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Los primeros escenarios internacionales de la era Trump

El estilo confrontativo de Trump genera controversia en México, Irán, Rusia, Palestina, Israel y el combate al terrorismo
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27 de febrero de 2017 a las 01:02

Por Susana Mangana

Transcurrido un mes de gobierno del Presidente Donald Trump, tenemos indicios de lo que será la tónica en su política exterior: polémica e incertidumbre.

En materia de relaciones diplomáticas con el exterior, aún con matices, hay cuatro frentes que revisten especial peligro.

Sin minimizar la gravedad de las tensiones con México y la incertidumbre que ello genera en Latinoamérica, el estilo confrontativo de Trump genera controversia en los siguientes frentes: Irán, Rusia, Palestina/Israel y el combate al terrorismo de base islamista.

Las relaciones con la República islámica de Irán se tensaron de nuevo tras la llegada de Trump a la Casa Blanca, quien no ha dejado de reiterar por voz propia o de sus voceros que “nunca permitirá que Irán posea armas nucleares”. Si bien este endurecimiento hacia las autoridades iraníes aplaca ánimos y causa buena impresión a sus socios en Oriente Medio, el gobierno de Israel y las monarquías árabes del golfo Pérsico, provoca desazón en aquellas cancillerías que hace tiempo entendieron que Irán es una pieza clave del tablero geopolítico de dicha región.

Soplan vientos huracanados entre Washington y Teherán. No hay que olvidar que previo a una guerra hay un trabajo de concientización que Estados Unidos ya empleó en Irak o Afganistán; demonizar al país que luego se invade.

Trump prefiere mantener a Irán en la lista de países que comportan amenazas para Estados Unidos, pero ¿es esta estrategia inteligente y efectiva en estos momentos?

¿Reconoce el Presidente Trump que Irán es un actor relevante en el enfrentamiento solapado entre suníes y chiíes que embreta a varios países árabes y musulmanes?

Para disipar negros nubarrones que se perfilan sobre el país persa, intelectuales y otros con conocimiento sobre la política iraní deben reenfocar el análisis de forma que Trump y sus asesores comprendan mejor qué ocurre en esa nación donde existe una oposición, a pesar de la mordaza del régimen. La comunidad iraní exiliada en Estados Unidos desde la revolución liderada por Jomeini continúa financiando acciones de sabotaje a las autoridades actuales en un intento por forzar el cambio de régimen. Quizás es tiempo de evaluar riesgos y el impacto dañino que una campaña bélica en su país de origen acarrearía para sus conciudadanos y apostar por otras vías de reivindicación.

En el capítulo de las relaciones con Rusia, Trump incurre en incoherencias. Mientras que prodiga gestos amables hacia Putin, sufre las primeras discrepancias por temas mal resueltos como la anexión rusa de Crimea y las renovadas tensiones y enfrentamientos diplomáticos con Ucrania por la situación crítica en la región independentista pro rusa del Donbáss, importante cuenca carbonera densamente industrializada. Putin es ingenioso y audaz. Consultado por la anexión de Crimea recordó el pésimo antecedente del ex Presidente Bush con su invasión, sin aval de la ONU, a Irak en 2003. Basándose en este argumento Putin aduce reconocer los esfuerzos independentistas de Lugansk y Donetsk ya que el gobierno de Kiev ha perdido legitimidad, como lo hicieron Sadam Hussein de Irak o Muamar Gadafi de Libia.

Desafiando a un Trump novato en estas lides y a una Unión Europea debilitada y pendiente del proceso del Brexit, Putin dio un empujón esta semana a las pretensiones secesionistas de los pro-rusos, autorizando el reconocimiento oficial de toda la documentación que estas dos zonas independentistas del este de Ucrania emitan; desde partidas de nacimiento hasta pasaportes.

Es urgente que Trump acuerde con Putin cuestiones importantes. La guerra y drama humanitario en Siria continúan más allá del silencio y apatía de muchos medios. Europa observa preocupada las intenciones anexionistas de Rusia en Georgia y otros países otrora esfera de la acción rusa.

En ese sentido, los ataques de Trump a la OTAN socavan su cohesión y fuerza como institución, y constituyen un desatino que incomoda y disgusta a sus socios europeos. Trump no parece preocupado por mejorar su relación con Europa, a la que percibe como débil y ello a pesar de que la UE respaldó las últimas campañas bélicas estadounidenses en Medio Oriente, lo cual le acarreó no pocos disgustos.

Trump comienza a ser predecible. Forzará a compañías y multinacionales estadounidenses a generar empleo en su país, exigirá concesiones o pagos en especie a países como Japón o Corea del sur, que según su criterio abusan de la magnanimidad de Estados Unidos que debe defenderlos de vecinos belicosos.

En el frente del conflicto palestino-israelí, se produjo el esperado encuentro entre Trump y Benjamín Netanyahu, Primer Ministro israelí. Trump no se comprometió con ninguna opción manejada hasta ahora. El tono displicente en torno a un debate tan peliagudo, la creación de dos Estados o la inclusión de todos y cada uno de los palestinos, incluidos militantes de Hamas en un solo Estado, demuestra su falta de implicación con este conflicto que sigue dividiendo la escena árabe, mientras nutre el ideario de varios gobiernos de países de mayoría musulmana y de agrupaciones radicales que utilizan de manera oportunista dicha causa.

El gobierno de Israel no oculta su satisfacción por la llegada de Trump a la Casa Blanca, ya que genera un clima favorable para continuar con el actual status quo: ni la solución de un Estado es realizable, ni la de dos Estados sigue siendo viable. Además, la voluntad expresada por Trump de trasladar la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén pone en guardia a muchos países dentro y fuera de la región, que temen una escalada de violencia en especial de grupos radicalizados.

Y llegamos al cuarto frente; el combate al terrorismo de base islamista.

La persecución y eliminación de militantes y pseudo-líderes de Al Qaeda continúa dieciséis años después del fatídico 11-S. Y es que extirpar el germen del terrorismo ideológico requiere una estrategia multidimensional. Es un combate asimétrico que presenta una dura batalla en el plano psicológico.

Al Qaeda como Daesh (Estado Islámico por sus siglas en inglés) proliferan todavía gracias a la inestabilidad económica, política y la frustración social que debilita sociedades donde se han probado recetas del Fondo Monetario Internacional (FMI) a la par que sistemas de gobierno que han sido incapaces de resolver problemas estructurales de sus sociedades, condenando a las generaciones jóvenes a la trampa de la educación sin inserción laboral. Tanto en Túnez, país agrícola volcado al turismo como en el opulento Kuwait, el déficit democrático y de renovación política es igual de grave.

La erradicación de todo tipo de ideología extremista supone trabajar con las comunidades musulmanas asentadas en Estados Unidos y en Europa. No es negándoles el permiso de residencia o visado de entrada que se aleja el peligro sino educando en la tolerancia y el respeto al diferente. Se trata de construir otra imagen del “otro”. No desde la estigmatización ni tampoco desde el paternalismo. Misión imposible en la era Trump, o eso parece.

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