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Madres múltiples: mucho más que dos

Las madres de mellizos y trillizos comparten más que la rareza estadística de sus casos, comparten temores, interrogantes, inseguridades y felicidad multiplicada
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12 de mayo de 2017 a las 05:00

Por Matías Castro

Como puede asegurar casi cualquier madre cuyo hijo respira aire por primera vez en su vida, salir del hospital con un bebé en brazos puede ser una cuestión de amor y miedo a partes iguales, incluso más de miedo que otra cosa. Lo pueden decir muchas madres que tuvieron un solo bebé y también aquellas que tuvieron más de uno en el mismo parto, las conocidas como madres múltiples, para quienes el temor de la fragilidad se multiplica por dos, por tres o por más. En este reportaje les contamos la historia de cuatro madres que demuestran que tener más de un bebé a la vez no es tarea sencilla, pero tampoco imposible.

Salida a la luz

A principios de febrero de 2015 Karina abrió los ojos y recordó que estaba en la sala de un hospital, a pesar de que se sentía confundida por el efecto residual de la anestesia e incómoda por el dolor de la cesárea. Hasta unas pocas horas antes había tenido a sus mellizos en el útero, pero ahora no solo no estaban dentro de ella, sino que ni siquiera aparecían a la vista en el cuarto. Demoró en volver a "entrar en ambiente" y cuando tuvo más claridad para expresarse recibió la orden de no levantarse. Después de un día de espera interminable, su esposo la llevó en silla de ruedas a la unidad neonatal para verlos en persona por primera vez y comprobó que, efectivamente, eran dos bebés sanos de 1.5 kilos más o menos, pero que requerían cuidado especial.

"La gente no te manda flores, porque muchas veces tiene miedo", dice Karina sobre esas circunstancias, ahora que sus hijos gatean por toda la casa. "Tampoco van a verte. Ahora entiendo que tienen razón, porque hay una posibilidad de que el bebé fallezca". Sus hijos habían nacido en la semana 30, cuando lo normal es que mellizos y trillizos nazcan en la 36, por eso en la sala de cuidados estaban conectados a sondas y monitoreados constantemente en incubadoras. Un día después del parto a ella le dieron el alta pero a sus hijos los dejaron ahí.

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Poner un pie en su casa, pero sin ellos, fue por lo menos incómodo. Durante casi dos meses, ella y Gastón, su marido, volvieron a diario a la sala de cuidados para acompañar en jornadas maratónicas a Valentino y Estéfano, que evolucionaban normalmente. Las enfermeras y nurses les enseñaron a atenderlos con el equipo médico del lugar, para que no quedaran como espectadores. De todos modos, les aclaraban que el diagnóstico era día a día, porque no había forma de garantizar la evolución de los niños. Finalmente, les dieron de alta y se mudaron a su casa en el Cerrito de la Victoria, en la que extremaron las medidas de higiene y cumplieron a rajatabla con todos los protocolos.

La impresión de aquel primer encuentro con sus mellizos en la unidad neonatal le dejó tantos miedos que, a pesar del éxito con el que los cuidó durante el primer año, empezó terapia con un psicólogo para superar sus temores. "Si los mismos médicos te dicen que el ser humano es uníparo, desde el vamos (el embarazo de mellizos) tiene que ser considerado un embarazo de riesgo, que puede dejar secuelas a lo largo de la vida. Y como mamá, te deja más vulnerable", subraya.

Tres son multitud

Leticia es una de las coordinadoras del grupo de Facebook "Papás y Mamás Múltiples Uruguay", tiene 30 años y es madre de los trillizos Felipe, Rocío y Olivia, de 1 año de edad. Nacieron en Montevideo, en la semana número 34 de su gestación, lejos de su casa en Solís de Mataojo, Lavalleja. En las últimas etapas del embarazo ella usaba mucho una silla de ruedas porque debía guardar reposo. Se había mudado a lo de su hermana en Montevideo y su esposo, que seguía con su trabajo, venía los fines de semana.

