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Noches del interior en Montevideo

En el ambiente nocturno se aprecia una diferencia entre adónde salen los capitalinos y adónde los de “afuera”. La multiplicación de los boliches “agro” señala otro tipo de público y una noche diferente
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17 de mayo de 2013 a las 19:07

El acento montevideano desaparece y el lugar se convierte en una isla del interior en la capital en la puerta del boliche Cimarrón todos los miércoles por la noche. Abundan las camisas y blusas por dentro, el vaquero deja lugar a los pantalones claros, los championes a los zapatos y la pollera y el vestido al pantalón. En la música también es notorio. Donde los boliches típicamente capitalinos pasan cumbia villera, reggaetón y electrónica en grandes cantidades, los lugares dirigidos a jóvenes del interior como Cimarrón también retumban de cumbia; pero allí la cumbia del interior, en esa variante más romántica que en el norte del país, es furor. En Cimarrón un miércoles por la noche, Montevideo desaparece entre el paso del dos-uno y los buzos típicamente atados a la cintura, entre las guitarras acústicas, el mate y los cigarrillos armados.

Este no es el único boliche que sigue ese camino. Los establecimientos clásicos de la ciudad tienen poco que ver: hay dos noches simultáneas en la capital. Pero, ¿por qué?

Cimarrón fue el establecimiento que inauguró esta tendencia. Ubicado en Luis Alberto de Herrera y Liber Arce, frente a la Facultad de Veterinaria, empezó hace nueve años como una suerte de cantina de la facultad. Pero según cuentan sus dueños Ignacio Cambre y su mujer Noelia (ambos oriundos de Treinta y Tres), el cambio se dio en forma natural. Poco a poco la concurrencia fue aumentando –Noelia recuerda que se quedaban sin vasos y los estudiantes llevaban los suyos desde sus casas– y desplazándose hacia la noche. “Abrimos ese mercado sin querer descubrirlo”, dice.

El matrimonio afirma que “la gente del interior venía buscando un boliche así, en donde mostrar la idiosincrasia con orgullo”. Parte esencial de esto es el folclore, la boina, la bombacha y tomar mate en el boliche. Al abrir ese lugar amigable para el flujo estudiantil desde el interior del país, los Cambre crearon algo nuevo e instalaron en el inconsciente capitalino un concepto que se fue extendiendo como pólvora: el boliche “agro”.

Universidades nocturnas

Antes que Cimarrón, existió Al Norte, un establecimiento reducido ubicado en Soriano y Ejido que también es “rural” desde su propio nombre: sus creadores son de Rivera, y lo llamaron así por sus orígenes en ese punto cardinal. Pero en realidad, como cuenta Rodrigo Fernández, uno de sus encargados, más que un boliche dirigido a gente del interior, Al Norte siempre buscó posicionarse como un “baile” para estudiantes, una “universidad nocturna”. Por eso, la consigna era mantener el precio barato. “Pero el del interior es el que de repente llega a fin de mes ‘pelado’ y come menos para poder salir”, explica Rodrigo. Como él, sus amigos y su hermano (el otro creador) son del interior, el perfil se fue armando.

La diferencia con Cimarrón es que el posicionamiento no era explícito. Al Norte se fundó hace 11 años y Rodrigo recuerda a la Montevideo de aquel entonces muy cambiada –“O muy terraja o muy elitista”, en sus palabras– y carente de una propuesta intermedia. “Con mi hermano nos planteamos que tenía que haber gente como nosotros”, cuenta, y el público los respaldó al igual que a Cimarrón. “Había muchos más de lo que nosotros creíamos”.
Otro establecimiento en la misma línea es el Viejo Barreiro, fundado en 2008 por tres socios, dos de ellos del interior. Mariano, uno de estos socios fundadores, explica que desde el principio quisieron hacerlo como si estuvieran en sus lugares de origen. El objetivo era darle un lugar a los estudiantes que entraban a Montevideo y se sentían perdidos, un sitio en que sentirse como en su casa. “El boliche tiene un público en el que se conocen todos, integran a los nuevos que llegan a la capital y se van sintiendo parte”, afirma Mariano.

Salto a la masividad

Cuando los dueños del boliche capitalino por excelencia, El Club, buscaron rellenar el hueco que les quedaba los viernes (abren jueves y sábados), la solución llegó gracias a otro nativo del interior. Alejandro –uno de los dueños del local ubicado en la rambla Wilson y Sarmiento– propuso dirigir ese día el local a la gente proveniente de fuera de Montevideo, en parte porque lo encontraba un nicho poco explotado, y también porque él, oriundo de Rocha, lo tenía como una aspiración personal.

El objetivo que se marcó era “agarrar el concepto de Cimarrón y llevarlo a la masividad”, explica Alejandro. “Se intentó hacer algo que creíamos que no existía, un producto masivo para gente del interior”. El nombre que eligieron habla por sí solo: El Rancho. El proyecto ha sido exitoso; el empresario asegura que desde que se instaló en 2010, la demanda de público por el establecimiento ha aumentado cada año 150%, y ello con el mantenimiento de un nivel de público de clase media-alta. Según Rodrigo Fernández, El Rancho es el boliche que lleva más gente en la ciudad.

La teoría del vaso roto

Alejandro propone (excusándose con un “con todo respeto” en más de una ocasión) una teoría para explicar el porqué de la separación Montevideo-interior en algo tan frívolo como las salidas nocturnas.

De acuerdo con él, esto es una diferencia fruto de la migración. Afirma que los capitalinos, “al estar con sus padres, son de repente más inmaduros; el del interior viene a vivir solo o a una pensión, trabaja muchas veces. Madura más rápido”.

Es una proposición discutible, pero Alejandro la respalda con números: asegura que la cantidad de vasos rotos en el suelo en una noche de Club es radicalmente mayor que en una de Rancho, aun con la misma cantidad de personas.

“Una persona de 21 años de Montevideo es como una de 18 del interior”, afirma. Esta diferencia provoca, según él, que el ambiente del Rancho se “desvirtúe” si recibe mucha afluencia de público del Club.

“A la gente de Montevideo no le molesta la del interior; a la del interior, en cierto momento, sí”, expresa, para luego explicar: “Un montevideano va a Cimarrón, alguien del interior no va al Club”.

Ignacio Cambre no está de acuerdo con él. Para Ignacio, esto tiene más que ver con la música. Opina que, en general, al del interior “no le gusta la electrónica ni la gente demasiado diferente; pero tampoco es que no vaya a ningún lado porque haya gente de Montevideo. Acá viene mucha gente de Montevideo y se siente identificada”.

Con él coincide Mariano, del Viejo Barreiro, que no cree ni siquiera que haya dos movidas separadas de forma explícita. “El del interior no sabe con qué se va a encontrar, entonces va a lo que conoce”, afirma Mariano, y por eso ellos tratan de generar un ambiente de integración. “Es un público muy sano, y el público sano de Montevideo que se quiera integrar es bienvenido”, dice.

Rodrigo Fernández va en la misma línea. Opina que es un tema de afinidad, más por la música que por otra cosa. “Hoy en día no existen los resentidos”, dice. “El Rancho, El Club, son cuestiones de moda, no de diferenciación”. Él no cree tampoco que haya una separación verdadera, sino que es algo superficial. “Es un mito que viene desde antes, que el de Montevideo es ‘cajetilla’ y el del interior ordeña a la vaca cuando se levanta”, comenta.

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