El presidente argentino, Mauricio Macri y el líder de la Unión de Trabajadores (CGT), Hugo Moyano. 

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Macri ofreció un pacto a Moyano para consolidar gobernabilidad

El mandatario teme que un desborde en las negociaciones salariales ponga en riesgo su plan
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15 de febrero de 2016 a las 05:00
Los íntimos del fallecido Néstor Kirchner suelen recordar que, en sus primeros días de gobierno, el expresidente decía que solo le tenía miedo a dos personas en Argentina: una era Héctor Magneto, el principal directivo del multimedios Clarín; la otra era Hugo Moyano, el líder de la central sindical CGT.

De esa manera, Kirchner hacía todo un diagnóstico sobre lo que significa el poder en un país como Argentina: mucho más que llevarse bien con los gobernadores provinciales o tener una mayoría propia en el Congreso, entendía que las bases de la gobernabilidad reposaban en una visión amable desde los medios y un acuerdo sindical que garantizara paz en las calles.

En consecuencia, pactó con los dos. Era notoria su antipatía para con ambos, pero también su capacidad de cálculo político para cimentar su gobernabilidad.

Tal vez esa haya sido la mayor diferencia que marcó su esposa, la ex presidenta Cristina Fernández, que gobernó casi todo su mandato en guerra declarada con Magneto y con Moyano. Claro, el contexto ya no era el mismo: la economía acompañaba, el peronismo estaba sólidamente alineado con el gobierno, las encuestas marcaban una alta popularidad personal y, además, Cristina había logrado tener algo que Néstor solo conseguía como un "favor" de Moyano: el apoyo militante en las calles y una dirigencia sindical que contuviera a las bases cuando había que topear los aumentos salariales.

En estos días que corren, el presidente Mauricio Macri está haciendo, a su modo, una reivindicación de la postura de Néstor Kirchner. En los últimos días, después de muchos años, Moyano y sus aliados traspusieron las puertas de la Casa Rosada para una reunión formal, que estuvo al tope de la expectativa política y mediática. Unos días antes, Macri se había encontrado a solas con el líder sindical en la residencia presidencial de Olivos.

Más allá de las coincidencias o desavenencias, el mensaje fue claro: como Kirchner en su momento, Macri estaba reconociendo su dificultad para gobernar sin un acuerdo con la rama sindical. Más concretamente, era una admisión de que la suerte del plan antiinflacionario estaba atada a la actitud que el sindicalismo tome en las próximas negociaciones para ajustes salariales, las famosas paritarias.

Los límites del apoyo

Pero la "buena onda" que la dirigencia sindical ha mostrado en estos días no está exenta de otro mensaje potente: el apoyo tiene su precio. Macri ya tomó nota de la necesidad de mostrar una gran "cintura política": el encuentro con Moyano estuvo a punto de naufragar por una causa aparentemente menor.

El dirigente camionero, irritado por la posibilidad de pérdidas de puestos de trabajo como consecuencia de una medida adoptada por el Banco Central, amenazó con suspender su asistencia. Luego se rectificó, alegando que "sería desubicado no asistir", pero dejó en claro cuáles son los límites que no está dispuesto a traspasar.

Una medida que en su momento pasó inadvertida, como la decisión del BCRA de suspender los envíos de comunicaciones bancarias por correo físico –y su sustitución por mensajes electrónicos–, se transformó de golpe en el principal escollo político para el "acuerdo social".

Ocurre que esa resolución –que parecía imposible de ser cuestionada en la era de la digitalización de la información y del cuidado medioambiental– pasó por alto un detalle importante: los trabajadores que trasladan los sobres con resúmenes de cuentas bancarias viajan en camiones y camionetas. Y están afiliados al gremio de Hugo Moyano.

Ergo, una medida que pueda afectar puestos laborales en el reparto de esos mensajes bancarios implica tocar a Moyano donde más le duele: en su base de asalariados encuadrados en el gremio camionero, que hacen su aporte financiero al sindicato y le dan la base de apoyo político.

Haya sido un error o una decisión deliberada, lo cierto es que la resolución del BCRA tuvo un "efecto gatillo", que hizo recordar al conflicto surgido en 2012, cuando en el conurbano bonaerense tambalearon contratos municipales con la recolectora de residuos Covelia, una empresa cuya propiedad siempre se le atribuyó al líder sindical.

Finalmente hubo llamados telefónicos a tiempo y promesas de revisar la medida. Pero la el episodio dejó una conclusión clara: hay un límite que la dirigencia sindical no está dispuesta a cruzar, y es su base de poder económico.

No por casualidad, en la reunión donde Macri solo quería hablar de paritarias e inflación, terminó hablándose sobre las deudas que Cristina Fernández le dejó al sistema de "obras sociales", las entidades de seguro de salud gestionadas por los sindicatos, que constituyen una de sus principales "cajas".

Primeros guiños

Hasta ahora, Macri puede jactarse de que la estrategia le ha salido razonablemente bien. Los dirigentes sindicales, a la salida de la Casa Rosada, tuvieron expresiones que denotaban su voluntad colaborativa y hasta mencionaron las palabras "cautela" y "prudencia" al referirse a las negociaciones salariales.

Antes de eso, claro, Macri había cumplido su parte: la promesa de una nueva ley de impuesto a las ganancias, en la cual se garantizaría que los salarios medios ya no serían alcanzado por uno de los tributos más impopulares de la era kirchnerista. Además, formalizó su disposición a aliviar el IVA a los alimentos de la canasta básica y a mejorar la asignación familiar.

Y hasta prometió sanciones duras a los comerciantes si no contribuían a una moderación en las subas de precios, que se dispararon tras la devaluación de diciembre.

El presidente no ahorró expresiones dramáticas en su intento de tocar la fibra sensible de los sindicalistas. Dijo en la reunión: "Todos los planteos que me hacen son sensatos. Los escucho y les doy la razón. Pero compréndame ustedes también a mí. Tomamos un país que era un avión cayendo en picada. Si ganaba Scioli, seguro que nos íbamos a estrellar. Ahora nosotros vamos a hacer lo imposible por nivelarlo y salir adelante, pero va a llevar un tiempo. Por eso les pido paciencia".

El objetivo macrista es que las paritarias no arrojen aumentos superiores al 30 por ciento. Los ajustes moderados son, en la visión del gobierno, la condición para que se pueda cumplir la meta de inflación de 25% para todo el año.

Por eso, la alianza con la dirigencia sindical ha ocupado el centro de la estrategia. Es, como había ocurrido en el inicio de la gestión Kirchner, un matrimonio por conveniencia. El electorado macrista profesa una manifiesta antipatía por todo tipo de sindicalismo, y en particular por el de origen peronista. Pero Macri, un poco por aprendizaje de su empresa familiar y otro poco por las lecciones de la historia reciente, entiende la situación: para un presidente que gobierna en minoría, el acercamiento a los sindicatos es una medida sobre la cual no hay discusión posible.

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