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NTVG: una explosión argentina

Este viernes, No Te Va Gustar se preparaba para dar uno de los conciertos más masivos de su historia en el club GEBA de Buenos Aires
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09 de diciembre de 2011 a las 20:10

Domingo 17 de abril, hora 18. En las inmediaciones del estadio Luna Park está todo muy quieto. Muy tranquilo. Hay un par de calles cortadas, policías bostezando y una cola de 50 personas aguardando para entrar al show de NTVG, el tercero de una fenomenal seguidilla de cuatro. Sobre la avenida Corrientes se ve prolijamente desparramadas por la calle a otras 50 personas: todos vendedores de remeras truchas. Cuestan 40 pesos argentinos las grandes y 30 las chicas. “La policía por fin ordenó esto que era un bardo. Antes venía cualquier gil y vendía sus remeras y había muchas peleas pero ahora está todo bien –cuenta uno de ellos que prefiere no dar su nombre–, nos cobran 100 pesos por cabeza, todo liso”.

La primera de la fila es Jessica, una adolescente que tomó un micro, un tren y luego el subte para llegar desde el profundo conurbano bonaerense para ver a su banda favorita. “¡Son geniales! ¡Emiliano es relindo!”, aclara como si hiciera falta. “Sí, me gustan mucho. Tienen un no sé qué. Y Emiliano es muy buen mozo”, termina de aclarar Mariana, la madre de Jessica. ”¡Nosotros nos vinimos de más lejos!”, declama a los gritos eufórico Sergio, que apenas debe haber llegado a la mayoría de edad. “Nosotros vinimos de Pando. Bus a Tres Cruces, luego otro a Buenos Aires. Estamos desde las 12 del mediodía dando vueltas por Retiro y Puerto Madero. ¡Esto es Nueva York!”

Hora 19. Se abren las puertas del Luna Park y las tres colas de cuadra de adolescentes enardecidas entran corriendo a los gritos a colocarse lo más cerca posible del escenario. Lo más cerca posible de sus ídolos. Hay cacheos muy estrictos para el ingreso. “Ayer hubo bastante choreo. Es que los ‘pungas’ se hacen la fiesta con tanta pendeja. Le clavan la púa a la mochila y le afanan todo. Y las pibas se asustan. Ayer detuvimos a uno y el viernes a otro. Hoy estamos más estrictos”, cuenta un experimentado empleado de seguridad, en el acceso a la cancha.

Hora 19.30. La banda aún no arribó al Luna Park. Algunos están en el hotel, descansando de haber seguido de parranda la noche anterior en The Roxy, donde tocaba Jauría, la nueva banda del ex cantante de Attaque 77, Ciro Pertusi. Otros fueron a recorrer la ciudad o a comer a distintos restaurantes con sus familias. Emiliano eligió ir a la cancha y gritar los goles del Boca Juniors de sus amores: 3 a 3. Un empate quizá entretenido.

Hora 20. “Esto no es más que un comienzo”, dice el representante en Argentina ante la idea de consagración de NTVG. “Esto no puede más que crecer”.

Hora 20.30. Arranca con su show la banda invitada llegada desde España Vetusta Morla. En las veladas anteriores tocaron eléctrico pero hoy lo hacen acústico porque luego tocarán para su propio público en La Trastienda. El set de 30 minutos es correcto. El carismático cantante es deudor de la tradición inglesa del rock. La energía que entrega hace que el formato acústico le quede un poco desabrido. Dan ganas de ver el show enchufado en el futuro. Ya volverán a estas latitudes.

Hora 21. “Unas 300 por noche, discos bastante menos”, cuenta el encargado del puesto oficial de productos NTVG.Las remeras adentro cuestan 50 pesos argentinos (las de afuera no pagan impuestos). El último CD solo 29,90 pesos argentinos, económico. “Quiero creer que no –cuenta Nicolás Fervenza, el manager de NTVG, ante la idea de consagración–. Ahora tenemos gira por Europa, luego volvemos a México, y después una gira enorme por Argentina. Esto va a seguir creciendo”.

Hora 21.30. Se apagan las luces. Un Luna Park repleto estalla en chillidos. Está por comenzar el show. El público es 75% adolescente, y 75% femenino. La puesta en escena es simple: cuatro pantallas tradicionales más cuatro de LED con proyecciones sencillas y en telón con la tapa del disco.

Y arranca NTVG. La banda suena correcta, ajustada: se les nota una larga carrera, los temas les salen con facilidad. El público festeja, grita, canta o hace “pogo”, según pida la canción. “Ayer y el viernes las chicas no paraban de cantar y gritar en todas las canciones. Estaba insoportable. Hoy está más familiar”, relata un asistente de personal de la productora.

Una ovación emotiva estalla ante las palabras de Emiliano, remera de Elvis y vaqueros: “Buenas noches, Argentina. Estamos muy felices de estar tocando acá en Buenos Aires para ustedes, de haber estado ayer, y antes de ayer y seguramente estaremos felices también de tocar mañana. Muchas gracias también a los que viajaron para vernos. Disculpen que estoy un poco afónico, pero estamos tratando de hacer shows largos cada día”.

A lo largo de las dos horas y media de concierto se sucederán los invitados que más que sumarles espectacularidad cerrarán la idea de familia unida: amigos de los uruguayos Don Nadie, los cantantes de Bersuit (banda que les abrió la puertas de Buenos Aires en sus comienzos), Federico Lima de Socio y compinche histórico de la banda, o Juanchi Baleirón de Los Pericos, productor de su último disco.

También habrá un momento para la proyección de unas palabras de Eduardo Galeano que generarán un emotivo aplauso. Y por supuesto tocan todos y cada uno de sus éxitos. Y los que no son tales, como si lo fueran: el público festeja todos y cada uno de los temas. Y el porqué de este encuentro con el público es claro: en una liturgia llana, en su retórica sencilla, en lo musicalmente directo y sin parábolas complejas se encuentra este éxito de NTVG.

Hora 23.40. Más de 7.000 almas piden otra a los gritos y haciendo ritmo de candombe. Gritando “olé, olé, olé”. Llegan los bises y el final. Todos contentos en familia.

Lunes 18, hora 0.10. El camarín está sereno. Los músicos, sus pocos invitados, sus familias, sus hijos, todos comen una cazuela de pollo con arroz, hamburguesas para los más pequeños. Gaseosas, jugos y unas pocas cervezas. Solo un borracho, un curioso muchacho que se presenta como ex manager de Las Pastillas del Abuelo, desentona en el ambiente con su murmullo descuidado.

Hora 0.30. En la puerta de salida de los músicos hay un centenar de adolescentes y sus madres esperando por una sonrisa de Emiliano. Cantan y cantan. Chillan cuando salen los músicos y se suben a la combi. Las vallas no ceden: los músicos al hotel, las chicas a su casa.

Hora 1.00. Inmediaciones del Luna Park. Largas colas de adolescentes aguardan que un colectivo milagroso los lleve de vuelta a su hogar: la terrible odisea del regreso al hogar en el conurbano un domingo de madrugada no logra borrar la sonrisa relajada, decididamente feliz, luego de haber visto el show de su querida banda.

A lo lejos se ven unos pequeños disturbios entre los vendedores de remeras truchas. Se ve que no todo fue tan liso. Ya pronto será la hora de volver a casa.

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