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Pacientes judiciales del Vilardebó pondrán un lavadero industrial

Cuatro internos viven solos en una casa, que habitarán tres más
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15 de mayo de 2016 a las 05:00

La última vez que Jorge García había tocado una pelota en un partido de fútbol todavía jugaba en Cerro. Aunque mientras estuvo internado en el Vilardebó peloteaba de vez en cuando, los campeonatos eran cosa de su pasado. Hasta que hace tres semanas, él y sus compañeros de El Trébol fueron aceptados en un campeonato de fútbol 5 interhospitalario, que organiza la Federación de Funcionarios de Salud Pública.

Un patio interno permite cortar camino para llegar al pasillo central del hospital psiquiátrico Vilardebó. Al final de ese corredor está el Taller Sala 12, donde 14 pacientes realizan tareas de albañilería, carpintería y herrería. Para ir al taller, Marcos, José Luis, Marcelo y Jorge caminan encima de la sala 11, que alberga a los pacientes judiciales del centro psiquiátrico, donde ellos también estuvieron por haber cometido homicidios.

La Justicia los declaró inimputables, al comprobar que actuaron sin ser conscientes de lo que estaban haciendo, producto de una enfermedad mental. Pero desde hace seis meses, a la sala 11, donde estuvieron en algunos casos casi 10 años, solo la miran desde lo alto. "No sé cómo aguantábamos los gritos", dice Marcos, y sus compañeros asienten con la cabeza.

Los cuatro viven solos en una casa asistida, gestionada por el Patronato del Psicópata y el Vilardebó, donde reciben atención psiquiátrica y psicológica. La casa El Trébol queda cerca del Vilardebó, pero no en el mismo predio. Ningún cartel en la fachada la distingue del resto de las casas de la cuadra. Se trata de un hogar pensado para que los pacientes con trastornos mentales crónicos se rehabiliten en ambientes más contenidos que la sala de un hospital psiquiátrico. La de ellos cuatro comenzó a funcionar en octubre del año pasado y esperan a tres compañeros más.

"Pasamos de estar durmiendo mal porque en la sala compartíamos con pacientes que estaban descompensados a venir acá, tener una habitación para cada uno, poder descansar bien, levantarnos al otro día mejor para ir al taller. Fue en eslabón más", dice José Luis, sentado en el living de la casa.

A ese "eslabón" al que se refiere, en el camino de su rehabilitación, se le sumará otro más: formarán una cooperativa de trabajo, para poner un lavadero industrial, que en un principio se encargará de la lavandería del Vilardebó.

El director de Salud Mental de la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE), Horacio Porciúncula, explicó a El Observador que la inversión inicial de dinero la realizará el organismo. El Vilardebó pondrá las lavadoras y la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) donará una casa cerca del hospital para armar el lavadero.

"Lo del lavadero surge porque el hospital tiene máquinas industriales para lavar y las íbamos a poner adentro del hospital. Pero en el marco del cambio de la ley de salud mental que habla de la superación progresiva, ponerle más cosas al hospital implica sostenerlo más en el tiempo", dijo.

El proyecto de ley de salud mental, que está siendo estudiado por la Comisión de Salud del Senado, plantea el cierre progresivo de los centros psiquiátricos y la creación de hogares como El Trébol que aspiren a que los pacientes se reinserten, poco a poco, en la sociedad.
La cooperativa de trabajo estará compuesta por los cuatro integrantes de la casa, la esposa de uno de ellos, dos pacientes ambulatorios más y el hijo de Selva Tabeira, la encargada de llevar adelante el Taller Sala 12 e ideóloga de la cooperativa.

"El cierre"


Apoyado sobre una de las paredes del living de la casa, Jorge mira a Selva con admiración. "Fue lo mejor que me pasó", dice. Antes del Vilardebó, El Trébol y Selva, era el jugador de Danubio y Cerro Jorge García. "Yo no agarraba una escoba, no hacía nada. Entrenaba dos o tres veces, me volvía y no hacía nada. Ahora estoy ocho, 10 horas trabajando", cuenta.
Un año atrás, la casa era tan solo paredes y pisos con humedad, habitaciones tapeadas y una cocina inservible. Empresas y particulares realizaron donaciones, que en el Taller Sala 12 recibían para reformar la casa.

Jorge fue el último en llegar al hogar y lo primero que notó fueron las puertas antiguas, cuya madera relucía. Las había arreglado mientras todavía estaba internado en el módulo 11 del Vilardebó. Vivir allí les cuesta $ 3.000 por mes a cada uno y se reparten las tareas de la casa: uno limpia la azotea mientras otro lava el baño y los demás cocinan u ordenan el living.

Según explicó Porciúncula, el proceso de rehabilitación en casas de medio camino implica primero recuperar o generar habilidades para la vida diaria, resociabilizar y, en última instancia, la reinserción laboral. Y puede suceder que en ese proceso, necesiten volver a ser internados transitoriamente. José Luis, Marcelo, Marcos y Jorge dicen ser conscientes de que tienen una enfermedad mental, para la que "la medicación es fundamental".

"Sin ella puede pasar que volvamos a hacer lo que hicimos", dice José Luis. En su caso, sabe que no vivirá en esa casa para siempre y cree que esa es la razón por la que "tener un lavadero es muy importante". "Sería el cierre. Es lo que nos faltaría para poder insertarnos en la sociedad: poder laburar", agrega.

Hace algunas semanas, les tocó pensar un nombre para la cooperativa con la que intentarán llegar "al cierre" de su proceso. Decidieron ponerle Dodici, que es 12 en italiano, igual al del Taller Sala 12 que, dicen, les trajo suerte.

Volver a jugar al fútbol

A pesar de que es para trabajadores, el sindicato les permitió participar. Por ahora, jugaron dos partidos, uno lo ganaron y el otro lo perdieron. Jorge juega, además, en otro campeonato, pero de fútbol 11.

Desde que entró a la casa, en noviembre del año pasado, no toca un cigarrillo. Antes llegaba a fumarse un paquete por día. También perdió 12 kilos gracias a un tratamiento que todos los integrantes de la casa están haciendo.


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