"Si querés, te podés reír", dice una señora cincuentona en el subsuelo del edificio de la
intendencia de Montevideo, y ella misma esboza una leve sonrisa. Luego me pide que mire a la cámara de fotos que está a su lado. Todavía no salgo de mi asombro: estoy frente a una funcionaria municipal que hace su trabajo con simpatía y una extraña buena disposición.
Pero no solo eso: llegué hace dos minutos al lugar donde se renueva la licencia de conducir y estaré acá adentro apenas un par de minutos más.
Lo primero que cualquiera piensa cuando tiene en mente una oficina pública es burocracia y lentitud pero escribo estas líneas para decirles que por suerte no siempre es así.
El trámite de la licencia de conducir es hoy un extraño ejemplo de algo que funciona muy bien en la administración: se pide la hora por internet, luego hay que realizar un examen médico -que dura unos 10 minutos- en una institución de salud autorizada, y por último se paga en cualquier local de cobranza. Con todo eso ya cumplido, el paso por el edificio municipal es breve y reconfortante, con una puntualidad europea.
Son las 15.17 de un jueves –había entrado a la intendencia a las 15.12- y atravieso el atrio municipal mirando mi nueva libreta, con la satisfacción de saber que al fin y al cabo no todo funciona mal en este pequeño país.
Por un momento imagino que Uruguay es Suecia y que todo es perfecto.
Que los camiones de la intendencia pasan a recoger la basura todos los días y los funcionarios municipales nunca hacen paro. Que el servicio de transporte es cómodo, moderno y puntual, de día y de noche. Que las veredas están limpias y nadie tira desperdicios en la calle. Que la gente separa la basura en su casa y la intendencia se ocupa de reciclarla. Que no hay uruguayos pobres y que
Montevideo es una ciudad donde la fragmentación social casi no existe. Que Uruguay está en los primeros lugares en las pruebas Pisa y es un ejemplo mundial en educación. Que casi no hay robos ni asesinatos. Que los presos son tratados como seres humanos y tienen posibilidades laborales reales al salir de la prisión. Que comprar un auto o una casa es algo accesible si uno se esfuerza un poco e intenta prosperar. Que los empresarios no solo se preocupan por hacer dinero, también piensan que la alegría y el confort de sus empleados es parte de su éxito. Que todos pagan sus aportes e impuestos. Que la alegría colectiva no depende de un gol en un partido de fútbol.
Pero el sueño se termina rápido. Camino media cuadra por 18 de Julio y sigo acá, en el maldito tercer mundo.