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Óscar W. Tabárez: En el país de los contras

“Algunos me dicen: ‘Cuando usted no esté, esto se termina’. Es una adivinanza. Quisimos dejar un proyecto que va a estar ahí y al menos los mueva a reflexionar”
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12 de enero de 2017 a las 05:00

El destino le había reservado un papel protagónico y un lugar exclusivo en la historia, pero no se lo había insinuado. Por el contrario, le puso tanto suspenso que ni el mejor guionista lo hubiera imaginado y desarrollado con el nivel de emociones, cuestionamientos y reconocimientos de que finalmente fue objeto Óscar Washington Tabárez en la selección.

Abundan razones para afirmar que el entrenador construyó en la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) el modelo de gestión más eficiente de la historia de la Celeste. Incluso cuando otras generaciones alcanzaron registros históricos y colocaron al combinado escalones más arriba en los mundiales y juegos olímpicos, nunca un solo entrenador fue capaz de soñar, diseñar un proyecto, hacerlo madurar y consagrarlo en una década de trabajo ininterrumpido, en medio de la inestabilidad más desquiciada que pueda existir en una organización.

Desde su desembarco en la AUF el 6 de marzo de 2006, en un guiño del expresidente Eugenio Figueredo con el gobierno de turno –porque quería extender su mandato–, aquella decisión se transformó en un giro histórico e impropio para el camino que había recorrido la selección durante el medio siglo anterior.

Con el nuevo manual de estilo, Tabárez revolucionó la Celeste desde las raíces. Generó un nuevo prototipo de jugadores profesionales, alineados con las buenas costumbres y formas apropiadas para el fútbol de elite de estos tiempos. Con tres premisas: juego, resultado y comportamiento, estableció obligaciones para los futbolistas a la hora competir. Así dejó servida la mesa.

A nivel colectivo fue campeón de América en 2011, cuarto en el Mundial de Sudáfrica 2010, organizó una estructura de selecciones sólidas que le permitió a la AUF asistir al 90 % de los mundiales organizados por FIFA desde 2009 a la fecha. Revalorizó la marca selección, impulsó un crecimiento edilicio en el Complejo Uruguay Celeste y resistió la caída de cuatro presidentes y la estructura debilitada de una AUF endeble.

En el rubro individual fue –y continúa siendo– protagonista de una carrera sin parangón en Uruguay. Con 167 partidos en su haber es el entrenador de la AUF con más juegos dirigidos en la selección (triplica al segundo) y alcanzó a Sepp Herberger, quien ostenta el máximo registro en la historia del fútbol. Estableció un nuevo récord sin derrotas para la Celeste: 18 partidos sin perder entre el 8 de junio de 2011 y 15 de agosto de 2012. Fue elegido como el mejor entrenador del mundo en 2011. Fue nombrado ciudadano ilustre de Montevideo y campeón del deporte de la Unesco. En junio de 2012 Uruguay alcanzó el segundo lugar en el ranking FIFA.

Fue paternal con las nuevas generaciones que se formaron bajo su ala en el Complejo de la AUF.

Fue sanguíneo en la defensa de sus convicciones. Enfrentó con firmeza a los periodistas que lo cuestionaron sin argumentos y pretendieron comprometer su trabajo.

Fue auténtico en la defensa de los suyos cuando en el Mundial de 2014 se ensañaron con Luis Suárez, y renunció a su participación en comisiones de FIFA para defender sus principios.

Fue cerebral en la planificación de una estrategia que trascendiera el momento y se perpetuara en una organización cargada de gloria pero llena de resquicios perversos que desenfocan lo importante por las necesidades de unos pocos.

Fue, también, humano en las tantas veces que se equivocó en los cambios o se demoró en ellos, uno de los pocos aspectos en los que aún su saldo es deficitario.

Fue extraterrestre promoviendo una transformación inédita en la estructura de la selección.

Y es, fue y será el padre de la refundación de la selección, también, porque en aquella helada noche del 2 de junio de 2010, en Sudáfrica, Luis Suárez, jugando como en el campito, evitó con la mano y en la línea del arco un gol de Ghana que pretendía conducir al "modelo Tabárez" a la debacle, como tantos proyectos frustrados de la selección (porque, pese a estar entre los ocho mejores del mundo en ese torneo, ya se había decidido la salida del maestro de la dirección técnica), y se perpetuó como la máxima obra desarrollada por un uruguayo en el país de los contras.

Esta nota forma parte de la publicación especial de El Observador por sus 25 años.

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