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Market friendly, pero sin dólares

Macri recibió elogios por sus reformas pro mercado, pero los inversores dudan
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25 de septiembre de 2016 a las 05:00
La vocación "vendedora" de Mauricio Macri alcanzó su grado máximo en las últimas semanas, cuando en una seguidilla de apariciones frente a empresarios, inversores, banqueros y diplomáticos de los países desarrollados se dedicó a exponer las virtudes del país para hacer negocios.

Fue, como se dice en la jerga financiera, un verdadero road show protagonizado por el presidente argentino, quien tras el exitoso foro de negocios en Buenos Aires denominado "Mini Davos" viajó a Nueva York para participar en la Asamblea General de Naciones Unidas. Allí, fue protagonista de otro encuentro en la bolsa neoyorquina. Y, tal como había hecho en el verano pasado en el célebre foro de Davos y luego en las reuniones cumbres con Barack Obama y la del G20, su discurso ante la ONU tuvo un único cometido: resaltar el cambio de forma y fondo respecto de la era kirchnerista.

Macri ha hecho una de sus prioridades mostrarle al mundo el giro market friendly de un país que en el primer mundo es percibido como ejemplo paradigmático de populismo. No le resultó difícil mostrar ese cambio: basta con el hecho de recordar que bajo su gobierno Argentina canceló la deuda con los llamados "fondos buitre". O que el país acaba de recibir una misión del Fondo Monetario Internacional por primera vez en una década.

Pero, sobre todo, para graficar "la vuelta de Argentina al mundo", a Macri le alcanzaba con diferenciarse del discurso de su antecesora. Cada vez que Cristina Kirchner debía exponer ante las Naciones Unidas, lanzaba una proclama furibunda en contra del mercado de capitales, al que definía como "casino". En todas sus intervenciones, la expresidenta criticó al FMI, a las agencias calificadoras de riesgo, a los bancos de inversión, a los "fondos buitre" y a los gobiernos que propiciaban las recetas de ajuste. En otras palabras, un discurso hostil hacia el mercado financiero internacional y a las políticas de libre flujo de capitales.

Con Macri, el discurso es exactamente el opuesto. En un momento en el que el mundo "se argentiniza", la Argentina vuelve a recitar el credo liberal. El presidente ni siquiera se privó de mostrar sus preferencias en la disputa electoral estadounidense: en una reunión con Bill Clinton le dijo que esperaba poder recibirlo, en su condición de "primer marido", el año próximo en la Argentina cuando se realice allí la reunión cumbre del G20.

A juzgar por los gestos y elogios que recibe, a Macri le está saliendo bien la jugada. Hacía mucho tiempo –probablemente desde Carlos Menem en los 90– que un mandatario argentino no era tan "mimado" por el establishment financiero: tras la exitosa convocatoria del "Mini Davos", Macri participó en otro encuentro con empresarios, organizado por el Financial Times. Y se anunció un nuevo foro para el año próximo, convocado por la influyente revista The Economist, que acaba de hacer un pronóstico optimista de cuatro años seguidos de crecimiento para la economía argentina.

Hay, sin embargo, un punto oscuro que sigue incomodando a los funcionarios macristas: los elogios no terminan de verse reflejados en inversiones concretas.

Como se encarga de machacar la oposición, la economía no se recupera a la velocidad prometida, ni en el plano de la estabilización de precios ni de aumento de la actividad.

Domingo Cavallo –criticado pero siempre influyente– acaba de advertir que la suba de 0,2% en los precios registrada en agosto no debe inducir a creer que la inflación está bajo control, y puso la lupa sobre peligrosos indicios de rebrote inflacionario en alimentos.

Y en cuanto al crecimiento, el 3,5% previsto por el gobierno para el año próximo no deja de ser modesto, tras la recesión de este año.

Pero los números lucen peores cuando se ve el peso de la inversión externa directa. En los últimos cuatro años ese nivel estuvo alrededor del 1% del PBI, una cifra muy pequeña si se compara con otros países de la región, como Chile, por caso, que recibe inversiones por 8% de su economía.

La esperanza macrista apuntaba a que solamente con el cambio de discurso y de expectativas de los mercados esa situación se revertiría. Estimaciones de analistas privados creen que no debería ser demasiado complejo pasar del exiguo monto de US$ 10.000 millones de inversión externa actual a otro de US$ 25.000 millones.

Es la famosa "lluvia de dólares" que el macrismo prometió en la campaña electoral y que por ahora ha valido más ironías de la oposición que resultados.

Por más que los funcionarios se esmeren en sostener que hubo anuncios de inversión por
US$ 40.000 millones, lo cierto es que tres cuartas partes de esas promesas corresponden a proyectos que ya estaban en marcha desde la gestión K. Y que una cosa es el anuncio y otra es el desembolso.

El gobierno es consciente de que, todavía, hay resquemores por parte de los empresarios. Es por eso que se pone énfasis en remarcar los cambios para una mayor seguridad jurídica –lo cual implicará también medidas de flexibilidad en legislación laboral–.

Pero el problema no termina ahí. Los inversores ya saben sobre el potencial de Argentina, sin necesidad de que los funcionarios se lo remarquen. Lo que genera dudas es la política: todavía no están convencidos de que los cambios en curso sean parte de una nueva etapa del país, con bases firmes y perspectiva de continuidad, o si esta fase será apenas una transición hacia otro gobierno proteccionista.

Eso es lo que explica que, en cada foro internacional donde le toca hablar, ahora Macri se refiera a la situación electoral argentina y se autoasigne altas chances de ganar las legislativas de 2017. "El PRO va a hacer una elección maravillosa", había dicho en el "Mini Davos". Y luego, en Nueva York, remarcó que lo que está haciendo su gobierno es el resultado de un deseo de cambio de "la gente", que con su voto "decidió terminar con una década de populismo".

Ahí está la confesión tácita sobre el punto débil del discurso macrista: todavía no es creíble que la mayoría de los argentinos quieran dejar atrás el populismo y renunciar a los subsidios, el cierre comercial, el dólar artificialmente barato, los controles de precios y demás clásicos de la economía cerrada.

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