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Mi hijo: ¿es inquieto o hiperactivo?

La importancia de diferenciar estos dos términos
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15 de marzo de 2016 a las 06:54

Hay veces en las que la precisión en el lenguaje no importa mucho. Personalmente no me cambia nada que algo sea azul-cobalto o azul-acero. Pero hay otras situaciones donde más vale pensar lo que se dice, porque las palabras son mensajeras de muchas más ideas de las que puede parecer a simple vista.

Llamar "hiperactivo" a un niñito de cinco años que se aburre en un viaje largo o que corre entre las mesas de un restorán a la hora de los postres y la sobremesa puede traducir más la ignorancia y la poca tolerancia de quien está tipificándolo que al niño en sí. Si además quien dice "hiperactivo" lo hace con voz de crítica, poniendo los ojos en blanco y mordiéndose el labio, estamos en una grave situación de desencuentro entre lo que se cree y lo que es en realidad un niño normal.

A veces parecería que algunos adultos se olvidan de que los niños son seres aún en formación y maduración y que hay muchos frenos que no están aún instalados porque son niños normales. Asústense de los niños demasiado quietos, sedentarios, obedientes y apáticos. Los niños normales corren, hacen ruido y tocan lo que les llame la atención aunque no se pueda. Sí, ya sé que eso puede exasperarnos o agotar nuestra paciencia, pero así son los niños...

También es cierto que hay niños más inquietos que otros. A algunos y algunas ya desde pequeños les gusta más correr y trepar que hojear un cuento. Prefieren hacer cosas con las manos, construir, cocinar, modelar antes que estar tirados en un sillón. Son muy movedizos y juguetones y más vale que las maestras que les toquen en la escuela sean estimulantes y sepan manejarlos porque sino van a vivir de penitencia en penitencia. Y si saben alimentar su necesidad de actividades, van a poder sacar lo mejor de ellos y permitirles enamorarse del saber.

Si cualquiera de estos inquietos es feliz, aprende lo que hay que aprender a su edad, tiene amigos, juega como juegan a su edad, duerme y come bien, muy probablemente sea solamente un inquieto de los tantos que hay en el mundo.

Pero hay otros a quienes su inquietud claramente los perjudica para aprender en la escuela y en la vida, para poder respetar las reglas de los juegos de sus amigos o para esperar lo que sea que haya que esperar. No es que se muevan mucho haciendo cosas útiles: sus movimientos suelen ser irrelevantes e inútiles. Además, son muy atropellados: vuelcan el vaso en el trayecto para alcanzar la botella porque ni lo vieron, hicieron caer al hermanito porque pasaron corriendo al lado rozándolo sin querer, se llevan por delante la puerta de vidrio, corren detrás de la pelota sin mirar si viene un auto. Y como si eso fuera poco, focalizan la atención en algo muy poco rato: en cuanto empiezan a aburrirse ya saltan a otra cosa que les interese más aunque no tenga nada que ver con lo que se supone que deberían hacer.

A esos niños, los adultos le dicen mil veces que se porten bien, que se tranquilicen, que hagan caso, que terminen la tarea antes de pararse, que piensen antes de actuar y no hay caso. Parecen escuchar y proponérselo, pero a los 5 minutos repiten todo lo que no debían. Así que viven de rezongo en rezongo, de penitencia en penitencia sin que nada cambie para bien. Estos son los "hiperactivos". Estos niños son esos 5 de cada 100 que tienen el famoso y demonizado "trastorno de déficit atencional con hiperactividad" (tdah). Existen y no son un invento pero no son simples inquietos. Es mucho más. Si se los trata bien, pueden tener la misma vida que hubieran tenido sin el trastorno. Si se los trata mal, pueden ir acumulando frustraciones, inseguridades y fracasos que les empeore la vida considerablemente.

No confundamos "aserrín con pan rallado". Ni se apuren a etiquetar como hiperactivo a cualquier inquieto ni se aterroricen si tienen un verdadero hiperactivo. Estamos en el siglo XXI y por suerte, ya no trepanamos cerebros sin anestesia ni usamos sanguijuelas para sacar sangre. La ciencia avanza y con ella la salud mental.


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