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Misiones de paz entre sueños y tragedias

La participación de los 13.600 militares uruguayos en las misiones durante 13 años dejó historias de todo tipo, algunas de cal y otras de arena
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07 de mayo de 2017 a las 05:00
Fueron 13 años de viajes y acalorados debates. En 2004, a poco de que comenzara el primer gobierno de izquierda de la historia del país, viajó el primer contingente de militares uruguayos a Haití con el objetivo de formar parte de las misiones de paz de Naciones Unidas. Trece años más tarde, ese aporte ininterrumpido llegó a su fin.

La participación de las tropas uruguayas en la isla del Caribe generó mucho ruido político a la interna del Frente Amplio. Hubo renuncias y diferencias internas que llenaron varias páginas de los diarios. Pero mientras eso sucedía, fueron quedando en un silencioso segundo plano las historias de aquellos que dejaron atrás su vida en Uruguay y llegaron a Haití, seducidos en muchos casos por lograr un buen ingreso que solucione en parte sus dificultades económicas.

Durante los 13 años que duró la misión, viajaron a Haití 12.100 integrantes del Ejército, 1.200 de la Armada y otros 300 de la Fuerza Aérea.

Entre ellos, hay realidades muy distintas. Están aquellos que hoy a la distancia recuerdan con mucho orgullo el sacrificio que hicieron y agradecen la oportunidad de viajar porque esa experiencia les permitió cumplir algunos sueños, como festejar el cumpleaños de 15 de una hija o construir una casa donde vivir.

Aunque en un número mucho menor, el pasaje de las tropas uruguayas por Haití también dejó recuerdos trágicos, debido a que ocho personas murieron en aquel país lejano. Entre tantas historias, algunas alegres y otras desgarradoras, El Observador rastreó dos en busca de ponerles rostro a algunos de los anónimos que participaron en las misiones de paz. Una cal y una de arena.

Tras el sueño de la casa propia

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Aquella mañana de junio de 2007 en la que viajó por primera vez a Haití le parece muy lejana al cabo Néstor González. Cuando mira hacia atrás, aún recuerda los tiempos en los que vivía junto con su novia en un pequeño garaje de la casa de sus padres. Hacía ya tres años que estaban juntos y soñaban con tener una casa propia donde formar una familia. Ella tenía un terreno en un barrio de la ciudad de Tacuarembó, pero no tenían dinero para comprar los materiales de construcción.
En enero de 2008, cuando volvió de su primera experiencia en Haití, había logrado reunir, tras siete meses fuera de su casa, unos US$ 9.500. "Para construir algo daba", relató a El Observador. Pasó el fin de año de 2008 allí, aunque la casa estaba a medio hacer. A su vez, pudo comprar una moto.
En enero de 2010, González tuvo el ofrecimiento de volver a viajar. Era la oportunidad perfecta para reunir el dinero para terminar la casa. Pero surgió un imprevisto. Mientras él estaba repartiendo comida en Puerto Príncipe luego del terremoto, le llegó la noticia de que iba a ser papá por dos: su mujer estaba embarazada de mellizos.

El proceso fue complicado porque se trató de un embarazo de alto riesgo. La mujer de Néstor tenía que someterse a ecografías cada 15 días con un costo de $ 1.000. En ese momento, necesitaba el dinero más que nunca.

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El 15 de setiembre de 2010 volvió a Uruguay y dos días más tarde nacieron en forma prematura Juan Ignacio y María. Los bebés estuvieron 23 días internados en el hospital pero luego de pasar muchos nervios salió todo bien. Entre los gastos médicos y las compras necesarias para sus hijos gastó gran parte del dinero que tenía previsto destinar a la casa. Por eso, en 2011 volvió a viajar a Haití para, por fin, alcanzar el dinero necesario para comprar los materiales y comprar las obras con sus propias manos. Y pudo hacerlo, también gracias en parte a la ayuda de un plan de vivienda del Ejército.
En la historia de Néstor aún había tiempo para un último aterrizaje en Puerto Príncipe. Entre abril de 2014 y febrero de 2015 estuvo nuevamente en las misiones de paz y a su regreso compró un auto Chevrolet Corsa porque andar en moto con los niños era peligroso. Además de sentirse orgulloso por su esfuerzo, Néstor dice estar agradecido al Ejército.

La historia de los que no volvieron

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El 12 de enero de 2010, el suelo de Haití tembló. Un devastador terremoto llenó de escombros a buena parte de Puerto Príncipe, la capital. A medida que llegaban las noticias, crecía la ansiedad de los familiares de los militares uruguayos que cumplían funciones en ese país.

El caos generalizado en Haití dificultaba el acceso a la información. Uno de los tantos reportados como desaparecidos era el coronel Gonzalo Martirené, de 45 años. La búsqueda era intensa, pero la ausencia de novedades desesperaba a sus familiares en Uruguay. Finalmente, cinco días después del terremoto, el 17 de enero, su cuerpo fue hallado bajo los escombros del edificio de Naciones Unidas, que se derrumbó ese día.

La de Martirené fue una de las ocho historias trágicas que la participación uruguaya en Haití tiene para lamentar. En 2005, apenas un año después de la llegada de los primeros uruguayos, hubo una primera víctima. El cabo Leandro Acosta Duarte, oriundo de Paysandú, murió en un accidente de tránsito de un vehículo blindado. Cuatro años más tarde, en 2009, seis integrantes de la Fuerza Aérea fallecieron cuando cayó el avión en el que se trasladaban. Fueron José Larrosa Píriz (piloto), Santiago Hernández (copiloto), José Pastor (operador), Enrique Montiel (mecánico), Néstor Morales (ingeniero ) y Yiyí Medina (operadora).

En 2010, llegó la noticia trágica de Martineré. Tres años después del hecho, su hijo Gonzalo tomó la decisión de viajar a Haití a ver con sus propios ojos el lugar donde había trabajado su padre hasta sus últimos días. "En algún momento de mi vida tenía que ir. Tuve la oportunidad de ver dónde había laburado mi viejo y ver bien cómo había sido todo, ver los restos del terremoto", contó a El Observador el hijo del coronel. Aún siendo muy joven, con 18 años, Gonzalo viajó a Puerto Príncipe y estuvo allí nueve meses, cumpliendo funciones como traductor de inglés al español entre Naciones Unidas y el batallón uruguayo. "Como todos los militares uruguayos que fueron, mi padre dio lo mejor de sí, siempre intentando ayudar a la población y a la gente que está en el día a día", destacó el joven. Una de las experiencias más removedora para Gonzalo fue visitar la escuela haitiana que lleva el nombre de su padre, en homenaje a ese hombre que abandonó la comodidad de su casa para trabajar en Haití.

Homenaje

El diputado blanco Gustavo Penadés propuso a través de un proyecto de ley levantar un monumento en memoria de los uruguayos caídos en el cumplimiento de misiones de paz

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