Gabriel Pereyra

Gabriel Pereyra

Columnista

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Ni una mano para Sendic

Dentro del Frente Amplio aparecen quienes se apartan del camino correcto
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27 de febrero de 2016 a las 10:31

El pastor Jimmy Swaggart era la estrella más reluciente de la iglesia evangelista pentecostal Asambleas de Dios, y era el más famoso gracias a sus apariciones en televisión para todo el mundo. Swaggart era un cruzado contra el sexo a través de sermones en los que exigía una vida puritana. "La educación sexual en nuestras aulas está promoviendo el incesto", decía Swaggart. El día que se descubrió que había pagado a prostitutas, su reino púbico y el personal se desmoronaron. Y se desmoronaron con más estrépito porque, habiendo cometido un pecado carnal al que cualquier hombre está tentado –y que en una religión con una penitencia quedaba saldado- el demonio que había creado era tal que lo devoró ferozmente a sí mismo.

Al Frente Amplio le pasa algo parecido cada vez que en sus filas aparece alguien que se aparta del camino correcto.

Recuerdo que una vez, en un comité de base, escuché a un dirigente frenteamplista decir que allí, en ese lugar y en ese momento, estaba parte de la mejor gente de este país.

Esa visión mesiánica en lo íntimo, fue transmitida públicamente con los años, con algún filtro, por partidos de izquierda que decían estar construyendo al "hombre nuevo" y también por los que sin caer en este tipo de definición filo religiosa, creían que la corrupción que se constataba en otros partidos era una enfermedad exótica.

Apenas llegó al gobierno, en el Frente empezaron a aparecer compañeros sospechosos y algunos, como el exdirector de Casinos, Juan Carlos Bengoa, directamente terminaron en prisión. Cuando Bengoa fue procesado con pruebas que rompían los ojos sobre su gestión en casinos, el líder de su grupo político, Danilo Astori, dijo que no hablaría del asunto hasta que la Justicia no se pronunciase definitivamente, es decir que hubiese una condena.

En sus épocas opositoras el Frente Amplio montaba tinglados solo con la denuncia, ni qué hablar con un procesamiento de alguien de otro partido. Al final Bengoa fue condenado pero no tengo noticias de que Astori y su grupo hayan hecho una autocrítica al respecto.

Quizás se la debían o quizás no, porque una visión posible del asunto es que, salvo que la corrupción sea institucionalizada, los actos individuales deben ser más materia de sacerdotes y psicólogos –y en algún caso sí de la Justicia- que de un debate partidario.

Lo que está ocurriendo con el vicepresidente Raúl Sendic es como si todos los fantasmas de la izquierda se sacudieran y estos asuntos mencionados cayeran todos de una vez.

¿Qué es más grave, que Sendic haya liderado una organización burocrática que le costó US$ 800 millones al país o que haya mentido en su currículum? Se podría decir que el primer asunto no solo está rodeado de una clara institucionalidad sino que, además, implicó daños a terceros; el segundo es un acto personal, una mentira que no afectó a nadie y por la que habría que ver si se benefició políticamente, porque parece difícil que alguien lo haya votado por ser "licenciado".

Pero ciertas teorías sobre qué es o no trascendente y sobre todo aplicadas a la política, no funcionan, o solo funcionan a medias.

Porque tratándose de un político, una cosa es que en ejercicio de su gestión (si es que no hubo ilegalidades) haya fallado en el intento, y otra que sin necesidad, haya tomado la íntima decisión (ahora con consecuencias públicas) de mentir, de decir que es algo que no es (todo esto está sujeto a que Sendic traiga de Cuba las pruebas que dirían que es "licenciado", algo por demás improbable de acuerdo a la investigación de El Observador).

Lo de ANCAP ya había sido un golpe para Sendic –uno de los delfines electorales que nadaba en el mar de la izquierda- y esto de la licenciatura es un mazazo demoledor. Lo es per se, pero en el imaginario de la izquierda y de quienes sin ser de izquierda comulgan con cierto discurso, el pecado de Sendic es aún peor. Porque Sendic, según aquel dirigente del comité de base, pertenecía a parte de la mejor gente del país. Porque Sendic tenía la misión de conducir al "hombre nuevo" hacia un futuro más venturoso. Si el relato oficial de la izquierda hubiese admitido desde un principio que los hombres y mujeres no pueden huir de la condición que los caracteriza -la condición humana- si hubiese asumido –en el caso de Sendic íntima pero también públicamente por ser quien es- una autocrítica no lacerante sino cargada de realismo político sobre la esencia de qué es y a qué puede llegar un "compañero", el vicepresidente igual hubiese recibido un revolcón, pero habría servido para que críticamente la izquierda ejercitara su desgastada solidaridad, no con vergonzosas declaraciones oficiales, sino de verdad, tendiéndole una mano al que está en el piso y asumiendo con coraje lo que haya que asumir.

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