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Los inmortales

Shakespeare y Cervantes le dieron forma a los sueños de cientos de generaciones y siguen tan campantes
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24 de abril de 2016 a las 05:00
400 años, con pocos días de diferencia, murieron dos de los más grandes escritores que hubo alguna vez en el planeta: William Shakesperare y Miguel de Cervantes. En tanto que en los países de habla inglesa se celebra al primero y se relega al segundo, en el mundo de habla hispana se suele usar la efeméride para compararlos.

Y las comparaciones son odiosas, sobre todo para Cervantes. El gran escritor español es celebrado por una obra, publicada en dos partes: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Y más que por la obra, por su protagonista, Don Quijote, que es un personaje creado por otro personaje de la misma obra de Cervantes: Alonso Quijano.

La obra es considerada como la primera novela moderna, un experiencia muy pero muy adelantada de lo que llegaría a su apogeo en los siglos XIX y XX, más de tres siglos después de la publicación de la segunda parte del Quijote.

La sutileza con la que Cervantes maneja realidad y ficción es admirable, incluso en comparación con los cuatro siglos de experiencia desde entonces. Los personajes del Quijote leen el Quijote y critican a Cervantes.
La realidad y la ficción se confunden dentro de la ficción: gran parte de lo mejor de la novela –y de lo mejor de la literatura en español– sucede en la mente de su protagonista y en el contraste entre ese mundo y el de la dura realidad.

El destino del Quijote es admirable en la terquedad de su locura, porque es inevitable pensar que nos es propio, que el sentido que le inventamos a nuestras vidas es tan arbitrario como el del ingenioso hidalgo, que nuestras heridas son consecuencia de las aspas de molinos muy parecidos a aquellos gigantes que combatía el caballero andante.

Es inevitable pensar que seríamos mejores si tuviéramos su fe y su coraje, su voluntad de lucha, su rectitud insobornable, si pudiéramos enfrentar el gigantesco poder del mal con palabras como éstas: "Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete".
William Shakespeare, en cambio, es el creador de tantos personajes inolvidables que hasta ha sido cuestionada su propia existencia como autor y se ha sugerido que su obra es obra de un conjunto de autores.

Eso es porque pareciera que sus personajes representaran todo el espectro de pasiones humanas. Shakespeare es venerado no solo por sus héroes trágicos, desde Macbeth a Otelo, Hamlet, Julio César, Ricardo III y el Rey Lear, sino por las tramas endiabladas que los encumbran y derrumban y la exquisita poesía con la que se expresan.

No hay mejor manera de empezar un monólogo suicida que "Ser o no ser". No hay mejor desenlace de un destino trágico que el bosque avanzando sobre el castillo donde Macbeth espera su destino; no puede haber mejor diálogo entre amor y muerte que el desenlace de Romeo y Julieta; no hay mejor síntesis de la desesperación en la batalla que el grito de Ricardo III: "Mi reino por un caballo".

Cervantes fue superado por su personaje. Su autor fue muy ingenioso pero Don Quijote es inmortal y lo ha llevado de la mano a través de los tiempos. Sancho Panza y Cervantes son personajes de reparto en la imaginación alucinada de Don Quijote.

Shakespeare es mejor escritor que Cervantes. Su pluma ha volado más alto, sus tramas se desarrollan con más elegancia y refinación, los destinos que ha tramado son de una complejidad inigualable.
Yo creo, sin embargo, que ninguno de los personajes del Bardo ha llegado a la altura de Don Quijote. Las palabras, oraciones y párrafos que lo edificaron no son tan extraordinarias como las que engendraron a los tantos personajes memorables de Shakespeare, pero la obstinación de su carácter a través del tiempo, la presencia de su espíritu en los sueños de las generaciones a través de estos cuatro siglos, es, en mi opinión, más sublime.

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