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Nicolás Peruzzo: un autor para descubrir

Se ha establecido como uno de los nombres referenciales de la historieta uruguaya, construyendo una sólida carrera a partir de libros contundentes, bien desarrollados y de temática variada
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12 de junio de 2016 a las 05:00
En los pasados diez años, la historieta uruguaya se ha establecido como una presencia habitual y ya no como una rareza a descubrir. Como parte de ese mismo proceso, autores se han establecido como nombres referenciales, construyendo una sólida carrera a partir de libros contundentes, bien desarrollados y de temática variada. De entre los muchos posibles nombres, Nicolás Peruzzo (Montevideo, 1980) destaca por derecho propio. Lo ha hecho desde su temprana serie Relatos de Ciudad Fructuoxia, pasando por su trabajo como codirector y artista en Bandas Educativas (www.bandaseducativas.com), hasta su actualidad como uno de los nombres imprescindibles para comprender la historieta uruguaya reciente.

Tu obra desarrolla dos aspectos muy marcados: el humor y la melancolía. ¿Cómo conviven cosas tan dispares?
Yo soy un poco así, una especie de optimista melancólico. E inevitablemente eso se refleja en todo lo que hago. En mis trabajos humorísticos siempre hay un dejo de oscuridad y tristeza, pero hasta en mis historias más sombrías encuentro espacio para algún toque de humor. Porque así he vivido mi vida. Aún en mis momentos más difíciles encontré algo que me hizo reír, aunque sea brevemente. Del mismo modo, en mis períodos de más felicidad siempre tuve dudas e incertidumbres de no saber si esa felicidad iba a durar.

Así mismo, casi todas tus creaciones están signadas por lo autobiográfico. ¿Hasta que punto se da en verdad eso?
Todas mis historias son, en mayor o menor medida, reflejo de lo que está pasando con mi vida en ese momento. Me he dado cuenta de que en mis épocas felices escribo por obligación, y en momentos difíciles lo hago por necesidad. Ese contraste quedó más claro que nunca durante el proceso de escritura de mi última novela gráfica, Rincón de la Bolsa. El cómic fue publicado en capítulos durante todo el año pasado en la revista Lento. Cuando comencé a escribirla me encontraba en un período de enorme felicidad personal y profesional y me era muy trabajoso abstraerme para escribir esta historia sobre personajes que han perdido la esperanza, o que se aferran a ilusiones imposibles.

Con el tiempo has matizado tu rol como autor integral al trabajar con guionista o dibujante. ¿Cómo se pauta eso? ¿Qué marca que una obra sea en solitario y otra en colaboración?
En general elijo trabajar en colaboración cuando mis limitaciones no me permiten ser el autor integral. En el caso de Pancho El Pitbull, que es una tira humorística clásica de tres cuadritos, al estilo de Garfield o Mafalda, yo dibujo y la escribe Neal Wooten, un guionista norteamericano. Pese a que he escrito muchos guiones de humor el chiste corto de tres cuadritos me resulta muy difícil. No tengo esa capacidad de síntesis ni de abstracción de conceptos. En los casos donde soy solo guionista, algunas veces he elegido trabajar con dibujantes por cuestiones de tiempo, como en varias de las historietas educativas que realizo junto a mi socio en el proyecto Bandas Educativas, Alejandro Rodríguez Juele.Aunque en otros casos como el de Rincón de la Bolsa, elegí trabajar con el dibujante Gabriel Serra porque su estilo se amoldaba mucho mejor que el mío para la historia que estaba escribiendo. Gabriel es un dibujante mucho más técnico que yo, y domina un montón de recursos visuales y narrativos que están muy lejos de mis capacidades como dibujante.

Gran parte de tu trabajo aborda temas "importantes" o de peso, como son el crecer, la nostalgia, el amor. ¿Qué te lleva a tratar esos temas?
No es una decisión deliberada, pero como la necesidad de escribir me surge como reacción a situaciones emocionales, suelo terminar hablando de los grandes temas, que son los que nos sacuden la vida: las pérdidas, envejecer, el amor, el desamor... No es algo buscado, sino que se va construyendo de a poco mientras empiezo a armar una historia. Por ejemplo, en el caso de mi novela gráfica La Mudanza, el disparador fue visitar Parque del Plata, un balneario en el que pasé muchos veranos durante mi niñez y mi adolescencia. Cuando era niño, un montón de mis amigos también veraneaban ahí. Eso cambió en mi adolescencia, donde ya casi nadie iba, y cada cuadra estaba llena de recuerdos y melancolía. Mientras caminaba por Parque del Plata, poco antes de empezar a escribirla, comencé a pensar que, en mayor escala, también sucedió lo mismo con Montevideo luego de la crisis del 2002, donde un montón de amigos tuvieron que irse. Montevideo se transformó en un lugar desolado. Entonces empecé a pensar en la relación entre las ausencias y los lugares cargados de recuerdos: las casas, las calles o las esquinas. Hay un momento donde esos lugares tienen los recuerdos en carne viva. Pasar por ahí te provoca un nudo en el estómago. Pero con el tiempo eso sucede cada vez menos, y nos acostumbramos -y nos resignamos- a esos lugares y a sus fantasmas.
¿La historieta uruguaya actual permite este mismo tipo de libros?
El mal endémico de la historieta uruguaya –el reducido mercado que hace utópico que un historietista pueda vivir de las ventas de sus libros- es también su mayor ventaja a la hora de nuestra libertad creativa. Difícilmente un autor uruguayo realice una obra especulando con su repercusión comercial, ya que la distancia económica que existe entre un cómic uruguayo best seller y un libro de ventas moderadas es muy magra. Entonces, no existen casos donde un autor queda atrapado por el éxito de un personaje, o de una serie, como sucede en otras partes del mundo. Me atrevo a decir que el 99% de los cómics que se publican en Uruguay surgen del interés de sus autores por contar esas historias, sin otra clase de especulación.

Los libros

Ranitas (2011). Un recorrido autobiográfico y nostálgico de Montevideo en la década de 1990, la adolescencia, el rock y el liceo, todo pasado por el tamiz de una catarsis rabiosa.

La Mudanza (2013). Habla de procesos como la pérdida, el cambio y la maduración, en un registro distinto a la obra anterior.

Pancho el pitbull (2015). Humor infantil pero de esos que puede leer un adulto y disfrutar de la misma manera. Peruzzo figura solo como dibujante, pero se nota su mano –y su humor– en la traducción de los guiones.

Rincón de la bolsa (2016). Una historia de ribetes Onettianos que construye un relato amargo y desesperanzado sobre la realidad de un pueblo del interior.

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