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Los musulmanes que ponen la otra mejilla

La comunidad musulmana Ahmadía condena el extremismo en tiempos en que organizaciones terroristas matan en nombre del Islam
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20 de agosto de 2016 a las 05:00

"Amor para todos, odio para nadie". La oración está inscripta en la fachada de Baitul Futuh, la mezquita más grande de Europa Occidental, que despliega su belleza arquitectónica en Morden, un suburbio al sur de Londres. Los fieles que asisten a esa mezquita repiten la frase como un mantra sin miedo a pecar de redundantes mientras se abrazan unos a otros.

El viernes 12 de agosto varios feligreses llegaban en autos alemanes de alta gama al sitio sagrado para acudir al sermón más importante de la semana. Son ahmadíes, una comunidad musulmana que nació en Qadian, India en 1889 y que, entre otras tantas particularidades, se distingue por tener el centro de su califato en la capital británica.

Los ahmadíes se visten como musulmanes, se saludan como musulmanes y rezan como musulmanes. Pero sus hermanos musulmanes no los reconocen como integrantes de la familia del Islam y los han perseguido y castigado de forma incesante desde que su fundador Mirza Ghulam Ahmad se autoproclamó como el mesías. De hecho, algunos musulmanes matan ahmadíes bajo la promesa del paraíso.

La persecución se hizo oficial en Pakistán en 1974 luego de que la Liga Mundial Islámica (72 de 73 grupos) declarara que los ahmadíes no formaban parte del credo musulmán. Ante la amenaza persistente, la comunidad se adaptó para sobrevivir demostrando un pragmatismo difícil de encontrar entre sus hermanos, y en 1984 el cuarto califa decidió mudar el comando central de la secta a una de las principales capitales de Occidente.

"La única razón por la que el califa vive en Londres es porque en Pakistán hay leyes que nos prohíben decir salam maleikum (la paz sea con ustedes), lo que es el saludo de los musulmanes. Si lo hacemos nos pueden poner en la cárcel. Tampoco podemos hacer el llamado a la oración", explicó a El Observador en un perfecto español el doctor Waseem Sayed.

Sayed fue uno de los precursores de la comunidad Ahmadía en América Latina. Viajó hace 25 años a Bolivia con el objetivo de buscar un refugio masivo ante el hostigamiento que sus correligionarios vivían en Pakistán. La iniciativa no prosperó, pero así fue como Sayed se convirtió en uno de los primeros "misioneros" del colectivo en el continente. En 1989 ayudó a construir la primera mezquita en Guatemala y, desde entonces, ayudó a implantar varias misiones en la gran mayoría de los países de la región, entre ellos, Uruguay. En todos los casos se trata de comunidades muy pequeñas. Pero con esperanza que el mensaje de Alá será aceptado en el continente.

"Los musulmanes en América Latina no están bien organizados. Hay grupos chiítas que quizás están mejor organizados pero no hay mucha actividad de difundir el mensaje verdadero del Islam. Más bien hay grupos que están aliados políticamente con algún grupo de Medio Oriente, con Irán o con Arabia. Pero no son personas puramente religiosas", dice Sayed.

De hecho, otro de los puntos diferenciales entre la comunidad Ahmadía y el resto de los musulmanes es que no establecen un vínculo de pertenencia con un territorio determinado (y por tanto un exilio), sino que la comunidad se extiende por más 200 países que adoptan y defienden como su lugar en el mundo. Donde la tienen más difícil es en los estados donde el Islam es religión oficial, mayoritariamente en Medio Oriente.

Aunque tienen una amplia red de contactos políticos y sociales, hacen pronunciamientos políticos fuertes y se animan a buscar explicaciones de los sucesos internacionales según su filosofía, los ahmadíes intentan no involucrarse con ningún gobierno. Hacen una división tajante de la iglesia y el estado, lo cual constituye una curiosidad absoluta dentro del universo musulmán. Una visión que, al mismo tiempo, responde a una necesidad básica por contar con los permisos y simpatías de los gobiernos occidentales, cuyo corazón ya conquistaron.

