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Padre Cacho: el santo de los pobres al que la Iglesia quiere canonizar

"(A los necesitados) les hemos robado la caña de pescar, el anzuelo, la barca, la red y hasta los pescados", advertía
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20 de febrero de 2017 a las 05:00
Apodado "el cura de los cantegriles", pero aún más recordado como el Padre Cacho, Rubén Isidro Alonso ya es considerado un santo por parte de aquellos pobres que lo conocieron y a los que, por estas estas horas, el Vaticano les dio la razón al desbrozar el camino para la canonización oficial del sacerdote muerto en 1992.

Este trayecto hacia los altares fue anunciado ayer por el arzobispo de Montevideo, Daniel Sturla, quien informó que la Santa Sede dio su aval para que el Padre Cacho ya pueda ser llamado Siervo de Dios.
En 2014, Sturla le había pedido al papa Francisco que sumara a la lista de santos al cura que, después de un largo peregrinar, se instaló en 1978 en un rancho de la periferia de Montevideo para vivir junto a los más pobres e intentar cambiarles la vida.

El Padre Cacho nació en 1929, tempranamente ingresó al Seminario Salesiano de Manga y en 1959 fue ordenado sacerdote. Después de servir en varios departamentos del interior del país, sintió que su lugar estaba en la cruz que padecen los más necesitados.

Sus impulsos los estampó en una carta dirigida a la Iglesia Católica que decía: "Siento la imperiosa necesidad de ir a vivir en un barrio de pobres y hacerlo como lo hacen ellos. No como táctica de infiltración, de camuflaje o demagogia, ni siquiera como gesto profético de nada sino para encontrarlo de nuevo a Él porque sé que vive allí, que habla su idioma, que se sienta a su mesa, que participa de sus angustias y esperanzas. Tampoco como un "Padre" despachador de sacramentos sino como alguien que va a hacer junto a ellos una vivencia de fe, un camino compartido. Tal vez pueda decirles en su idioma de dolor y frustración, que allí, en medio de ellos esta Él. El que puede cambiar la muerte en Vida, la negación en esperanza".

Entonces, decidió mudarse a un rancho de lata del barrio Marconi, e instaló su sacerdocio inquieto en la parroquia Sagrados Corazones de la calle Possolo ( Las Acacias). Recorrió la zona cercana a los cantegriles de Aparicio Saravia y evitó el desalojo de varias familias cuyo destino era la calle. Fatigaba todos los días las calles rotas e inundadas de agua podrida; escuchaba a los ateos, y a los creyentes, lo invitaban a sus cumpleaños y los consolaba en los velorios.

En los alrededores de la calle Timbués empezó a juntarse con recicladores de residuos dejando atrás el mote de "requecheros", y los organizó para que llevaran adelante su tarea de la forma más digna posible.

Le dedicó menos tiempo a las bendiciones que a las gestiones para construir casas dignas; organizó colectas de dinero y ofició bautismos; impulsó guarderías para los niños y veterinarias para los caballos de los recolectores de basura.


Murió en el invierno de 1992 de un cáncer de estómago después de ser internado en un hogar sacerdotal. De su cuerpo se ocuparon los pobres. El ataúd, transportado por un carrito de clasificadores tirado por caballos, recorrió todas las zonas pobres en donde predicó su evangelio. Miles de personas lo acompañaron hasta el cementerio del Norte. Diez años después, los recolectores de residuos protagonizaron la misma procesión, esta vez con las cenizas del Padre Cacho, que fueron depositadas en la parroquia del barrio Las Acacias.

El padre Cacho, quien tantas veces debe haber leído el pasaje de la Biblia en el que Jesús multiplica y reparte los panes y los peces, advertía que, entre los marginados, era un sacrilegio repetir ese refrán que invita a enseñar a pescar en lugar de regalar pescado.

"A los pobres les hemos robado la caña de pescar, el anzuelo, la barca, la red y hasta los pescados", dijo el sacerdote que se metió en el barro de la miseria sin pensar en ese día en el que será elevado a los altares de las iglesias.

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