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Mundial 2030: ¿Un gol en contra o a favor?

A los países emergentes no les ha ido bien como anfitriones; Uruguay confía en que con menos sedes puede ser la excepción
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17 de septiembre de 2017 a las 05:00
Nadie sabe con exactitud cuándo empezó a gestarse la convicción de que Uruguay debería organizar el Mundial 2030, pero desde hace años esa idea pulula entre los más aficionados al fútbol, que apelan al centenario de la primera Copa del Mundo –organizada en Montevideo– como fundamento irrefutable para quedarse con la candidatura.

Conversaciones entre los presidentes de Uruguay y Argentina, el visto bueno del presidente de la FIFA Gianni Infantino, la foto de Luis Suárez y Lionel Messi posando con el número del mundial, convirtieron en pocos meses a una vaga idea en una propuesta seria de precandidatura conjunta del Río de la Plata. Esos avances preliminares también trajeron a la superficie un debate que hasta ahora no había asomado con fuerza. ¿Uruguay está en condiciones de alojar una Copa del Mundo? Y más aún, ¿es conveniente embarcarse en ese proyecto?

Las aguas están divididas. Quienes impulsan o defienden la candidatura uruguaya consideran que es la oportunidad para soñar en grande y concretar mejoras de infraestructura que el país tanto lo necesita.

"Cada vez que Uruguay organizó un acontecimiento deportivo de importancia dejó un legado. No solo en lo deportivo, sino en cuanto a infraestructura y el acondicionamiento de algunos elementos que fueron a favor del país", dijo a El Observador el subsecretario nacional de Deporte, Alfredo Etchandy.

Del otro lado están quienes consideran que sería un gasto excesivo y poco productivo, y que Uruguay debería concentrar sus esfuerzos y recursos en otras áreas prioritarias.

Se juega

Una columna del analista político Sergio Berensztein, titulada "No al Mundial 2030" y publicada por el diario La Nación, instaló el debate en Argentina. "No parece haber excepciones a esta regla horrible pero real: para organizar un evento deportivo internacional es un requisito fundamental ser un país desarrollado", sostiene Berensztein en su columna.

Si bien la literatura académica no es unánime respecto a los beneficios y costos de organizar un megaevento deportivo, una vasta mayoría de los expertos en la materia asegura que el riesgo es mucho mayor en los países emergentes.

"Los estudios empíricos tienden a demostrar que los megaeventos insumen altísimos costos con bajos beneficios", señala el economista norteamericano Victor Matheson. "Lo mejor que se puede decir de estos eventos es que permiten a los gobiernos superar las barreras políticas e invertir en infraestructura. Sin embargo, eso ocurre a un alto costo, dado que no hay garantías de que esa inversión provea un retorno positivo", agrega en su artículo "Evaluando el impacto de los Mega-Eventos en la infraestructura de economías emergentes".

Matheson afirma que, si bien hay una tendencia reciente a "premiar" a los países en desarrollo con sedes para torneos importantes, "la evidencia indica que si los países más ricos quieren promover el desarrollo de los países más pobres, tendría mucho más sentido alejar estos eventos de las economías emergentes".

Los casos de Sudáfrica y Brasil son una referencia inevitable. En ambos casos, los estudios previos anunciaban que la organización del torneo permitiría dinamizar sus economías y poco menos que catapultarlas al selecto grupo de las más desarrolladas. Eso, a todas luces, no ocurrió. Bajo el apuro de los exigentes plazos impuestos por la FIFA, los gastos en infraestructura estuvieron muy por encima de lo esperado, mientras que los retornos quedaron muy por debajo.

US$ 3.680 millones costaron los estadios construidos o refaccionados para el Mundial 2014. Algunos de ellos, como el de Brasilia o el de Manaos, no tienen equipos en la primera división de la liga local.

Años más tarde, los dos países tienen estadios de primer nivel completamente subutilizados: son los famosos "elefantes blancos", con capacidad para alojar decenas de miles de espectadores que nunca aparecen. Los continuos esfuerzos por aprovechar la infraestructura para eventos que excedan lo deportivo no suelen tener el éxito esperado.

Incluso en países desarrollados, como Estados Unidos, Francia o Alemania, los beneficios de alojar una Copa del Mundo estuvieron por debajo de las expectativas. El aumento del turismo, el desarrollo de las localidades cercanas a los estadios o el crecimiento de la economía suelen estar sobreestimados, muchas veces por estudios encargados por los comités organizadores.

Eso no quiere decir que no pueda esperarse algún beneficios, y existen ciudades o barrios puntuales que supieron aprovechar los torneos para renovarse. El caso más excepcional en la gestión de megaeventos deportivos son los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, que cimentó a la ciudad como uno de los principales destinos turísticos del mundo.

Cuestión de fe

Los reiterados fracasos de otros países no impiden que muchos se ilusionen con la idea de alojar la Copa del Mundo y confíen en que Uruguay pueda ser una de esas excepciones a la regla. "Es una oportunidad muy importante desde todo punto de vista y tiene un potencial muy fuerte", opinó Santiago Soto, subdirector de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP). Según el jerarca, "lo importante es que las condiciones sean favorables" y que los proyectos sean pensados "a escala" para que "la inversión no sea una sobreinversión".

