Opinión > COLUMNA/EDUARDO ESPINA

Nostalgia que me hiciste bien

El pasado y su música se convirtieron en el lugar idílico donde muchos quieren vivir
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20 de agosto de 2017 a las 05:00
Glen Campbell (1936-2017) fue una de las mejores voces en la historia de eso que Greil Marcus prefiere llamar "música pop", y que incluye también a todos los otros ritmos que han servido para definir la modernidad última, la que va de la música soul a la tecno, pasando por la country. Campbell, quien murió días atrás a los 81 años de edad a raíz del deterioro ocasionado por el alzhéimer, fue en una época, ni tan corta ni muy lejana, ídolo en muchas partes del mundo, incluido Uruguay.

Aquellos que escuchaban el programa Impactos por radio Independencia sabrán reconocer su nombre en forma inmediata, y todavía más su voz, inconfundible, poderosa, de esas que muy de vez en cuando aparecen y logran mantenerse vigentes por tanto. La única Noche de la Nostalgia que salí para hacer lo mismo que el resto de la gente, tocaron tres de sus canciones; por lo tanto, más de un DJ, en caso de ser bueno, homenajeará el jueves próximo a Campbell haciendo bailar a los memoriosos con alguno de sus temas, varios de los cuales son ideales para la hora de las lentas, pues si hay nostalgia deben estar.

Con el paso de los años, la noche uruguaya del 24 de agosto se transformó, más que de la nostalgia, en la de la conmemoración de la muerte de cada vez más músicos, algunos de los cuales, 20 o 10 años atrás, estaban veteranos, pero ahora dejaron de estar en este mundo.

En esta década la muerte anduvo pasando la escoba, convirtiendo al parnaso pop en un panteón. Murieron: Gregg Allman, Chuck Berry, George Michael, Leonard Cohen, Prince, Vanity, Maurice White (Earth, Wind & Fire), Glenn Frey (The Eagles), David Bowie, Percy Sledge, Joe Cocker, Bobby Womack, Lou Reed, Robin Gibb, Donna Summer, Whitney Houston, y Gerry Rafferty, por nombrar solo aquellos que son número cantado en la noche víspera del día de la independencia.

Si al oír sus canciones la nostalgia llegaba porque la juventud personal –la juventud de cada uno– se había ido, ahora es un sentimiento incluso de mayor poderío emocional, pues está asociado también a la pérdida definitiva de quien cantaba aquellas canciones que escuchábamos cuando la vida tenía menos edad, y la felicidad llegaba sin que tuviéramos que rogárselo.

La nostalgia es uno de los estados mentales y anímicos de nuestra época, una en la que la distracción y la velocidad prevalecen. Para intentar sentirse mejor, el mundo no parece encontrar mejor solución que recurrir a las canciones que fueron populares en la década de 1980. Incluso en películas para niños que recién empiezan a saber de qué se trata la vida, aparecen canciones de ese tiempo. Mi villano favorito 3 es un buen ejemplo al respecto. Tres de los mejores pasajes del filme son aquellos cuando se escuchan Bad, de Michael Jackson, Into the Groove, de Madonna, y 99 Luftballons, de Nena. Lo mismo pasa con Spider-Man: De regreso a casa, cuya notable banda sonora incluye una de las 10 mejores canciones de la década de 1980, Save It for Later, de English Beat, además de otros temas culminantes de por entonces.

En radios estadounidenses y del mundo –sinónimos asimétricos– proliferan hoy en día las canciones de la década de 1980. En Houston, cuarta ciudad en tamaño de la Unión Americana, una de las tres radios con mayor cantidad de oyentes solo irradia música de los ochenta. En otras ciudades y pueblos pasa lo mismo.

El dial estadounidense muestra en este aspecto gran generosidad hacia la nostalgia. Como en esa época también hubo muchas radios con programación musical extraordinaria, las que oímos hoy en día emulan a las antecesoras sin tener que esforzarse mucho. Basta con saber elegir las canciones.

