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Mi Habana

Cuerpo & Alma
Mi Habana

Si abrimos nuestro corazón, La Habana te brinda su belleza interior. Su autenticidad y su gente. Este último, su legado más importante

mayo 19, 2017

 

 

 

 

Por Dolores de Arteaga

 

La Habana se dibuja, crece, se define,
sobre el cielo luminoso del atardecer.
Y con esa visión que se precisa, extiende y profundiza,
se afirman los valores eminentemente espectaculares de la ciudad.

Alejo Carpentier

 

Desde que el avión despegó de La Habana, supe que iba a volver. Miré por la ventana, el avión carretear, y de repente me invadió una sensación de nostalgia. Por lo que dejaba, y quizás nunca lo fuera a ver de vuelta… O igual. Y por lo que me había quedado por ver, que capaz no lo llegara a conocer nunca.   

En fin, tres meses después, me encontraba caminando por la ciudad más entrañable del mundo. De mi mundo, al menos. Convencí a dos de mis amigas del alma, y partimos rumbo a la capital cubana. La idea era vivir La Habana a fondo. Pero sin apuro. Integrando nuestros ritmos a los suyos. Fundiéndonos en la ciudad caribeña con más “tuco” que cualquier otra. Ese “tuco” al que se alude mucho en la jerga musical y que yo utilizo para adjetivar a alguien o algo que tenga características muy suyas, personalidad, onda, fuerza, pasión.

 

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“Tres meses después, me encontraba caminando por la ciudad más entrañable del mundo. De mi mundo, al menos”

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“Dos días en La Habana te alcanzan y te sobran”, me había dicho alguna que otra persona, antes de mi primera vez. Para mí, fueron sólo el comienzo de una gran vivencia. Su gente, con esa inocencia de niño chico. Transparente como el mar que los rodea. Pícara. Con una alegría que sobrevuela cualquier tristeza. Y tan buena, que de a momentos no se sabe si el habanero habla en serio o si te está tomando el pelo. Era el penúltimo día en la ciudad, y los billetes comenzaban a escasear. Sólo en contados lugares aceptaban tarjeta de crédito. Entré en una librería y me “encachilé” con dos libros. Costaban 10 y 20 cuc (peso convertible cubano),  respectivamente. Me acerqué al cajero, y le dije: “Me enamoré de estos dos libros, pero mañana vuelvo a mi país y casi no me queda plata. Pero me los quiero llevar, de verdad…”. El hombre, sin alardear, me respondió: “Dame 25 centavos por cada uno.” Yo no lo podía creer. Lo primero que atiné, fue a decirle: “¡¿Es un chiste?! Pero me los estás regalando…”

 

 

 

 

Los cubanos apelan a una imaginación sin límite a la hora de elegir nombres para sus hijos. Anaimis, Rey, Elizabet Reina, Odeysis, Yunier, Leidy, Regla, Oz, Venus, Niquelis, son algunos de los tantos nombres que llegaron a mis oídos. Son como un “sueño de una noche de verano”, como digo yo, “dicharacheramente”, cuando algún término o alguna situación me parece insólito. Y es que, en La Habana, uno parece estar en constante estado de ensueño, a medida que uno va abriendo su alma a la ciudad.

 

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“Y es que, en La Habana, uno parece estar en constante estado de ensueño, a medida que uno va abriendo su alma a la ciudad”

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Sí. Un sueño alocado me pareció vivir cuando visité La Guarida. Un restorán que a mi entender, por lo que llevo recorrido hasta el momento, es el mejor del mundo. Suena paradójico que un espacio gastronómico de esa envergadura se encuentre en un país prácticamente bloqueado al mundo. Abierto al público desde hace 21 años, en el tercer piso de un palacio del siglo XX, recibe a diario a comensales de todas las nacionalidades. Es un edificio de familias, en el cual los vecinos conviven con los quehaceres cotidianos del restorán, donde en el año ’93 se filmó la película Fresa y Chocolate.

 


 
 

Cuando nos estábamos yendo, después de bajar una belleza de escalinata de mármol, nos equivocamos de rumbo y entramos a la casa del artista Yunier Díaz, admirador de la cantante cubana Maggie Carlés, radicada en Miami, a quien le había dedicado una suerte de “altar”, repleto de fotos, flores y vestidos que habían pertenecido a ella. En un rincón de su casa, nos improvisó un show donde el histrionismo y la voz alzada fueron protagonistas de una velada que parecía no tener fin. Al despedirnos, Yunier nos dijo: “Fue una noche especial para mí, me pareció que cantaba para multitudes.”

 

 

 

Día a día, visitamos escuelas, hospitales. Recorrimos sus calles y sus barrios incansablemente. Caminando. A veces en bici-taxi. Y otras en coco-taxi. Tertulias callejeras. Charlas con café en mano, o, por qué no, con un plato de arroz y frijoles, sentadas en hogares de gente que probablemente nunca más volveríamos a ver. Personas que, con toda naturalidad, nos veían y nos invitaban a pasar un momento “rico”, generosa y desinteresadamente. Simplemente, porque pasábamos caminando frente a sus casas. Es que La Habana es así. Puertas abiertas. Tanto metafórica como literalmente. Porque las puertas y las ventanas de las casas de verdad están abiertas de par en par, a la hora que uno pase. Y ahí uno se cuela en sus vidas. Escucha pedazos de historias. Y reconstruye el resto. Tejiendo diferentes desenlaces y finales.

