Opinión > Análisis / Nelson Fernández

Lo que falta es la capacidad de generar ilusión

La economía sigue creciendo pero faltan incentivos para sonreírle al futuro
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11 de marzo de 2017 a las 05:00
Nos cuesta enamorar", es una frase que repiten dirigentes del partido de gobierno, para transmitir una frustración política sobre su llegada a la opinión pública. Ese reconocimiento público indica que los propios conductores del oficialismo sienten que no logran la llegada al pueblo que supieron tener hasta hace poco tiempo.

¿Cómo juega la economía en las actitudes y preferencias políticas de la gente? Todo tiene relación, y la situación económica de un país influye muchísimo en el ánimo de la gente y en las decisiones de todo tipo, incluso las electorales; pero no es lo único.

Hay indicadores como el de confianza del consumidor, que mide justamente la percepción de la gente sobre el fenómeno de la calidad y costo de vida, pero que en su composición tiene no solo lo que se vive, sino también las expectativas hacia el futuro.

Cuando los dirigentes del Frente Amplio hablan de que ahora les "cuesta enamorar" a los votantes, o dicen que tienen que recuperar la "capacidad de enamorar", están hablando de esa seducción política que hace el dirigente para retener adherentes y para conquistar nuevos.

¿Eso es "enamorar"?

Para un dirigente político o un movimiento partidario, esa alusión a un sentimiento que puede no tener explicación racional, es una vía simple de aludir a la pérdida de conexión con la gente y al deterioro de la capacidad de captación de votantes y adherentes.

Es más fácil decir que "cuesta enamorar" que reconocer que hay errores políticos o desgaste partidario. No está claro si es una cosa o la otra, o un combo de ambas.

Lo cierto es que hay cortocircuito entre el partido de gobierno y la gente que le ha dado su confianza.
¿Cómo puede pasarle algo así al movimiento político surgido a principios del siglo XX, consolidado como coalición a inicios de la década de 1970 y convertido en el siglo XXI como la estructura partidaria predominante, que acapara la mitad del electorado?

La economía puede explicar una parte de este fenómeno, pero, en el fondo, el asunto es siempre de política.

Los gobiernos del Frente Amplio coincidieron con el período más extenso y de mayor crecimiento económico de la historia. Decenas de miles de uruguayos fueron arrastrados por ese empuje y mejoraron sustancialmente su calidad de vida, pero también una parte importante siguió al margen de ese proceso y aunque no esté en pobreza, de acuerdo a la medición de ingreso mínimo, igualmente vive en condiciones precarias y con más necesidades que satisfacciones. Ahí hay frustración y desencanto.

Las noticias sobre cierres de algunas fábricas emblemáticas tienen más fuerza que los emprendimientos que se crean y eso pesa en el ánimo.

Pero la percepción que la gente tiene de la economía depende de lo que está viviendo y también de lo que espera, y en ese caso sí importa el mensaje que transmitan al público los gobernantes o los que aspiran a serlo.

El tema es la generación de ilusión: la "ilusión" en el sentido de la "esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo".

El Frente Amplio llegó al gobierno con un mensaje que ilusionaba al votante. Y eso fue importante no solo para la izquierda y su objetivo de llegar al poder, sino también para el país en su conjunto, porque la economía venía de una larga recesión y de una triple crisis financiera: cambiaria, bancaria y de deuda. La tasa de desempleo había trepado a 20%, la indigencia superaba el 4,5% y la pobreza rondaba el 40%.

A la ilusión política de seguidores de la izquierda durante años se sumaba la ilusión económica de mucha gente que estaba dispuesta a votar a un partido con el cual no había sintonizado hasta ese tiempo y probar un cambio.

La economía ya había pegado la vuelta, pero costaría un tiempo para que se notara. El producto detuvo su caída en la primavera de 2003 y comenzó a recuperarse, lo que cobró fuerza en 2004 y se consolidó en los años siguientes.

El Frente Amplio supo renovar la ilusión de la gente en 2009, pero ya en 2014, aunque ganó las elecciones de ese año, dejó en evidencia una pérdida de entusiasmo. Ahí fue cuando los dirigentes de la coalición dominante comenzaron a hablar de la necesidad de "volver a enamorar".

En 2015 y parte del 2016 los uruguayos experimentaron temor a perder conquistas económicas y se inquietaron porque creyeron que podía asomar una crisis como las anteriores. Cuando se despejó el horizonte y se comprobó que eso no era un riesgo a correr, mejoró la confianza en la economía pero no volvió a recuperarse la ilusión.

Últimamente los mensajes del oficialismo son de cautela, de prudencia, lo que se ajusta a la necesidad de cuidar las finanzas públicas. Pero además son de amortiguar golpes, como extender el seguro de paro a los obreros de Fanapel, entre otros. Está el proyecto de UPM como esperanza, pero todo parece reducirse a esa megaplanta, lo que no es poco, pero tampoco suficiente para sacudir la esperanza.

Al cumplir el año de gobierno, el presidente Tabaré Vázquez fijó como prioridad económica el mantenimiento del investment grade. Y se cumplió.

Ahora, al cumplir dos años, puso como prioridad en economía la aprobación de la ley de Rendición de Cuentas (que al perder la mayoría automática en Diputados pasó a ser un desafío).

Ambos propósitos son correctos y hablan de responsabilidad política, pero no generan ilusión.

Eso no lo suple la interna frentista que se enreda en discusiones sobre impuestos en lo económico y sobre una compleja sucesión de liderazgos en lo político, lo que genera más confusión que esperanza.

La economía sigue creciendo, poco pero crece, lo que es muy positivo. Pero falta incentivo para sonreírle al futuro.

Y una comunidad política que no genera ilusión hipoteca el futuro.

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