La nostalgia por la década de 1980 es tan aguda y persistente que un grupo de rock, Bowling for Soup, grabó en 2005 una canción llamada, vaya originalidad, 1985. Dentro de 20 años (en caso de que para entonces recuerdo no sea una palabra olvidada) tendremos nostalgia de esa canción, popular dos décadas después que las canciones de los ochenta alcanzaron su cumbre de popularidad. Tal como la suma de ejemplos lo destaca, en el mundo –porque también chinos y vietnamitas, tal como lo comprobé el año pasado, viven con el oído pegado a la música pop de los ochenta– aún no se acabó, qué va, la nostalgia de la nostalgia. Y nada indica que vaya a terminarse pronto.

Cuando en 1978 a Pablo Lecueder se le ocurrió la idea de tener en Uruguay una noche anual de la nostalgia, esta no era en el mundo lo que es hoy en día. La de entonces era más parecida a la del tango, al dolor por la pérdida de un tiempo que incluía un montón de momentos felices. La de hoy, muy siglo XXI, cosmopolita e hipertecnológico, tiene asimismo que ver con la ausencia de novedad en cuanto a creación musical. Reemplaza a lo que falta. De lo contrario, ¿cómo puede explicarse, por ejemplo, que en las dos películas mencionadas las mejores canciones sean de otra época cada vez más lejana en el tiempo?

Según los rankings de venta, la música de mayor popularidad en estos días es el reggaetón. De acuerdo a Pablo Milanés, el reggaetón no es música. Por lo tanto, en una época en la cual la música que la define no es música, y ni siquiera le alcanza para ser un sonido decente, la exigencia debe echar mano a lo que pasó en otros tiempos, cuando la melodía –eso tan difícil de conseguir– todavía era requisito para escribir una canción con afán de posteridad.

Somos pues nostálgicos, por la falta de novedades poderosas en cuanto a música se refiere, aunque, cabe acotar, que con la literatura y el cine pasa algo parecido: pareciera que las artes hubieran quedado rezagadas en esa carrera en la cual la tecnología sacó varios cuerpos de ventaja.

Con diferente repertorio, el ser humano siempre ha vivido tratando de recuperar un tiempo pasado que por anterior supuestamente fue mejor. Ha hecho excluyente esa resurrección. Sin embargo, hoy en día la situación se ha radicalizado. Es un arma que brilla a full. ¿Quién habla hoy de progreso en música, en las otras artes? ¿Cuándo, en qué contexto, irrumpe la palabra progreso fuera del diccionario? La idea de futuro incomoda. El presente –lugar inhóspito, mala palabra– ha sido sustituido, suspendido sin goce de sueldo (quizá es responsable de su desprestigio). Presente bonsái. Hoy el pasado se convirtió en el lugar idílico adonde queremos llegar, tal como ya lo anticipó la canción de los Beatles: "Yesterday, all my troubles seemed so far away" (Ayer, todos mis problemas parecían tan lejos).

El ayer tiene mayor celebridad que antes, también el verbo añorar. Hay una industria próspera de la nostalgia. Su rating viene en alza continua (Wall Street siente envidia).

Mirándose en el espejo de su propia influencia conceptual a lo largo de las épocas, la nostalgia por un rastro irreconocible que lleva a lo ya vivido elige eras y horas para revisitar a su antojo. Su autosuficiencia hasta el hartazgo genera un apartheid consumista, aunque no garantiza que la realidad siga siendo honrada. El proceso, tal parece, no tiene vuelta de hoja.

Pocos meses antes de la muerte de Glen Campbell, con el contenido de su memoria borrado por completo por la enfermedad, un amigo le mostró una guitarra. El cantante, quien además de gran voz había sido guitarrista de primera, la miró, la tocó, y no supo para qué servía ese objeto con cuerdas que tenía enfrente. Con gran temor a ser víctimas de una amnesia colectiva de sentimientos ancestrales –los que nos hacen lo que somos–, vivimos ansiosos por saber de qué otra manera será el futuro que se aproxima. Por no saberlo, hemos inventado un pasado, con algo de cierto y mucho de falso, en el cual son cada vez más quienes quieren quedarse ahí a vivir.

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