Cuba nunca fue libre. Y su población tampoco. Desde la época colonial lucharon por este derecho. Primero bajo las alas de la corona española, desde el descubrimiento de América. Luego, bajo el dominio de Estados Unidos, que culminó con la dictadura de Fulgencio Batista, derrocada por la Revolución del ’59 y el triunfo de Fidel y sus compañeros de la Sierra Maestra. Irónicamente, dentro mío, en esos días en La Habana nunca respiré tanta libertad. Libertad en el sentido más amplio de la palabra, con toda la subjetividad y lo relativo que implica hablar de la auténtica libertad de un pueblo.

 

 

 

El clima juega un papel fundamental en el carácter de los habaneros. Sol. Calor. Y, a ello, hay que sumarle la música que suena las 24 horas del día. Uno nunca sabe de dónde viene el sonido. Hasta las bici-taxis se las ingenian para hacer sonar algún parlante. Las notas de la bachata, la salsa y algún que otro repiqueteo de tamboriles, se fusionan en una alegría y algarabía interminable. Contagiosa. Los bailes callejeros, tanto de locatarios como de turistas, no escapan a ningún género musical. El cuerpo se te empieza a ir solo…

 

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“Charlas con café en mano, o, por qué no, con un plato de arroz y frijoles, sentadas en hogares de gente que probablemente nunca más volveríamos a ver”

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La vista no descansa en la capital caribeña. Su arquitectura colonial no lo permite. La maravilla del desorden. Del caos. La belleza no lineal. Sus fachadas de colores. Gastadas, descascaradas. Entremezcladas con palacios del siglo XVI que nos dejan sin aliento. Con patios y balcones internos, donde las plantas cuelgan como lianas y donde los aljibes cobran un protagonismo único.

De a momentos me invaden los pensamientos. Cuanto más miro al pueblo cubano, más pienso “qué estamos haciendo mal”. Mientras en el resto del mundo corremos detrás de la “plata”, como un hámster dentro de su rueda, a veces sin saber por qué ni para qué, ver a esta gente tan feliz con tan poco, me hizo cuestionarme mucho. Ver la vida con otros lentes. 

 


 
 

Y la conexión a Internet casi nula, paradójicamente, hace que la gente esté comunicada. De verdad.

La Habana y su realismo mágico. Inexplicable si no lo vivís. Donde lo descabellado toma forma y cuerpo. Y se vive como algo natural. Así como la galantería de los hombres, ya perdida por estos “lares” rioplatenses. Como me llegó a comentar, entre risas, Martha Cortés, una amiga habanera: “¡Acá los hombres son la candela!” Y tiene razón, porque la inocencia cubana también invade el terreno de los piropos callejeros:“¡Ay mamacita, tanta carne y yo sin dientes…”; “¿De qué fábrica de muñecas salieron estas bellezas?” Ante tanto desparpajo, lejos de enojarnos, las carcajadas eran inevitables.

Definitivamente, la tierra del escritor Alejo Carpentier, de José Martí y de Joseíto Fernández, compositor de la famosa Guantanamera, es mi lugar en el mundo. Un lugar que se empieza a extrañar antes de abandonarlo. Es que en ella dejé un pedazo de mi corazón. Una ciudad que me sensibilizó hasta lo más profundo de mi ser. Porque pude ver su autenticidad. Es que La Habana “no quiere ser”, sino simplemente es. Esa es mi Habana. La Habana que yo viví y que traté de transmitir en esta nota…

 

 

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Acerca del autor

Me llamo Dolores de Arteaga y soy del 70. Amo la vida, con sus dulzuras y sus sinsabores, con mi pasado y mi presente. Tengo un largo camino recorrido como mujer y como ser humano, con todo lo que estas palabras implican. Fui niña y adolescente. Soy hija y madre, mujer de mi marido y amiga. ¿Mi marido? Mi pilar, el compañero que elegí desde que lo conocí, que nunca me cortó las alas para volar. ¿Mis hijos? Son lo más importante y fuerte que me pasó desde que nací. ¿Mis amigas? Son del alma, fueron mi propia elección, son mi otro yo, ven la vida con mis mismos lentes. sobremi Fui maestra, dueña de una tienda de segunda mano y ahora soy bloggera. Siempre digo que mis ciclos duran diez años; me gustan los cambios, reinventarme cada tanto. Me parece que las mutaciones forman parte del movimiento y de la riqueza de la vida. A partir de los 40 sentí que estaba empezando la otra mitad de mi existencia y se me despertaron gustos e intereses que quizás estaban dormidos. Me siento más entusiasta ahora que a los 20. Se preguntarán “¿qué se le dio por hacer un blog?”. Tengo intereses de todo tipo. Considero que leer es uno de los placeres de la vida, que el arte nos estimula los sentidos y que viajar nos enriquece el intelecto y el alma. Siempre me gustó descubrir la otra cara de las ciudades, hacer hallazgos donde no es fácil identificar a primera vista, descubrir y redescubrir lugares, conocer a la gente, estudiar la naturaleza humana en sus diferentes realidades, hurgar un libro hasta el cansancio, improvisar críticas de cine de lo más personales con amigas, salirme del clásico circuito pautado por unos pocos y estar pendiente de qué se puede hacer acá, allá o donde fuere. Pero sobre todo, me gusta reírme, y si es a carcajadas, mejor todavía. También soy una máquina de registrar datos. Siento un disfrute especial cuando lo hago. Mis amigas me llaman las “páginas amarillas”. Y hasta acá llegué para no aburrirlos hablándoles de mi. ¡Entren a descubrir el blog! ¡Para mí es un verdadero disfrute hacerlo!

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