Opinión > Opinión / Álvaro Diez de Medina

Ni se calla, ni lo van

Gonzalo Mujica no será callado ni expulsado; la bancada a la que pertenece tal vez esté dispuesta a consultar sus opiniones
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06 de noviembre de 2016 a las 05:00
La solicitud formulada por el diputado Jaime Trobo al cuerpo que integra, a fin de que se constituya una comisión investigadora en torno a los supuestos negociados que decorarían la relación comercial entre el régimen frenteamplista y el chavista de Venezuela parece haber fracasado.

El único camino que le resta a Trobo sería el de acudir a la Justicia penal, donde ya se encuentra, por lo demás y en etapa germinal, un proceso impulsado por el abogado Gustavo Salle.

Pero me corrijo. ¿Podemos hablar de fracaso? En modo alguno.

Es que, le pese a quien le pese, el elefante que representa un fondo de US$ 1.000 millones que se canaliza a través de tres sociedades que no tienen otros antecedentes que el de ser de propiedad de tupamaros retirados o en actividad, e incursionando en el asfixiante y reglamentado universo de sobreprecios, diferencias cambiarias y favoritismos propios de los sistemas socialistas, ya es algo difícil de ocultar en una sala, por más palabras que se empleen en el intento.

Y, si así no fuera, no se habría producido lo que terminara por producirse: la disidencia del diputado Gonzalo Mujica, en tránsito desde la tupamara lista 609, al pasteurizado Frente Líber Seregni, hoy independiente.

Aparte del problema que le representa el hecho de que se le atribuyan en las redes sociales muchas de las expresiones de su insensato homólogo, el diputado Mujica ha tropezado con otro: el de que se le haya caído la venda de los ojos.

Hoy, como el niño de la fábula de Andersen, descubre que el rey está desnudo. Que el Fondo Bolívar Artigas probablemente sea la más escandalosa de las tramoyas que hayamos conocido en los últimos diez años. Que tal vez se la ha urdido a fin de financiar la maquinaria electoral del dominante MPP. Que el edificio todo de la "cogestión" que se presenta como una patética "velita al socialismo" no es sino un emprendimiento fallido, diseñado para destruir los dineros públicos a fin de financiar vicios privados.

Fue por ello que Mujica ("el malo", a inferir de las palabras de uno de los centuriones del oficialismo) votara a favor de constituir la comisión investigadora y, nos anuncia, tal vez acompañe la presentación de la demanda penal que prepara Trobo.
Vaya, vaya.

El precio que el díscolo deberá pagar es claro: padecer la tormenta de hipocresía ya desatada en Ecilda Paullier de boca del presidente de la República, para quien una hipotética expulsión de Mujica del Parlamento sería algo "a estudiar": y bien curioso, viniendo de boca de alguien elegido dos veces presidente por una agrupación política constituida en 1971 precisa y orgullosamente por tránsfugas parlamentarios.

Y padecer, además, el ostracismo político reservado no a quienes meramente discrepan (que, si lo hacen en silencio, se limita a una inamistosa tolerancia), sino expresan en público su sorpresa ante, por ejemplo, el hecho de que la Junta Directiva del Fondes, integrada por capitostes de lo que en la pasada administración se llamaba "el otro equipo económico", consistentemente daba su aprobación al otorgamiento de créditos a "empresas" como Alas Uruguay, Funsa, Pressur, Envidrio o Cootrapay, llegadas al mundo como absurdos fracasos y llamadas a salir de él como miserables catástrofes.

En circunstancias normales, la suerte de Gonzalo Mujica sería digna de compasión. Excomulgado por su condición de "instrumento de la derecha", tachado de enemigo de la ética por el solo hecho de permanecer en su banca, tildado de arribista, o de vehículo de "odio" hacia figuras tan santificadas como Mujica el Bueno, o Hugo Chávez, le hubiera puntualmente aguardado el Tribunal de Conducta.

Pero no será esa su suerte, porque su suerte es la de que su voto es el que le da al Frente Amplio esa mayoría de la que depende a fin de continuar bloqueando esas comisiones investigadoras con las que soñaba siendo oposición, o aprobando esos proyectos de ley en los que tanto tiempo se invierte a fin de violar normas constitucionales.
Tal el seguro de vida política que ha contratado el diputado Mujica.

El legislador, pues, no será callado. Y tampoco será expulsado. Es más: probablemente no sea siquiera disciplinado, y la bancada a la que pertenece tal vez se halle dispuesta, de ahora en más, a pagar el precio de consultar sus opiniones antes de embarcarse en una votación. Tras 12 años en el poder, el Frente Amplio ya conoce el precio de todo, aunque haya perdido la noción del valor de nada.

Así, y como el más feo de los regalos de casamiento de una tía querida, Mujica el Malo no podrá ser ya escondido en un ropero.
Aunque sea, por cierto, el menor de los problemas del régimen. En estas mismas páginas, Adolfo Garcé ha analizado la fractura que hoy tenemos expuesta ante nuestros ojos: una crisis de índole moral, que parece condenar al sistema gobernante a convivir entre falsedades, y empecinarse en la negación de la evidencia.

La nota de Garcé es elocuente: ¡si habrá cobrado dimensiones el problema sobre el que alerta que cuatro veces a lo largo de ella el analista pide a su lector perdón por lo que va a decir! ¡Si habrá cobrado dimensiones, que debe concluir invocando a Ernesto Guevara y a Seregni como las normas de "entrañable transparencia" que el régimen frenteamplista ha echado en el olvido!

Se trata, sin embargo, de un artificio retórico, y uno que nos aleja de la comprensión del problema que padecemos como sociedad.

En tanto no arrojemos luz sobre el hecho de que la "entrañable transparencia" de la mitología frenteamplista no es sino una guajira del pobre Carlos Puebla, y los númenes tutelares que Garcé invoca no son sino la semilla que germinara en el torcido árbol cuyos amargos frutos hoy estamos cosechando, para nuestro mal, nada habremos comprendido en relación a las desafiantes tareas que nos aguardarían, si realmente quisiéramos algo mejor, más digno, más civilizado, para nosotros, nuestras familias o nuestros vecinos.

Gonzalo Mujica parece haber abierto los ojos.
¿Será tan difícil que los demás hagamos lo mismo?

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