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Luis Eduardo González: Lector 3.0

Crítico y con un singular sentido del humor, Luis Eduardo González es una de las voces más esperadas antes, durante y después de las elecciones
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19 de noviembre de 2013 a las 19:12

Crítico y con un singular sentido del humor, Luis Eduardo González es una de las voces más esperadas antes, durante y después de las elecciones. Es sordo pero eso no le impide ser uno de los uruguayos que mejor interpreta a la opinión pública. Se autodefine como un lector empedernido y es de los que sabe leer entre líneas. Un lector de los de antes pero con visión 3.0

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Llegué al departamento donde está ubicada la consultora Cifra, y me recibieron en la sala en la que se reúnen con los clientes. Tomé asiento pero Luis, nombre por el que habitualmente lo llaman sus conocidos, me pidió que me cambiara de lugar ya que el reflejo de la luz que entraba por la ventana no le permitía leerme los labios. “Hable pausado, no es necesario que grite pero sí que lo haga lento”, me dijo. Sereno, pero con una mirada penetrante, apoyó sus manos sobre la amplia mesa de vidrio y esperó atentamente la primera pregunta. El Sordo, como le dicen sus amigos, es sumamente preciso en sus respuestas y me dio la impresión de que cada una de sus palabras tiene un porqué. “Me hubiese gustado haber tenido más tiempo con mis hijas, uno persigue tantas cosas a la vez. Quizá cambiaría los acentos. A esta altura de la vida me importa bastante más la familia que la profesión”. ¿Y antes?, le pregunto. ”Y cuanta más testosterona más podrido es uno”, sentencia.

Dificultad de enganche
Nació en Montevideo en el año 1945 y recuerda su infancia como un período difícil. “La relación con los niños de mi edad era complicada. No fue un problema de discriminación sino un tema de dificultad de enganche, de contacto con los otros chicos”, relata con una voz pausada. Sus padres advirtieron su enfermedad recién cuando tenía 4 años: “Era un pibe muy distraído. Hablaba bien gramaticalmente pero había muchas palabras que como no las entendía tampoco podía decirlas correctamente. Ese era un motivo de gran diversión para todo el mundo”. Sin embargo, nunca fue una persona introvertida. “Todavía recuerdo aquella vez que pregunté si las ovejas cuando eran grandes eran vacas. Eso fue interpretado como una señal de burrez, pero creo que fue una temprana muestra de espíritu científico”, reflexiona. Los veranos solía pasarlos en Rocha, ya que la familia era oriunda de ese departamento y “el médico le dijo a mis padres que un poco de aire de mar me iba a hacer bien”. Varias fueron las cosas que no pudo hacer durante su infancia a causa de la sordera, y que dificultaron el proceso de integración con sus compañeros de escuela y de liceo. “No podía hablar por teléfono y sigo sin poder. Años más tarde me di cuenta de que lo que pasaba era que no podía entrar en la sintonía fina de la comunicación. Siempre estuve fuera de los secreteos, de la conversación rápida y eso tiene su costo. Por eso nunca pude ser un estudiante normal”. ¿Aprendió la lengua de señas?, le digo y me mira como si la pregunta lo hubiese sorprendido. “Soy sordo pero socialmente es como si fuese un oyente. Estaba en el borde de la sordera profunda y cuando aprendí a leer y escribir automáticamente corregí mis defectos de pronunciación, y así me las arreglé. Soy un lector informal de labios, eso quiere decir que si usted se tapa la boca yo, con audífonos o sin audífonos, no puedo entender ni una sola de las palabras”. Advierte que la lectura lo ayudó a desenvolverse y probablemente sea por eso que se define como “un adicto” a ella. “Un tipo que se dedica a lo que me dedico tiene que leer. Paso no menos de tres o cuatro horas por día leyendo de todo”. Y me hace una afirmación repentina que no sigue el hilo de la conversación, pero que evidentemente para él es importante que entienda: “El problema básico es que no puedo participar de una conversación normal entre varias personas. Por eso no voy nunca a visitar clientes solo. Acá (por la consultora Cifra) no me dejan, y está bien porque es un riesgo. En los eventos sociales me aburro soberanamente básicamente porque no entiendo nada. Disimulo un rato pero después me aburro. Puedo tener comunicaciones multipunto con dos o tres pantallas a la vez pero no con dos o tres personas a la vez”, dice y me tomo mi tiempo para formular la próxima pregunta.

