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Mundial 2010: Cuando la Celeste volvió a ser de todos

El cuarto puesto en Sudáfrica devolvió a la selección uruguaya a la élite del fútbol, después de años de oscuridad en el deporte más popular del país
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20 de noviembre de 2016 a las 05:00

Corría diciembre de 2008. Óscar Washington Tabárez cumplía con su rol de ciudadano común. Uno de sus hermanos estaba enfermo, con riesgo de vida, así que fue a visitarlo al sanatorio. En eso se le acercó un muchacho que lo reconoció. "Maestro...", lo llamó el joven, quien se emocionó y no lograba que le salieran las palabras. Segundos después, desde lo más profundo de su alma, le dijo al técnico de la selección: "Vamos, que vamos...".

Fue el preámbulo de un viaje fantástico. La frase del joven quedó marcada en el ómnibus que trasladó al plantel de Uruguay por los pueblos y ciudades de Sudáfrica. Puro sentimiento.

Ni Tabárez ni los uruguayos, tan descreídos hasta ese entonces en materia futbolística, podían imaginar lo que vendría.

Una respuesta del entrenador a El Observador lo refleja claramente: "Si usted me pregunta si el 8 de marzo de 2006 (fecha en la que asumió el liderazgo de la selección) visualizaba que nosotros fuéramos campeones de América, cuartos en el Mundial, y estuviéramos en los primeros puestos del ranking FIFA, le diría que no, porque no lo habíamos planteado y esto ni estaba a nivel de los mejores sueños".

Luego de una sufrida eliminatoria, de la adrenalina de un repechaje de alto voltaje con Costa Rica; después de idas y vueltas e innumerables críticas, Uruguay llegó al Mundial.

Y Sudáfrica 2010 se transformó en un mojón. Un punto de partida que trasciende aspectos futbolísticos. Tal vez la historia podía haber sido contada de otra forma. Vaya a saber. "Esto es un deporte y, a veces, una pelota que entra o no entra (cambia todo). Me acuerdo de una película de Woody Allen, Match Point, que empieza con una pelota de tenis al borde de una red, y si cae para un lado, la historia que se cuenta es esa, y si cae para el otro, la otra. Tiene mucho que ver con lo que es el fútbol", expresó Tabárez.

Y la historia se escribió de esta manera.

Impulsado por buenos resultados, Tabárez pudo llevar a cabo su obra. ¿En qué consistió? En el desarrollo de un programa de trabajo. Fue así como, en el reino de la improvisación, donde la selección había pasado más de un año y medio sin jugar amistosos, se instauró el orden.

El cuerpo técnico examinó "la realidad del fútbol que se practicaba" e insistió: "¿Por qué no lo podemos hacer nosotros? Analizamos el componente físico, ético, técnico-táctico y disciplinario de las grandes ligas". Y el plan se puso en marcha.

Fue entonces cuando se unificaron los estamentos de todas las selecciones charrúas para incentivar el tránsito del futbolista joven –que llega a los 13 años para integrar una sub 15– en un proyecto que le permitiera, con el paso del tiempo, nutrir a la selección mayor.

Allá en el lejano 2006, cuando todo comenzó, Uruguay jugaba contra quien podía, no contra quien quería. Del Mundial de 2010 en adelante sobraron los rivales de peso: Alemania, Holanda, España, Francia.

La conducta también es otro valor agregado. Uruguay era temido en el mundo por su agresividad. Sin perder el estilo, se cambió y se apeló a la garra bien entendida. El fair play ganó terreno. La actuación en el Mundial de 2010 consolidó figuras en la Celeste. Luis Suárez, Edinson Cavani, Egidio Arévalo Ríos, Fernando Muslera y Diego Forlán –a la postre votado como el mejor jugador del torneo– abrieron mercados.

El impulso generó una corriente positiva en las selecciones juveniles, que, salvo una, clasificaron a todos los mundiales. La presencia celeste en el máximo evento benefició a los clubes, ya que se vendieron innumerables jugadores al exterior.

Hasta los comentados y polémicos derechos de televisión de la Celeste adquirieron otro valor en el mercado. Se dejaron de pagar a precio de regalo.

Pero hay otros aspectos que van más allá de lo que sucede en el campo de juego. El Mundial de 2010 marcó un punto de referencia para los uruguayos, para los ciudadanos que incluso no son adeptos al fútbol. La selección logró embanderar al país. El equipo le devolvió la camiseta al pueblo. El sentido de pertenencia. La Celeste dejó de ser de una empresa para volver a formar parte de la gente.

Y el detalle se manifiesta en los juegos de la selección. No solo en la venta de entradas. En este país no se cantaba el himno en los partidos. Hoy es conmovedora la forma en que los uruguayos volvieron a entonarlo.

En este país la selección no tenía hinchas. Ahora, el equipo posee su público, independiente y distinto al que asiste habitualmente los fines de semana a la liga uruguaya, y hasta se formó el club de socios de la Celeste.

En este país los niños lucían camisetas de ídolos de otras tierras. A partir del Mundial de 2010 comenzaron a llevar con orgullo la 10 de Forlán y la 9 de Suárez.

Cuántas cosas han cambiado de Sudáfrica para acá...

Tabárez lo resume con lo que vive en el día a día en la calle: "Hay gente joven que hasta el día de hoy nos para y nos dice 'gracias por lo que hicieron por nuestros hijos'. Y no fue tan así. Se logró hacer un trabajo que fue muy importante en ese aspecto. Eso me hace pensar que este es mi lugar en el mundo, y no es porque un iluminado lo pensó".

Esta nota forma parte de la publicación especial de El Observador por sus 25 años.

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