Después del parto, Leticia tuvo que hacer lo mismo que Karina y dejar el hospital para irse a lo de su hermana. "Fue traumático, porque aunque te lo proyectes, te encontrás con otra cosa. Pesaban 1,3 kilos. Cuando dejás el hospital te vas con los brazos vacíos y sentís que los abandonás". A pesar del agotamiento y la recuperación de la cesárea, llegó a tomar hasta tres ómnibus para ir al hospital todos los días mientras estuvieron ahí.

"Cuando me los dieron, con el alta, sentí miedo", cuenta. "En ese momento pasás de ser la madre a ser la protagonista de algo. Antes estaban las enfermeras y los doctores haciéndose cargo de los cuidados, los alimentaban por sonda y ni siquiera tomaban de una mamadera. Cuando los tuve, no me quería ir y dejar todo eso". Pero no había otra opción, así que con su marido y los tres retoños se volvieron a Solís de Mataojo, donde empezaron una nueva vida pero con sus trabajos de antes.

La compañía del útero

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La cosa era muy distinta a principios de la década de 1990, cuando Laura quedó embarazada de Agustina, Camila y Rodrigo. "Lo mío era lo raro, lo diferente", cuenta hoy con la tranquilidad que le da la distancia temporal. "No me sentía sola. Además, mis amigas me ayudaban con ropa, porque económicamente es un bajón. Y tenés que ser muy organizada, pero como era secretaria bilingüe, tenía experiencia y me armaba sistemas para ordenarme. Delante de cada cuna tenía una planilla en la que anotaba cuál de los tres mamaba y cuál hacía caca", cuenta.

A pesar de que el sistema de salud no contemplaba su caso de un modo especial, ya que tuvo una licencia por maternidad común y corriente, ella se movió con normalidad hasta el último día y no tuvo náuseas. Para los registros, no había formularios adaptados a trillizos y las ecografías no mostraban el sexo. El parto se produjo a las 32 semanas, los bebés no necesitaron estar conectados a respiradores y pesaron 1.5, 2.1 y 2.5 kilos. Ella, que tenía 28 años, vivió lo opuesto a lo que atraviesan la mayoría de las madres y adelgazó mucho. Como los cuidados que requerían eran menores, estuvieron solo quince días en el hospital, aunque Camila se quedó ahí una semana más. "Fue tremendo, porque sentía que la estaba abandonando".

"Lo primero que mi madre y mi hermana me dijeron fue que no los vistiera igual ni hiciera las mismas cosas con los tres", recuerda y agrega que al ser tres no se pueden disfrutar tanto como si fuera uno. "Como crecen pegados, pierden mucha identidad. Por eso los mandé a colegios separados durante la escuela, cosa que me costó unas cuantas discusiones en la familia. Hasta que un día Camila volvió radiante de la escuela y me contó emocionada que en el pizarrón le habían puesto un cartel de feliz cumpleaños para ella".

Volver a empezar

Patricia vive en Maldonado y atesora un recuerdo de dos meses desde hace siete años. Tiene dos hijos grandes de un primer matrimonio, Nahuel (21) y Mateo (16), y de su segunda pareja quedó embarazada de los mellizos

Zahir y Jazmín. "Cuando era chica quería tener mellizos, tanto que hasta tenía dos muñecos iguales", cuenta Patricia. En su caso la cosa fue hereditaria y hasta previsible en cierto punto, ya que su abuela tenía hermanas mellizas y su padre tenía también mellizos, aunque la herencia llega por vía materna. Sin embargo, de sus 50 primos, ella fue la única que tuvo un embarazo múltiple.

