Gabriel Pereyra

Gabriel Pereyra

Narcotráfico, Peñarol, Nacional, ejecuciones y barrabravas en un mismo lodo

La crónica roja, la violencia y el uso de las palabras
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08 de noviembre de 2016 a las 05:00
Palabras. Si la peripecia vital del ser humano por este mundo es una sucesión de hechos, su relato lo es de palabras. Palabras que, organizadas adecuadamente, den cuenta lo más acertadamente posible de la realidad material de los hechos.

En su historia contando la historia, el periodismo ha incurrido en un montón de errores, algunos de los cuales por suerte ha ido corrigiendo para que el uso de la palabra no fomente, sin quererlo, la ignorancia, la exclusión, la barbarie.

Esto ha sido así en cuestiones particularmente delicadas de la convivencia humana, como es la relación del hombre con los actos violentos. Parte de la relación del ser humano con la violencia queda registrada cotidianamente por el periodismo policial, al que ya casi no se le menciona como crónica roja, otro intento por ir puliendo el lenguaje y adaptándolo a esta época en la que solo a veces la corrección política encaja con la corrección a secas.

En ese contexto de la crónica roja, el periodismo cometió legendarias masacres con las palabras. Un ejemplo es el uso ya casi erradicado del término infanto juvenil. Un concepto normalmente utilizado por la psicología, la pedagogía y otras disciplinas sobre la conducta humana para referirse a un momento de la vida de los niños y adolescentes, terminó convertido en una especie de santo y seña del delito.

Decir o escribir infanto juvenil no remitía, como podría haber sido, a un seminario sobre las conductas humanas en edades tempranas o métodos de enseñanza para los imberbes, sino que era la corporización de jóvenes violentos que vendrían por nuestra billetera y nuestra vida.

¿Y la palabra inimputable? Un término jurídico que normalmente refiere al desamparo contemplado por la ley, la crónica roja lo convirtió en sinónimo de impune. De asesino impune. De asesino joven e impune. Los inimputables, decía el periodismo, y en vez de piedad daba –sigue dando– miedo.

Si el lenguaje en código de crónica roja fue impiadoso para con los niños, fue igual de excluyente y revictimizador para con las mujeres. Hoy sería motivo de un escándalo público y de un juicio sumario con ejecución en redes sociales, pero hasta no hace mucho las muertes en un contexto de violencia doméstica eran tituladas con frases del tipo: "La mató por amor". Sí, crímenes conceptuales perpetrados por los obreros de la palabra en un entorno de inimputabilidad completa.


Nuevos problemas traen nuevos desafíos para hilar un relato verosímil de lo que pasa.
En estos días los uruguayos asistimos entre temerosos e impávidos a hechos de violencia que se dan en el ambiente del nuevo hampa, entre narco-lúmpenes y también entre pandillas vinculadas a barras de cuadros de fútbol. Dos cosas de consumo tan masivo, como las drogas y el fútbol, en la misma licuadora de palabras pueden resultar tan amargas como un penal en los descuentos.

La frase se está haciendo habitual. "Balean a un miembro de la barra brava de xxx". En medio de la creciente violencia en torno al fútbol, la frase puede parecer no solo normal sino que seguramente sea cierta. Pero eso no quiere decir que esté enfocada en el sentido correcto si lo que queremos hacer es un relato que intente acariciar la verdad material de los hechos. ¿Lo balearon por su condición de barra? ¿O lo balearon porque en el contexto de esa barra la víctima hizo un negocio de drogas, vendió un televisor robado o se metió con la esposa del victimario? Si el balazo responde a alguna de estas tres hipótesis, la condición de barra de tal equipo de la víctima tiene la misma relevancia que su afiliación a determinada mutualista o su afinidad con tal partido político. Decir que el baleado por un asunto de faldas pertenecía a tal hinchada de fútbol es tan cierto como decir que el baleado estaba afiliado a determinada mutualista. Ambas cosas son verdad. Pero si menciono su condición de barra, entonces estoy induciendo al lector a pensar que el balazo tuvo que ver con el fútbol que, sí, tiene sus baleados propios por riñas entre barras, pero eso sería parte de otro relato. Si no es este el caso, entonces la alusión a su condición de barra es un abuso del lenguaje.

Las hinchadas de fútbol son terreno fértil para el narcotráfico aquí, en Europa y en Asia, como lo son las poblaciones más deprimidas o ciertos ambientes de la noche. En estos días estamos en un pico de enfrentamientos y ejecuciones señaladas "entre barrabravas" cuando son episodios que, en el mejor de los casos, la Policía sabe que responden a luchas de bandas de narcos, y en el peor de los casos no sabe a qué responden, si al fútbol o a deudas de dinero u otras hipótesis.

Está ocurriendo que cuando el origen de esos actos de violencia se desconoce e incluso cuando la Policía tiene la certeza de que se trata de asuntos de drogas, los medios siguen aludiendo explícitamente a la condición de barrabrava del asesino o de la víctima. Podría el periodismo aportar algún dato sobre su condición económica, núcleo familiar, grados de estudios, en fin, información que podría decir algo más de ese asesino/asesinado que el hecho de que los fines de semana cargue con su violencia a cuestas hasta una cancha de fútbol. La violencia en las canchas es tema para relatos periodísticos interesantes, y es un problema creciente, no necesita que nadie lo aumente agitándolo cuando no es ni necesario ni correcto.

Si no empezamos a desterrar en este asunto algunos vicios gramaticales como los cometidos en el pasado con los infanto juveniles, los inimputables y los homicidios por amor, el periodismo, en vez de contribuir a la verdad, aumentará esa confusión que es una constante de nuestros días, en que fútbol, mafias, drogas e hinchadas están revolcadas todas en un mismo lodo, que no por ello tienen que ver siempre con una misma historia. Se le atribuye al diplomático francés Maurice de Tayllerand haber dicho que "la palabra se le ha dado al hombre para encubrir su pensamiento". Que no sea usada también para encubrir los hechos en vez de para descubrirlos. l

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