"Creamos que es posible", pidió hace dos semanas el subsecretario de Turismo Benjamín Liberoff. "No debemos tenerle miedo al desafío", agregó. Al igual que Soto, Liberoff considera que hay que pensar el proyecto dentro de un esquema que asegure su sustentabilidad: "Debemos pensar cómo se renueva y se logra una mejor movilidad urbana en Montevideo, en que el Parque Batlle luzca remozado".

Sus palabras dejan entrever una particularidad del caso uruguayo: su participación en la organización está concebida, desde el origen, como poco más que un anexo a Argentina y, quizá, algún otro país de la región (como pretenden Paraguay y Chile). El mundial de 2030 tendrá 48 selecciones y no 32 como los actuales torneos. Su antecesor, de 2026, será el primero en incorporar ese modelo y, por ahora, los favoritos para quedarse con la sede son Estados Unidos, México y Canadá, los tres juntos. Etchandy menciona ese ejemplo como muestra de que, a partir de 2026, las candidaturas múltiples serán la norma. "Uno solo no lo va a poder hacer", afirmó.

A diferencia de los mundiales anteriores, las próximas sedes se definirán en el Congreso de la FIFA, integrado por 209 países. Cada uno tendrá un voto.

Esa distribución de las sedes podría diluir más los costos y los riesgos que cuando la organización recae enteramente en un solo país; sobre todo si uno de los organizadores tiene mucha menos participación que el otro, como sería el caso de Uruguay y Argentina.

"Hay que tener claro que una cosa es hacer un mundial y otra es hacer una sede. No nos estamos poniendo la mochila de hacerlo solo. Eso a mí me da cierta expectativa de que es algo viable", comentó Ignacio Munyo. El economista y director del Centro de Economía del IEEM señaló que sería algo diferente a, por ejemplo, la Copa América de 1995. Aquel torneo insumió la inversión en infraestructura de estadios en Paysandú, Rivera y Maldonado. Los tres escenarios están actualmente venidos a menos y subutilizados. "Si tenés que hacer unas mejoras en Montevideo para una sede lo veo con buenos ojos", opinó Munyo.

Para Javier De Haedo, exdirector de la OPP, una sola sede igual demandaría inversiones gigantescas, que "evidentemente" terminarán saliendo de fondos públicos. "En un país que tiene las limitaciones presupuestales que tiene, me suena que no debería ser prioritario embarcarse en una aventura así y podría considerarse hasta de frívolo", señaló.

US$ 200 millones requiere el Estadio Centenario para su refacción, según números manejados por el gobierno. Las reparaciones de Maracaná terminaron costando US$ 600 millones, el doble de lo previsto.

Los casos de Paysandú y Rivera –y en menor medida el de Maldonado– llevan a cuestionarse si es viable tener una sede fuera de Montevideo. Orlando Dovat cree que sí es posible un mundial más allá de la capital. El fundador de Zonamerica y vicepresidente de Iniciativa 2030 –una sociedad civil conformada por empresarios de Uruguay y Argentina– pretende conseguir tres sedes: Montevideo, Maldonado y Colonia. Sueña además con que el mundial permita impulsar un mayor intercambio económico entre los dos países, aprovechando la ocasión para, por ejemplo, concretar el anhelado puente binacional con una cabecera en Colonia. "Con esas tres sedes podríamos construir una ruta que conecte Buenos Aires con Maldonado. Eso no es costo del mundial. Es para toda la vida", declaró a radio Sarandí.

Pedido de auxilio

El Estadio Centenario, construido en ocho meses para alojar la primera Copa del Mundo en 1930, es el principal argumento que tiene la delegación uruguaya para convencer a la FIFA y sus países miembros de que Uruguay merece ser parte de la organización del torneo que se jugará en 2030. "Hay que hacer valer que es el único monumento del fútbol mundial declarado por la FIFA", comenta Etchandy.

Pero la aspiración de Uruguay no es solo conseguir una sede, sino que la máxima autoridad del fútbol ponga plata para ello. "Es importante que la FIFA reconozca la importancia del estadio, y que eso lo traslade a financiamiento", afirmó Soto. Es, de hecho, una de las sugerencias de Matheson para reducir los costos de un Mundial.

Parece una quimera pedir apoyo financiero a la FIFA. Con la evidencia en su contra, Uruguay sale a buscar en lo económico lo que tanto ha conseguido en el fútbol: resultados inesperados.


Los mundiales del milenio


Corea - Japón 2002

Fue el único mundial hasta el momento organizado por más de un país y fue el que inició la época de gastos exorbitantes en estadios. Entre ambos, gastaron US$ 4.500 millones en estadios, muchos de los cuales siguen siendo deficitarios.

Alemania 2006

A nivel económico, fue el más exitoso en lo que va del siglo. Si bien el aumento de turistas fue menor a lo esperado, la liga local continúa aprovechando los doce estadios de primer nivel, permitiendo un retorno de la inversión.

Sudáfrica 2010

Solo uno de los diez estadios construidos tiene un uso regular y acorde a sus dimensiones. Mientras que la convocatoria durante el mundial era en promedio 49.670 personas, la liga local no supera los 7.500 espectadores por partido.

Brasil 2014

El torneo costó más de US$ 10 mil millones, de los cuales unos US$ 3.600 millones fueron destinados a estadios (el triple de lo previsto). Varias construcciones estuvieron implicadas en casos de corrupción, lo que derivó en masivas protestas.

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