Salud > INFANCIA

Los niños y los microbios

Para que crezcan sanos, los niños deben poder jugar en el barro, estar en contacto con los gérmenes y tener perros
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24 de noviembre de 2016 a las 05:00
Si usted lee con frecuencia acerca de la salud de los niños, seguramente haya leído muchas veces lo siguiente: los microbios, vilipendiados por ser transmisores de enfermedades infecciosas, pueden ser beneficiosos para el bienestar del niño. La inclinación de nuestra sociedad por la hiperlimpieza en realidad está haciendo a nuestros niños menos saludables y mucho más propensos a cultivar alergias.

Los microbiólogos B. Brett Findlay y Marie-Claire Arrieta han demostrado esto con un inusual y convincente despliegue de evidencias –al igual que anécdotas históricas y un sentido del humor amigable con los padres– en su nuevo libro Dejen que coman tierra: Cómo salvar a sus hijos de un mundo súper higienizado. Ellos exponen los descubrimientos del siglo XIX que identificaron a los microbios como portadores de enfermedades peligrosas, y los descubrimientos de las últimas dos décadas que demuestran cómo los microbios son vitales para nuestra propia existencia. Luego, traducen esa evidencia en un consejo accesible y comprensible.

Ellos explican cómo evitar el uso innecesario de los antibióticos, y están abocados a exponer a sus niños al gran desorden del exterior. Por ejemplo, su guía para la transición de los bebés a los alimentos sólidos advierte: "No retrasen la inclusión de alimentos alergénicos, denles maní, soja, marisco y otros entre los cuatro y los siete meses de edad". Sigue con una recitación entretenida de lo que los bebés comen en otros países, concluyendo en que "la próxima vez que su hijo se niegue a comer algo de lo que le ofrecen, traten de recordarles que debe estar agradecido de que no están en el Tíbet, donde los bebés comen cebada mezclada con té de mantequilla de yak".

Adopte una mascota, aconsejan, si puede encargarse de una. Específicamente, prefiera perros a los gatos, ya que estos últimos pasarán probablemente más tiempo bajo techo y no serán muy efusivos, mientras que los perros deben ser paseados por lo menos un par de veces al día y siempre estarán saltándoles encima y lamiendo su cara. Sí, los autores saben que las personas pueden adquirir alergias a los perros, pero ellos "nos mantienen más sucios", explican, "y como hemos llegado a aprender, los niños se benefician de este tipo de exposiciones a una edad tan temprana".

Seguramente la parte más divertida y rápida de leer es el capítulo de preguntas y respuestas, donde Findlay y Arrieta encuestaron a una serie de padres para identificar las principales dudas respecto a la limpieza de sus hijos: ¿Cuándo debe lavarse las manos un niño? ¿Con qué tipo de jabón? ¿Debo dejar que otras personas carguen a mi hijo? ¿Son los areneros lugares no higiénicos? ¿Es necesario poner ungüento antibiótico cuando se los niños se producen arañazos y cortes? ¿Es seguro que un niño ponga algo en su boca después de que se haya caído al suelo? Y así sucesivamente.

Sobre la respuesta a la última pregunta, por ejemplo, los autores especifican que según un reciente estudio sueco, los bebés cuyos padres limpian el chupete con su boca tienen menos alergias que aquellos cuyos padres enjuagan el chupete en el agua del grifo. Por el otro lado, los padres están pasando los microbios de su boca a la del niño. En resumen: la vida es complicada.

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