Caímos cual paracaidistas sin reserva un viernes de noche y tuvimos la suerte de encontrar dos lugares en la barra. Divertido estar cerca de los cocineros y poder ver cómo se trabaja en este alborotado y exitoso restaurant.
El universo “Peruano Nikkei” es un mundo totalmente desconocido para mi. Miro el menú y esta llenó de ingredientes que sinceramente no conozco: rocoto, anticuchos o ají panca. Pero por suerte en Osaka cada mozo que te atiende esta perfectamente informado sobre como está elaborado cada plato y lo transmite de una manera que resulta muy fácil aprender y poder elegir para un comensal "ignorante" como es mi caso.
Sinceramente se nota que tienen un entrenamiento muy superior a la media de cualquier otro lugar.
Arrancamos con causa de centolla. Dos bocaditos servidos en chucharas de cerámica. Una base de papa amarilla con centolla y salsita media picantona arriba que es una delicia.
Comer ceviche era un must y fuimos por el clásico que viene con una mini jarrita sobre el plato y el mozo vuelca su contenido (leche de tigre) sobre el pescado. Buenísimo el acompañamiento de bastoncitos de boniato hechos en tempura y los granos de maíz tostados que ayudan a complementar y cortar sabores de una forma increíble.
Todo esto mientras saboreábamos un pisco sour perfecto hasta por el vaso que lo contenía y una caipi de Lima, maracuyá y frutilla que me pareció muy divertida.
Ya había visto desfilar platos prendidos fuego alrededor mío y fue nuestro turno verlo de cerca cuando pedimos vieiras a la parmesana y los mariscos al fuego, muy ricos también aunque fue lo que menos me sorprendió, salvo por el “vértigo” del fuego, claro está.
También probamos un pato confitado con cebollas caramelizadas, un toque de naranja y hongos shiitakes salteados, que me fascinó.
Tendremos que volver para atacar el sushi, que tiene todo tipo de combinaciones y lucía muy tentador.
La comida es tan rica que dan ganas de seguir pidiendo y seguir pidiendo. Pero todo tiene un límite, así que cerramos la noche con algo dulce, por supuesto. Me hacía ilusión el bavarois de pomelo, pero al final no estaba disponible y fuimos por el clásico suspiro (postrecito de limón, bastante dulce por cierto), que viene servido en dos vasitos y es perfecto para compartir.
El restaurant ya se empezaba a aquietar y nosotros nos fuimos felices, caminado por las calles de Palermo, bromeando sobre organizar un vuelo charter para los viernes de noche destinado a los uruguayos fanáticos de la comida, para poder aprovechar todo lo rico que hay en Buenos Aires. Y luego volver a dormir a casa.
Soler 5608
Tel (005411) 4775-6964
3 entraditas, 1 plato, 1 postres, 2 tragos. Aprox 1200 pesos argentinos (con propina incluida) u$s 100.
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