Como el padre de los mellizos era argentino, ella se mudó a Buenos Aires junto con sus dos hijos más grandes. A las 36 semanas del embarazo fue internada porque los protocolos médicos lo indicaban y así descubrieron que Jazmín tenía tres vueltas del cordón umbilical alrededor del cuello. Con una cesárea los niños nacieron y evolucionaron, pero a los dos meses, Jazmín falleció repentinamente. "Si hubiera estado en Uruguay, no la hubiera tenido esos dos meses en mis brazos", dice con seguridad. "No me arrepiento. Fueron los mejores dos meses de mi vida cuando tuve a los cuatro juntos". En los primeros tiempos después del fallecimiento, Zahir se revolvía inquieto buscando a su hermana y Patricia tuvo que encontrar formas de adaptarlo a nuevos espacios.

Tiempo después, como sucede con muchas parejas que atraviesan una situación así, se separaron y ella volvió a Uruguay con sus tres hijos. "Creo que lo que más me ayudó en ese momento fue estar en mi país, con mi gente. Si no hubiera sido por eso, sin la contención, no hubiera podido empezar de nuevo", relata. Primero consiguió un trabajo administrativo en una cadena de supermercados y después entró a la cárcel de Las Rosas como operadora penitenciaria, cargo en el que se ocupa de hacer valer los derechos de los internos, de atenderlos y de cuidar que los servicios les lleguen en condiciones.

Para criar a Zahir después de la pérdida de su hermana, optó por evitar subterfugios y explicarle de un modo en que pudiera aceptar la idea y aprender a convivir con esa ausencia. "Al año y medio él mismo le contó a la pediatra que tenía una hermana que estaba en el cielo. Cuando me preguntó, le hablé de la forma más natural posible, porque había cientos de fotos y videos de Jazmín".

Gestas anunciadas

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Del mismo modo que Patricia, Laura soñó de chica con la maternidad y no se siente mal si se le dice que era como el personaje Susanita, la amiga de Mafalda. Leticia, por su lado, cuenta que también se proyectaba con una gran familia, de cuatro hijos como mínimo (y recibió tres de una sola vez). A Karina, en el Cerrito de la Victoria, su abuela le decía desde chica que iba a tener mellizos y se lo repitió siempre, cosa que parecía rara, ya que no había antecedentes familiares. Lamentablemente, falleció antes del embarazo, así que nunca pudo comprobar que su profecía era cierta.

"En lo que a mí respecta, el embarazo múltiple se piensa desde lo económico, porque todos los gastos son dobles", confiesa Karina. De todos modos, como hacen muchas familias, se ajustaron e incluso ella optó por dejar su trabajo, ya que conservarlo implicaría usar todo su sueldo para mantener a los niños en su ausencia, y sumarse más trajín en la vida diaria. "Yo era de las que decía que era independiente, que sin trabajar no podía vivir". Hermanas, cuñadas, madres y, por supuesto, esposos, son las principales ayudas que reciben estas madres.

"Lo que me ha costado es que soy una persona comprometida con el trabajo y lo que hago", confiesa Leticia, "Pero ahora, si a la hora de ir al trabajo le pasa algo a los trillizos, tengo que quedarme con mi cuñada para ayudarla. Si hay que llevarlos al médico mi marido y yo tenemos que faltar al trabajo para traerlos a Montevideo. Todo es nuevo. El único objetivo es darles mucho amor y que sean niños felices. Como uno no está preparado para ser padre, es una cuestión de ensayo y error".

Rarezas de la especie

Todas estas madres son "bichos raros". Al menos desde el punto de vista estadístico y el biológico. Por un lado, la especie humana está preparada para gestar un bebé a la vez, ya que el útero se distiende demasiado rápido para su capacidad funcional (cosa que causa contracciones). Por otra parte, los datos del Ministerio de Salud Pública, medidos entre 1996 y 2015, indican que los mellizos constituyen el 2.1% de los embarazos y los trillizos el 0.04%. En ese período en Uruguay hubo 930.168 nacimientos únicos, 20.425 de mellizos y 364 de trillizos.

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