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Medio siglo ablandando ladrillos y aprendiendo a darle cuerda al reloj

Este mes se cumplen 50 años de la publicación de uno de los libros más irreverentes de Julio Cortázar, Historias de cronopios y de famas, una obra que enfrentó las miserias de la rutina y del sentido común
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24 de febrero de 2012 a las 20:21

Tenía razón Juan Carlos Onetti cuando dijo que Julio Cortázar fue un escritor que “abrió un boquete respiratorio en la literatura, tan anciana, la pobre”. Y para comprobar esto basta leer el primer texto con el que abre Historias de cronopios y de famas, que este mes está cumpliendo sus primeros 50 años de vida haciendo reír a diestra y siniestra.

“La tarea de ablandar el ladrillo todos los días, la tarea de abrirse paso en la masa pegajosa que se proclama mundo, cada mañana topar con el paralelepípedo de nombre repugnante, con la satisfacción perruna de que todo esté en su sitio, la misma mujer al lado, los mismos zapatos, el mismo sabor de la misma pasta dentífrica, la misma tristeza de las casas de enfrente (…) Meter la cabeza como un toro desganado contra la masa transparente en cuyo centro tomamos café con leche y abrimos el diario para saber lo que ocurrió en cualquiera de los rincones del ladrillo de cristal. Negarse a que el acto delicado de girar el picaporte, ese acto por el cual todo podría transformarse, se cumpla con la fría eficacia de un reflejo cotidiano. Hasta luego, querida. Que te vaya bien”.

Así, sin concesiones, Cortázar pega duro en el arranque de uno de sus libros más emblemáticos, en el que tomó partido por la imaginación y el humor corrosivo, sobre todo en aquello que se refiere a las miserias cotidianas y del sentido común. Es más, en cada uno de los cuatro capítulos del libro –Manual de instrucciones, Ocupaciones raras, Material plástico e Historias de cronopios y de famas–, este escritor argentino, fallecido en París en febrero de 1984 a los 69 años de edad, hace de la literatura un verdadero juego en el que los que participan –tanto él como los lectores– pueden salvarse del tedio y del aburrimiento. ¿Por qué? Porque en este libro Cortázar dejó que se colara toda su frescura, que a su vez se mezcló con un poco de pimienta y sal surrealista, dando como resultado un plato rebosante de sueños y maravillas.

Este hombre con cara de niño perverso, según lo describió Gabriel García Márquez, con los ojos tan oblicuos y diáfanos que habrían podido ser los del diablo si no hubieran estado sometidos a los dominios del corazón, inventó en Historias de cronopios y de famas un mundo literario imposible de clasificar, porque él mismo era poco amigo de los encasillamientos y no solía tener en cuenta los géneros literarios al momento de sentarse a escribir.

El punto es que transcurrido medio siglo de la edición original de este libro –publicado en Buenos Aires por Ediciones Minotauro, que en aquel entonces dirigía el mítico editor Paco Porrúa–, su vigencia sigue intacta. ¿Por qué? Porque sigue fascinando a jóvenes y adultos por igual. De hecho, tanto en Uruguay como en el resto de los países de Latinoamérica, el autor de Bestiario, Todos los fuegos el fuego, La vuelta al día en ochenta mundos y Nicaragua tan violentamente dulce, entre muchos otros títulos, sigue siendo uno de los más vendidos. Tanto es así que solo en Montevideo, Rayuela, una de las novelas más influyentes de la literatura hispanoamericana contemporánea y que en 2013 también cumplirá 50 años de vida, sigue vendiéndose como pan caliente. Porque más de 800 ejemplares al año es eso, pan caliente para una literatura que cada vez más necesita de personajes como los de Historias de cronopios y de famas, personajes sinvergüenzas, atorrantes y capaces de hacer bromas espantosas.

Desordenado, idealista, sensible y poco convencional, Cortázar supo darle a las palabras su propio aroma y color, impregnando en cada una de ellas una musicalidad única y pasajera. En esta andadura de hacer de la literatura un aspecto lúdico de la vida, Cortázar creó uno de los universos narrativos más innovadores y originales de su tiempo, desde el cual invitaba a los lectores a ponerse del lado de los cronopios o de los famas.

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