"Nuestra comunidad es puramente religiosa, no tiene vínculos con ningún gobierno, no está recibiendo dinero de ningún petrolero o de alguna organización militante cuya agenda sea captar territorio. Nosotros no estamos en el negocio de conquistar territorio. El territorio que queremos conquistar es el corazón de la gente", dice Sayed.

Con ese mensaje y una invitación llegó Yousaf Khan a las puertas de El Observador una mañana de junio. Khan, quien había estado dos veces en el país antes de instalarse definitivamente en enero de 2016, es el misionero y líder de una comunidad que suma diez adultos y cinco niños. Como al resto de los ahmadíes, Khan sufre en Uruguay de la desaprobación de otros musulmanes. En su caso quienes le retiraron el saludo fueron los exreclusos de Guantánamo.

Yalsa Salana

Rezo musulmanes
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Una voz convoca a un grito liberador. "Todos juntos", pide el solicitante. Y miles contestan: Alla Akbar ("Alá es grande"). Yalsa Salana es la conferencia anual de los ahmadíes, que convoca a más de 30.000 musulmanes de más de 100 países desde Indonesia a Canadá. En el Reino Unido es la reunión musulmana más grande y este año llegó a su edición número 50.

Para los integrantes de la comunidad es una posibilidad de ver y escuchar la palabra de su califa, Hazrat Mirza Masrur Ahmad, el quinto que tiene la congregación. La convención es un evento religioso, espiritual y también social. Los miembros toman la conferencia como una oportunidad de crecimiento y al mismo tiempo una ocasión para ensanchar su red de contactos y reactivar vínculos establecidos.

Por sobre todas las cosas Yalsa Salana es una muestra de poder fortísima, donde desfilan autoridades gubernamentales de todas partes. Durante varios días esas miles de personas reciben techo, comida y transporte provisto por la comunidad ya sea en los 200 acres de pradera que los ahmadíes tienen en el condado de Hampshire, en el sur de Inglaterra, o en la decena de propiedades que tienen en las cercanías de Londres, entre ellas la primer mezquita construida en suelo británico en 1924.

Jamia es una de esas propiedades; un colegio de retiro en los bosques de Haslemere –a dos horas de Londres– donde estudian quienes aspiran a ser líderes religiosos. Durante el evento esa casona antigua se transforma en un hotel donde se erigen carpas y se tiran colchones para que cada uno tenga su lugar.

Casona musulmanes
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Yihad y terrorismo

En Jamia también hay un dispositivo de seguridad permanente. En el perímetro de la escuela se pasean hombres vestido de negros y con chalecos antibalas. Alguno de ellos, como Faiz Nasir, son estudiantes de la escuela. "Hay muchas amenazas para nosotros", dijo Nasir a El Observador sacándose las botas que había vestido toda la noche.

Las medidas de seguridad se vuelven extremas cuando aparece el califa en escena. Siempre tiene decenas de hombres a su alrededor y un perímetro de varios metros que imposibilita cualquier acercamiento.

La comunidad hizo un incremento significativo de la prevención luego de que dos ataques simultáneos a mezquitas en Lahore, al este de Pakistán, mataran 93 personas el 28 de mayo de 2010. La violencia contra los ahmadíes también llegó al Reino Unido cuando, en marzo de este año, Asad Shah de 40 años fue apuñalado por un musulmán sunní. La primer ministra británica, Theresa May, condenó el hecho en una carta que envió a la conferencia y que fue leída por un representante. May, que asumió recientemente como consecuencia del resultado del referéndum que votó la salida del Reinos Unido de la Unión Europea, felicitó a la comunidad por unirse a la campaña "unidos contra el extremismo" que se desarrolla en ese país.

Los ahmadíes condenan la interpretación agresiva que los grupos radicales hacen de la yihad y concentran todos sus esfuerzos en diferenciarse lo máximo posible de los yihadistas. "Los terroristas muestran un desconocimiento completo del Islam porque de lo contrario se darían cuenta de que el Santo Profeta del Islam prohibió el asesinato de personas inocentes en cualquier circunstancia", dijo el califa durante su discurso de apertura de la conferencia.

Tres días después, el hazur –como le llaman los ahmadíes- recibió a El Observador y otros medios latinoamericanos en su despacho de la mezquita Fazl en la zona residencial de Southfields. Allí el califa dijo que los gobiernos occidentales deberían hacer más por combatir al Estado Islámico, criticó la venta millonaria de armas de Estados Unidos a Arabia Saudí y reafirmó que su comunidad seguirá combatiendo "con la pluma y no con la espada".