Soy socialdemócrata
Trabajó “haciendo changas” durante algunos años y después empezó a dar clases particulares de matemáticas. Su primer trabajo formal fue en Secundaria. “Hubo un concurso para ser docente de matemáticas. Me presenté, me fue bien y conseguí un lugar. Pero era imposible. Los gurises son feroces y enseguida le calan los puntos a uno. Mis clases eran un relajo tan espectacular que en el liceo había corrientes de curiosos que hacían cola para ver lo que ocurría (risas). Después de un año me di cuenta de que lo que estaba haciendo era absurdo y suicida. Algunas veces tenía la habilidad de motivarlos, un poquito, pero era un tipo tan raro y se podían hacer tantas cosas en el aula… La culpa obviamente no era de ellos sino mía. Entonces renuncié a todas las horas que tenía en el liceo y las concentré en lo que en aquella época se llamaban prácticos; ahí seguía el relajo, pero como eran muchachos mucho más grandes la cosa cambió”. Dio clases durante tres años más y decidió alejarse de la docencia, al menos por un tiempo. “Fue una época muy muy fea. Como todos los jóvenes de formación universitaria en aquel momento, yo también estaba en el negocio de cambiar la sociedad uruguaya”, me dijo cuando le pregunté cómo vivió la dictadura militar.“Tuve amigos que realmente se comprometieron mucho. El grueso de ellos fue la ola fundadora del Frente Amplio. De hecho fui uno de los fundadores del Comité Chucarro del Frente. Ya en aquella tierna y distante época era lo que probablemente se pudiera definir como un socialdemócrata y por eso me rechinaban las visiones más radicales que tenían muchos de mis amigos. Tuve grandes amistades, algunas de las cuales todavía conservo, otras con las cuales dejé directamente de hablar porque las diferencias eran demasiado grandes y eran tiempos calientes”, se aclara la garganta y continúa. “No estaba muy convencido de hacer la revolución. Básicamente pensaba que varios de mis amigos estaban locos. El Che Guevara estuvo en Montevideo por aquellos años y dio una conferencia en el Paraninfo. El tipo dijo, entre otras cosas, que los uruguayos no apreciábamos el orden político que teníamos, que mientras fuera posible votar, y por las buenas sacarse a las personas que no nos gustaban, teníamos que hacerlo de ese modo, ya que uno sabe cuándo suena el primer tiro pero nunca cuándo va a sonar el último. Y yo estaba totalmente de acuerdo con eso. Pero la mayor parte de la izquierda lo negaba en bloque. Argumentaban que acá (en Uruguay) la gente no elegía sino que era manipulada, y eso me parecía y me sigue pareciendo delirante. He visto amigos pasar de un lado a otro, pero sigo estando más o menos en el mismo lugar. Siempre fui un tipo más bien moderado y socialdemócrata porque soy uruguayo y latinoamericano, supongo”. Asegura que hoy casi todos los uruguayos somos socialdemócratas; políticamente liberales y económicamente no liberales, más bien pro estatistas ya que “pensamos que el Estado tiene que meter la mano y ser el escudo de los débiles. Hoy somos un país infinitamente menos polarizado del que éramos hace 40 años, gracias a Dios. Por eso debería ser más fácil gobernar de lo que parece a primera vista. Si todos estamos de acuerdo…”.

No sé si es una receta universal pero trabajar con mi mujer es una cosa fantástica. Tenemos más de 30 años juntos y no me arrepentí en ningún momento, y creo que ella tampoco. Si tuviera la oportunidad de hacerlo de nuevo, haría lo mismo.

