Ricardo Peirano

Ricardo Peirano

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No valió la pena

Sin duda, a la señora presidenta no le cayó muy bien el resultado del domingo y quizá le afectó el humor
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29 de noviembre de 2015 a las 00:00

Fue la parca expresión de Mauricio Macri, presidente electo de Argentina el pasado domingo 22, al salir de la primera (y probablemente última) reunión que tuvo con la presidenta saliente Cristina Fernández de Kirchner en la residencia de Olivos el martes 24. Al parecer, Macri esperaba hablar de la transición hasta el 10 de diciembre para que su equipo pudiera conocer de primera mano la situación de la economía argentina, las cifras que maneja oficialmente el Ministerio de Economía respecto a las muy debilitadas finanzas públicas y el creciente déficit fiscal, y tener datos ciertos de activos y pasivos del Banco Central, de sus reservas, de las ventas de dólares a futuro y de la explosiva situación monetaria y cambiaria que ha obligado al gobierno K a estrechar día a día la disponibilidad de divisas o, dicho de otra manera, a estrechar día a día el cepo cambiario y comercial que ahoga la actividad productiva argentina.

Por lo que se sabe, la reunión fue breve (apenas 20 minutos), no se trataron temas importantes en un país que arde, y la presidenta se preocupó sobre todo del ceremonial de la entrega del mando. Parece que cuando el Titanic se hunde, ella se preocupa por la música como si nada le importara. Además, le notició a Macri que sus ministros recién se reunirían con los suyos a partir del 10 de diciembre. En buen romance, pareció decirle: “Hasta el 10 de diciembre, no te voy a dar ni un vaso de agua”. Después del 10, será la guerra para mantener “mis conquistas de estos 12 años que no se te ocurra tocar” aunque la inflación se dispare, los subsidios directos e indirectos sean insostenibles, y el cepo cambiario no cuente con reservas para mantenerse más allá de unos pocos días.

Sin duda, a la señora presidenta no le cayó muy bien el resultado del domingo y quizá le afectó el humor, como suelen hacerlo las cosas que no le gustan de propios y extraños. Pero su actitud para con el presidente electo no tiene nada que ver con lo propia y normal de una república, donde la alternancia de partidos y de gobiernos es lo habitual, y la cooperación entre gobiernos entrantes y salientes es una muestra de civilización política, propia de países donde no hay enemigos sino adversarios, donde nadie es dueño absoluto del poder. No parece ser así en el país que deja la señora de Kirchner: ella es la dueña del poder y se encarga de demostrarlo todas las semanas por cadena de radio y televisión nacional; ella no concibe la existencia de adversarios políticos sino de enemigos a quienes hay que destruir como sea. Ella es ella, y todo debe girar en torno a ella, desde nominar al fracasado Aníbal Fernández a la gobernación de Buenos Aires hasta el manejo de la relaciones internacionales que la dejan sin más interlocutores que los gobiernos del eje bolivariano, Cuba, Irán, Rusia y China (ah, y el papa Francisco, a quien persigue a todos lados para sacarse una foto). Como Luis XIV, el Rey Sol, su lema parece ser: después de mí, el diluvio.

Pues el diluvio (o la bomba de relojería activada en materia económica) es lo que debe evitar Mauricio Macri para conseguir que Argentina sea un país con vocación republicana, donde el respeto al Poder Judicial, la separación de poderes, las garantías individuales, la alternancia en el poder, sean algo natural y no una tragedia griega. Claro que la crispación social y la campaña del miedo desatada desde filas oficialistas en nada han ayudado a la normalidad y, por el contrario, han hecho más difícil la transición. Para reafirmar la línea de CFK, la Asociación Madres de Plaza de Mayo, que de república y libertad entiende poco y que se planteó ocupar la Corte Suprema porque sus fallos no le gustaban, convocó a una “marcha de resistencia” para el 10 de diciembre, cuando asuma Macri. Resistencia por las dudas, pero resistencia al fin a un presidente democrática y legítimamente electo por la ciudadanía hace apenas una semana.

Pues así es difícil gobernar. Y por ello Argentina está desde hace décadas en busca de una institucionalidad perdida. Y sin ese equilibrio institucional es muy difícil para un país que pueda desarrollar todo su potencial económico y erradicar la marginación social, dando oportunidades de crecimiento e inclusión a todos.
De ahí que Macri, más allá de sus ideas y planes, que son más desarrollistas que lo que muchos piensan en esta margen del río, logre afianzar la cultura republicana, que se perdió en la noche de los tiempos, que CFK se esfuerza por enterrar, pero que es vital para un resurgir argentino que hará resurgir a toda la región saliendo de los nefastos populismos que tanto daño han hecho.

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