Musulmanes en londres
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La palabra del califa llega a los millones de fieles de la comunidad a través de un poderoso aparato de comunicación: MTA (Muslim Television Ahmadyya), que se emite durante 24 horas sin comerciales en ocho idiomas en vivo y se traduce a otros 13.

La condena a las acciones violentas que cometen los grupos radicales se replica entre todos los integrantes de la comunidad. "Todo lo que hace ISIS y otros grupos yihadistas no tienen nada que ver con la religión. Lo que ellos hacen es abuso de la religión para lograr poder político. Nadie puede justificar, aceptar o entender la noción de que dios nos enseñó a matar sus criaturas", dijo Sayed.

En este sentido, los ahmadíes han demostrado un pragmatismo y una capacidad de asumir su destino sin excusas que los diferencia de forma abrumadora de quienes usan la mitología del universo musulmán para elaborar narrativas de violencia que ponen al servicio de sus intereses políticos.

Los ahmadíes se enorgullecen al decir que en 130 años nunca estuvieron involucrados en un solo acto de terrorismo. La clave para que sus jóvenes no sean radicalizados, según dicen, es la educación con palabras y hechos desde muy temprano.

En Yalsa Salana los niños escucharon que la guerra santa no existe, que el concepto de yihad no alude a la espada, que cada ser humano tiene derecho a adorar a dios de manera libre y que el respeto está en la base de la convivencia humana. Y porque los hechos importan más que las palabras para esta comunidad, en la conferencia sus niños también ayudan como voluntarios en tareas acordes, como servir agua a los invitados para combatir el calor de agosto.

En Yalsa Salana los niños ven como las mujeres de la comunidad que se destacaron en sus estudios académicos en universidades tan prestigiosas como Cambridge son premiadas y reconocidas por el califa. En Yalsa Salana los niños ven como sus padres y hermanos toman los hombros de desconocidos y forman una red masiva para pedir por la paz en una ceremonia de iniciación que agita las emociones de todos aquellos pisan ese recinto por primera vez.

Buscan transmitir el "verdadero Islam"

Los Ahmadíes se proclaman los único en difundir el "verdadero Islam", de acuerdo con el Corán y las enseñanzas y acciones del profeta Mahoma. Se han llamado a reformar el credo para terminar con los enfrentamientos humanos. Por eso extienden su mensaje de hermandad cada vez que pueden y por donde caminan. Según dicen, lo único que quieren es "conquistar el corazón de la gente" y "servir a la humanidad".

"En el Corán dice que el verdadero musulmán es el que ayuda a la comunidad", dice Atta U Manan, un misionero que nació en Canadá y que lleva más de seis años de trabajo en América Latina. La expresión más cabal de ese servicio es HumanityFirst (La Humanidad Primero), una ONG de la comunidad que se expande por más de 45 países para asistir con recursos materiales y humanos a todos aquellos que lo requieran en necesidades básicas, salud y educación.

Todo esto lo hacen con sus propios recursos (los miembros de la comunidad donan el 6,25% de su ingreso mensual).

De hecho, una de las curiosidades que tiene esta secta es que no aceptan ningún tipo de donaciones de gobiernos u organizaciones ajenas a la comunidad para no sentirse condicionados.

Además despliegan una inmensa red de voluntarios que, en YalsaSalana, llegó a representar el 95% de quienes trabajan en el evento.

Uno de esos voluntarios es Omar Khan, un estudiante de medicina español de 23 años que llegó a la conferencia para "aportar y aprender", y cuyo sueño cuando se reciba es irse a trabajar con gente pobre. Omar nació en Córdoba pero sus padres son integrantes de la primera generación que migró desde Pakistán. Cuando era niño su familia decidió irse a vivir a Arabia para estar más cerca de las ciudades sagradas de Meca y Medina. Durante esos siete años Omar nunca reveló su identidad como ahmadí porque sabía que no sería aceptado. En Arabia se encontró con una "cultura muy cerrada", tan hermética que hace que España parezca un paraíso para un ahmadí.

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