Académico
Luis es politólogo, sociólogo, encuestador, escritor y profesor. Su pasión por la lectura y su afán de conocimiento lo llevaron a incursionar en diversos campos académicos y profesionales. En el año 1968 preparó un concurso para entrar al Instituto de Ciencias Sociales de la Facultad de Derecho de Montevideo. “Leía mucho y estaba en más de un grupo de estudio. Una amiga me pidió que la ayudase a preparar un concurso para entrar al Instituto de Ciencias Sociales y aunque ese no era mi métier me interesaba, así que concursé”. Mientras estudiaba se desempeñó como ayudante de investigación y años más tarde hizo su primer posgrado sin tener un título de grado. “Estudié en el Departamento de Ciencias Sociales de la Fundación Bariloche (Argentina). Un par de profesores (investigadores del Institutito de Ciencias Sociales) me dieron buenas recomendaciones y me aceptaron en el curso. Viví en Argentina dos años y medio. Después volví acá (Uruguay) y tuve un accidente de auto muy feo. Me quedó el costado izquierdo muy estropeado y me llevó tres meses de cama, seis meses con muletas, varias operaciones en la pierna izquierda pero sobreviví. Una vez recuperado me puse a evaluar la posibilidad de estudiar en Estados Unidos”, relata evidenciando su capacidad para afrontar las situaciones difíciles y transformarlas en desafíos. En el año 1988, siendo magíster en Sociología, se doctoró en Ciencia Política en la Universidad de Yale. “Era suicida irme a estudiar a Estados Unidos pero cuando uno es joven es muy suicida. En clase nunca entendí un pepino. Los estudiantes me ayudaban, me prestaban sus notas y como me faltaba ese aprendizaje informal tenía que leer mucho más que el resto”. ¿Y habla inglés?, le pregunto un tanto asombrada y con cierta admiración. “Escribo un inglés tolerable, mejor que el que muchos anglohablantes nativos de mi promoción. Hablo un inglés que se entiende, pero me doy cuenta de que tengo acentos medio locos”. Luis entiende que no todas las personas con discapacidad pueden lograr sus objetivos: asegura que para eso hay que tener un poco de suerte, ser lo suficientemente vivo y sobre todo transpirar mucho la camiseta. Confiesa que nunca se le ocurrió pensar que era un discapacitado hasta casi los 40 años. “Alguien me dijo que me iban a dar un premio por ser un discapacitado distinguido y yo me enojé. ‘¿Discapacitado yo?, tu madrina’, dije. Y después me hicieron entrar en razón y me dijeron: ‘Vos sentite como quieras, ese es tu problema, pero el asunto es que tu testimonio sirve para otras personas que están en tu misma situación’, y me convencieron. Fui a buscar el premio a Washington (Estados Unidos). Yo lo llamaba ‘el premio al opa distinguido’. Fue una lección espectacular, había mucha gente discapacitada y me sentí un discapacitado en broma, un discapacitado light”.

Analista mediático
Vivió cuatro años en Estados Unidos. Enviudó de su primera esposa y conoció a Adriana Raga, quien es su actual pareja y la madre de sus dos hijas. “Cuando volví con mi doctorado no pensaba dedicarme a las encuestas. Un viejo conocido, César Aguiar, había fundado Equipos Consultores y me acuerdo que me dijo: ‘Sordo, qué te parece si vos hacés de abogado del diablo, de consultor externo. No te pagamos un mango pero tenés acceso gratuito a nuestro banco de datos, y cerré el trato’. Eso fue en las elecciones de 1984. Luego pasó a ser socio de Equipos y a ocupar el cargo de director de Opinión Pública. “Jamás hasta ese momento había tenido la menor intención de hacer eso y acepté pensando en una cosa a medio camino entre la academia y el trabajo profesional”. A fines del año 1989 se hizo un gran evento de promoción de la consultora en el que se invitaron a muchos clientes. “En ese encuentro, que se desarrolló en el Parque Hotel, hubo un espectáculo: este sordo hablando de las elecciones que estaban por venir. Tenía muy claro que tanto los aciertos como los fracasos eran míos y por eso fue que dije que el próximo presidente iba a ser (Luis Alberto) Lacalle. Tras esa afirmación hubo grandes ruidos de las masas y les prometí que si le erraba cambiaba de empleo. Y se hizo un silencio terrible”. Lacalle efectivamente ganó esas elecciones y fue Presidente de la República. Ese año también debutó en televisión, en la pantalla del 12, canal con el que sigue vinculado hasta el día de hoy. “Fue una buena experiencia. Tenía una reputación que mataba a la gente con el aliento. Los miraba fijo y la gente se moría, pum”, dice bromeando. Al principio de la década de 1990 empezaron las opiniones encontradas y las diferencias con César Aguiar y decidieron “divorciarse”. “Primero fuimos conocidos, después semiamigos, socios y adversarios aunque al final nos amigamos. Tanto nos amigamos que empezamos a hacer cosas juntos fuera del país y nos divertimos como locos. Perdimos plata pero fue una experiencia espectacular. Hicimos juntos la campaña argentina de la reelección de Cristina (Fernández). Y ahí nos quedamos con la sensación de que teníamos que escribir un libro sobre Argentina desde la perspectiva uruguaya, pero él se murió y no sé si voy a poder”. ¿Pero tiene ganas?, interrumpo. “Es una cuestión de prioridades”, me dice y se queda callado. Y sigo con el interrogatorio: ¿Cuál es su prioridad hoy? “Si de escribir se trata no es escribir ese libro en particular”. ¿Y qué escribiría?, le pregunto, y me mira como resignado. “No hay que vender la piel del oso antes de cazarlo. Por favor, permítame guardarme esta piel en particular y veremos qué pasa”, me dice esbozando una sonrisa. Finalmente me doy por vencida, y mi silencio da lugar a una última reflexión: “Muchos me dicen que soy un iluso y que creo que tengo más tiempo disponible para hacer muchas más cosas de las que realmente puedo. Y la verdad es que tengo miedo de engañarme a mí mismo”.

