Opinión > PERSONAJE DE LA SEMANA

Nicolás Maduro: camino largo a ninguna parte

El experimento venezolano se va a pique entre el caos y los charlatanes
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21 de mayo de 2016 a las 05:00

Tras 17 años de ensayos, la "revolución bolivariana" está tan muerta como su creador, Hugo Chávez, aunque pueda simular vida por un tiempo incierto y nadie sepa bien qué seguirá.

El anecdotario semanal incluye el cruce de acusaciones e insultos entre el secretario general de la OEA, el uruguayo Luis Almagro, y el presidente venezolano, Nicolás Maduro, quien ya había insultado al vicepresidente uruguayo Raúl Sendic y a tantos otros; el arbitraje de José Mujica, quien salió a decir que Almagro no es un agente de la CIA y que Maduro "está loco como una cabra"; y una nueva comprobación de que parte de la izquierda uruguaya demora demasiado en darse cuenta de lo que casi todos saben: el chavismo no tiene nada que ver con la justicia y el futuro sino con el paternalismo y la miseria. Esa parte de la izquierda confunde los fines (libertad, igualdad, bienestar material) con los medios equivocados (estatismo, burocracia, autoritarismo). Es la vía más probada y fracasada de la historia. Los medios erróneos destruyen el fin.

Nicolás Maduro, de 53 años, es un fogueado dirigente sindical y político que realizó cursos en La Habana, Cuba. Durante años trabajó como chofer de ómnibus. Él y su actual mujer, la abogada Cilia Flores, 10 años mayor, adhirieron al teniente coronel Hugo Chávez muy temprano, mientras estaba en la cárcel tras fallar un golpe contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez.

Maduro fue parlamentario, ministro de Relaciones Exteriores, vicepresidente del país y presidente interino desde diciembre de 2012, durante la agonía de Chávez. En las elecciones nacionales de abril de 2013 derrotó por escaso margen al líder opositor Henrique Capriles. Su mandato, que se extiende hasta 2019, quedó severamente condicionado cuando la oposición logró la mayoría parlamentaria en los comicios de 2015.

El inventor del "socialismo del siglo XXI" fue Hugo Chávez, quien ganó el gobierno en las elecciones de 1998, cuando la vieja oligarquía y sus partidos se hundieron junto al precio del petróleo, que entonces valía apenas US$ 10 el barril. Chávez –un demagogo que fue muy popular y ganó una elección tras otra–hizo que todo dependiera de sí mismo, un intento personalista y burocrático que llamó "revolución bolivariana". El auge petrolero, que alcanzó su pico en 2008, cuando el crudo venezolano llegó a pagarse a US$ 130, disimuló los disparates, aunque ya casi todo funcionaba mal. En 2012, enfermo de cáncer y con la economía en quiebra, Chávez designó heredero a Nicolás Maduro, un hombre gris que jamás podría hacerle sombra histórica.

El chavismo siempre hizo política "contra" Estados Unidos, el tradicional comprador del petróleo venezolano, al que responsabiliza de todos sus males. La agitación nacionalista, que es una droga dura, solo fue útil por un tiempo. Pero la Casa Blanca no necesitó hacer mucho para enfrentar el reto, salvo mirar cómo la "revolución bolivariana" se cocinaba en su propio caldo. Las nuevas tecnologías como el fracking, que convirtieron a Estados Unidos en el principal productor de petróleo y tiraron abajo los precios, hicieron lo demás.

Venezuela se divide entre la oposición, a la que solo une su rechazo al chavismo y controla un Parlamento con escasa autoridad real; el presidente Maduro, un personaje de opereta que tiene (o tuvo) mucho poder sin saber qué hacer con él, y un Tribunal Supremo de Justicia que siempre falla a favor del gobierno. El sistema democrático, con sus delicados contrapesos y mediaciones, se vació en sucesivos experimentos institucionales y la radicalización política.

Venezuela no fue hacia una economía diversificada y eficiente sino rentista y de monocultivo de una materia prima no renovable. No produce casi nada, salvo petróleo, poco y mal, e importa casi todo. Ya no depende de ciudadanos libres y laboriosos sino de telepredicadores, militantes y oficinistas ineptos.

A lo largo de la historia una camarilla gobernante, rica y corrupta, sirvió de corte a caudillos mandones, de los tantos que jalonan la historia de América Latina, y a presidentes electos democráticamente. En la segunda mitad del siglo XX la oligarquía se nucleó en torno a Acción Democrática, el Copei y otros partidos; y ahora en derredor del Partido Socialista Unido de Venezuela, cuyos miembros acumularon dineros y propiedades por el mundo en espera de un inevitable exilio.

Mientras tanto, buena parte de la sociedad, sumisa y mendicante del Estado, sobrevive en la miseria y la apatía, o estalla periódicamente, cuando las cosas no dan para más.

Maduro, acorralado, intenta pulsar por enésima vez la cuerda nacionalista y despótica. Sabe que los militares, que tienen grandes privilegios que cuidar, desde dinero a armas nuevas, serán los jueces de esta partida macabra.

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