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Nada más alejado de un golpe de Estado

"El viento de las calles" parece ser lo que ha llevado a Dilma al borde de la destitución
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26 de abril de 2016 a las 05:00
Dilma Rousseff no ha encontrado apoyos en el exterior para lo que ella califica como un "golpe de Estado": el juicio político que se le sigue en Brasil y que la tiene al borde de la destitución. Este fin de semana, la mandataria lo denunció en Nueva York ante la prensa internacional; y a su regreso a Brasil, pidió el respaldo del Mercosur y de la Unasur contra "los golpistas".

Sin embargo, sus denuncias no han encontrado eco ni en el norte ni en el sur. Ningún gobierno ha salido a avalar la existencia de un golpe en Brasil, ni los organismos internacionales han denunciado el proceso de impeachment contra la presidenta brasileña. Apenas algunas voces se han alzado desde las páginas de opinión de la prensa y en forma de comunicados emitidos por algunos partidos de izquierda de la región.

Y es que cuesta sostener que lo que allí se está gestando sea siquiera parecido a un golpe de Estado. Si lo fuera, no solo veríamos ahora a toda la comunidad internacional exigiendo que se detenga el atropello a las instituciones brasileñas, sino que antes hubiéramos visto al pueblo brasileño en las calles, las organizaciones sociales y una gran movilización para defender a una presidenta violentada en su investidura.

Lo que se ha visto, en cambio, son las protestas masivas en todo el Brasil y una movilización multitudinaria precisamente a favor del juicio político, incluso exigiendo la renuncia de Dilma y el encarcelamiento del expresidente Lula. Es decir, se está haciendo en el Congreso de Brasil lo que era ya un clamor popular.

Lo que se ha visto en los últimos meses es un pueblo harto con los escándalos de corrupción del gobierno del PT, y que ha pedido una y otra vez en las calles su caída.

A nadie escapa que la corrupción alcanza también a todos los partidos de oposición, y que todo el sistema político brasileño parece descompuesto. Pero eso no exime al gobierno del PT de haber encabezado un sistema tan profundamente corrupto. Y lo que más parece haber indignado a los brasileños es que este era precisamente el partido que más denunciaba los actos de corrupción desde la oposición, y que se presentaba como una formación incorruptible que vendría a limpiar la política brasileña.

Esa es la verdadera noticia de la debacle del PT: cómo un partido de izquierda que alcanzó la máxima popularidad en la historia del Brasil pierde de esa manera el favor de su pueblo y cae en la más llana impopularidad. No si un juicio político, contemplado en la Constitución, representa un golpe o no. En 1992, durante el proceso de impeachment contra Fernando Collor de Mello, el presidente también denunciaba un golpe de Estado en su contra. La diferencia es que a Collor prácticamente nadie le llevó el apunte. A pesar de que a él —como hoy a Dilma— tampoco se lo pudo vincular directamente en toda la trama de corrupción que carcomió a su gobierno y por la que los brasileños también pidieron su cabeza. De hecho, dos años después de su renuncia, el Supremo Tribunal Federal lo absolvió en la causa de "corrupción pasiva" por falta de pruebas.

La similitudes no acaban allí. Todos vimos el pasado domingo 17 el espectáculo rocambolesco que protagonizaron los diputados brasileños en la sesión para dar inicio al juicio político. Los disparates que allí se dijeron, los saludos a los familiares y el verdadero circo en que se convirtió la Cámara en una votación tan trascendental para los destinos del país.

Pero esa es la democracia. La Cámara de Diputados en todas partes del mundo es —más que ninguna otra instancia de representación— el fiel reflejo de su pueblo. Hasta en el Reino Unido (pueblo ilustrado si los hay) la Cámara de los Comunes parece a veces una tribuna de una cancha de fútbol, con los parlamentarios abucheando, gritando y vociferando su descontento ante los integrantes del Ejecutivo.

Y por muy chocante que haya resultado el espectáculo, la Cámara de Diputados de Brasil parece haber interpretado ese domingo lo que en Brasil llaman por estos días "o vento das ruas", el viento de las calles, el clamor del pueblo. Nada más alejado de un golpe de Estado.

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