Votamos como somos y somos lo que votamos. Frentistas, blancos, colorados, independientes; todos tendemos a pensar de la misma manera frente a los grandes problemas del presente y del futuro

Reflejo político
En el año 1992 Luis Eduardo fundó junto a su esposa, Adriana Raga, la consultora Cifra. “No sé si es una receta universal pero trabajar con mi mujer es una cosa fantástica. Tenemos más de 30 años juntos y no me arrepentí en ningún momento, y creo que ella tampoco. Si tuviera la oportunidad de hacerlo de nuevo, haría lo mismo”, afirma y se queda pensando en esas palabras. La faceta política es la más visible en las encuestas pero es la venta de servicios a las empresas lo que sustenta a cualquier empresa consultora. “Tengo perfectamente claro que la razón por la que soy una persona medianamente conocida es por la política, punto y aparte. Cifra no vivió nunca de la política. En términos estrictamente personales la política es lo de menos. La política electoral no es tan relevante, lo que interesa es la capacidad única que tienen las encuestas de sacar información de abajo y hacerla explícita arriba. Las encuestas bien hechas pueden establecer las ideas, las actitudes, las corrientes de opinión en el público y por lo tanto también identificar lo que la gente percibe como necesidades. En sentido amplio, las encuestas juegan un papel muy importante en los procesos de democratización social y eso es lo verdaderamente importante”. Asegura que su trabajo “no es una ciencia. Los cretinos que se llaman a sí mismo cientistas políticos es porque tienen complejo de inferioridad. En general uno no predice, uno hace conjeturas más o menos plausibles. Hay camisetas políticas muy fuertes y eso es muy estable. Cuando uno pule su arte de encuesta entiende mejor algunas cosas, tiene más información y por lo tanto su pronóstico se vuelve más preciso. Lo decisivo es mirar desde distintos puntos de vista y percibir alguna relación entre cosas que aparentemente no estaban vinculadas”, explica. Entrados ya en tema, le pregunto por uno de sus mayores aciertos profesionales: las elecciones de 1994, cuando tras una votación muy cerrada fue el primero en arriesgarse y anunciar que el próximo presidente de los uruguayos sería Julio María Sanguinetti. “Fue una elección complicada pero la recuerdo básicamente con satisfacción. Fue mi mayor acierto profesional y el punto de equilibrio previo al cambio del sistema de partidos uruguayos. La distancia entre el primero y el tercero era menos de tres puntos porcentuales, no era el mundo de antes ni tampoco el mundo que iba a ser después. El mundo en el que vivimos ahora nació en el año 1999. Esta elección fue el momento de la transición”, explica. La contracara, su “mayor vergüenza profesional” en Uruguay, fue en el 2009 cuando informó erróneamente que el plebiscito por la ley de Caducidad sería aprobado. “Fue un error difícil de aceptar, especialmente porque ya era un veterano. Eso me pasó por creer que el margen de seguridad era más alto del que verdaderamente era. Somos muy ‘mentirosos’ en esas circunstancias. Espero no volver a cometer una metida de pata de ese calibre”, reconoce. “Votamos como somos y somos lo que votamos”, me dice ya al finalizar la charla. “Frentistas, blancos, colorados, independientes; todos tendemos a pensar de la misma manera frente a los grandes problemas del presente y del futuro. El problema es el de Nacional-Peñarol. ¿En qué se diferencia un hincha de Nacional de uno de Peñarol?”, me pregunta. Y enseguida me dice: “En nada demasiado importante. Hay una camiseta. Hay diferencias de matices pero esencialmente es mucho más lo que tienen en común. Son el mismo bicho, la diferencia es la camiseta. Y las diferencias políticopartidarias se parecen muchísimo a eso. El animal que está debajo de cada camiseta partidaria es muy parecido”. Y dio lugar a la pregunta que tantas veces han hecho él y sus colaboradores a miles y miles de uruguayos: ¿A quién vota Luis Eduardo González? “Ese es un problema estrictamente personal e intransferible. Lo que le puedo decir es que he votado a los mayores partidos del país y no me arrepiento en ninguna de las oportunidades. Como dice Mujica: ‘En aquel tiempo era lo más sensato que podía hacer’. Si Mujica puede, ¿por qué yo no?”.

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