Opinión > ARGENTINA

Lo que queda de una gran nación

Un cambio de gobierno, una rutina, en Argentina siempre parece una tragedia; ahora, Macri baila con la más fea
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28 de noviembre de 2015 a las 08:17
Mauricio Macri, un hombre salido del corazón de la oligarquía porteña, tiene ante sí trabajos tan pesados como los de Sísifo, aquel rey de la antigua Corinto que debió empujar una y otra vez una piedra hacia la cima de una montaña.

Las tareas pesadas parecen asunto de familia. Su padre, Franco Macri, fue un emigrante pobre que arribó a América del Sur desde Italia en busca de una oportunidad y se convirtió en magnate. Mauricio siguió la estela empresarial por algunos años, en 1991 padeció un secuestro por dinero, presidió al club Boca Juniors entre 1995 y 2007 y fue jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires a partir de 2007. Creó un partido nuevo, entre conservador y liberal, desafió el bonapartismo de los Kirchner, derrotó en balotaje a su delfín, Daniel Scioli, y asumirá la Presidencia el próximo 10 de diciembre. Toda una hazaña, pero falta la mayor: tirar de ese carro empantanado que se llama Argentina, una nación bella y exasperante.

El país parece partido en dos bandos, y los dos anuncian que el apocalipsis está a la vuelta de la esquina. El enfrentamiento ha sido tan encarnizado que, si no baja su intensidad, a la larga pondrá en riesgo el sistema. Lo que debería ser una rutina –un cambio de gobierno–, en Argentina siempre parece una tragedia. La política allí, más que una competencia liberal, semeja una sucesión de guerras de exterminio. En general un partido predominante por 70 años, el justicialismo o peronismo, que según la ocasión adopta configuraciones de izquierda, centro o derecha, ha enfrentado a desafiantes más o menos amorfos, incluidos el golpismo militar. El poder se alcanzaba luego de destruir por completo al rival, se festejaba sobre las ruinas y otra vez a empezar, con ánimo mesiánico y prepotente.

¿Macri sabrá superar las tendencias autoritarias de propios y extraños, la corrupción a la carta, las instituciones desquiciadas, los enquistos mafiosos, una economía catatónica y en retroceso desde 2012, el aislamiento y la escasa credibilidad del país en el escenario mundial? No son males atribuibles solo a la era Kirchner, que se inició hace 12 años. La tradición democrática argentina no es muy larga ni está bien asentada. Pero tanto Néstor Kirchner como su esposa y sucesora, Cristina Fernández, llevaron los abusos y la demagogia hasta muy lejos y basaron su poder en dividir y confrontar, como Juan Domingo Perón hizo en sus dos primeras presidencias (1946-1955).

Entre fines del siglo XIX y principios del XX Argentina fue una nación rica, con un ingreso per cápita equiparable al de los ciudadanos alemanes o belgas, y recibió legiones de inmigrantes. En la primera mitad del siglo XX, la economía argentina tenía más o menos el tamaño de la de Brasil –un país mucho mayor y más poblado–, en tanto ahora es cinco veces más pequeña. No es que Argentina no avance; es que los demás, incluso vecinos como Chile, marchan más deprisa. Y no es que los otros no tengan problemas; es que Argentina periódicamente se mete en líos colosales que la tiran abajo.

Los nacionalismos económicos frustraron la integración regional, desde la Alalc y la Aladi al Mercosur, que se creó a imagen y semejanza de la Unión Europea y se ha convertido en poco más que un almacén de barrio. Argentina además padece un sentido de grandeza, de "destino manifiesto", que la han llevado a toda suerte de experimentos devastadores. Como anunció Julio A. Roca al asumir su primera Presidencia, en 1880: "Somos la traza de una gran nación, destinada a ejercer una poderosa influencia en la civilización de la América y el mundo". Un siglo después, Jorge Luis Borges observó: "El esnobismo es la más auténtica de las pasiones argentinas".

Macri deberá lidiar con demasiadas sustancias explosivas: liberar el tipo de cambio (mantener el control es mucho más caro y recesivo); realizar un severo ajuste fiscal (Cristina K deja tras sí un gran agujero); renegociar por completo el acuerdo Mercosur con Brasil, pues el bloque colapsó; resolver si está dispuesto a integrarse con la Unión Europea; estimular la inversión y la credibilidad; convivir con el baile de revanchismo contra la administración anterior, una historia que Argentina repite década tras década; reunir mayorías en un Congreso fragmentado, donde el kirchnerismo tendrá aún mucho poder.

Hasta ahora nadie ha logrado sobrevivir mucho tiempo contra el peronismo, como aprendieron desde Arturo Illia a Fernando de la Rúa. Pero Macri no será un líder necesariamente débil. Los gobernantes con liderazgo pueden construirse también desde la Casa Rosada, como lo demostró Néstor Kirchner, quien inició un ciclo tras haber obtenido en las elecciones de abril de 2003 apenas el 22% de los votos.

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