque con más escenografía y vestuario que la versión argentina, y "que apunta a la verdad actoral, a llegar con la emoción a los espectadores". "Es un texto que me permite redescubrirme como director porque toca muchas fibras, tiene todos los elementos para conmover", señala.

Además de un acento en la dinámica con el público, la versión de Mi hijo solo camina un poco más lento de Begérez también incorpora un elemento que ya es característico en sus obras: la música. "Usé muchos temas croatas modernos, y eso potenció mucho la poética de la obra". "La música, para mí, es lo que despierta los sentidos de los espectadores, los pone en contexto, los ayuda a emocionarse, a divertirse. Para mí es algo primordial de un espectáculo".

Como en el caso de Cacace, Begérez procura alejarse de "las estridencias actorales", para que cada intérprete se encuentre en su centro y logre así encontrarse con el espectador. El proceso junto a los actores también procuró trabajar desde la normalidad de Branko, "verlo como una persona que quiere trascender su dificultad. Si bien la discapacidad de Branko genera todo el conflicto de la obra, lo que él quiere hacer es pasar desapercibido en esta vida". Y es en esa energía dramática que Begérez deposita su fe. "Es una obra en la que la gente se va a sentir identificada, porque lo que representa él no es solamente una persona con una discapacidad. Branko representa al diferente. Es una metáfora. El ser relegado, discriminado, no aceptado".

Datos


Montaje argentino. Lunes 6 y martes 7 a las 21:30 hs. Entradas a $600.

Montaje uruguayo. Sábados a las 20.30 hs., y domingos a las 19.30 hs. Entradas a $300.

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