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Pegar a los niños: ¿cuánto daño hace?

Durante los disturbios en Baltimore, la madre de un joven que aspiraba a ser parte de las manifestaciones se convirtió en una celebridad instantánea al ser grabada mientras castigaba a su hijo
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31 de julio de 2015 a las 00:00

Por Norbert Schady, Asesor Económico Principal para el Sector Social en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

Durante los recientes disturbios en Baltimore, MD, Toya Graham, una madre irascible de un joven que aspiraba a ser parte de las manifestaciones, se convirtió en una celebridad instantánea al ser grabada mientras castigaba a su hijo. Apareció en el noticiero de la noche abofeteándole la cabeza repetidamente mientras lo empujaba por la calle, alejándolo de la violencia que invadía la ciudad. Dada la situación, las acciones de la señora Graham – que bajo muchas definiciones podrían clasificarse como castigo corporal “severo” – podrían ser no sólo justificables, sino estimables. Al haberle impedido unirse a esta violenta multitud, enojada por la muerte de Freddie Gray, un joven afroamericano que murió bajo custodia policial, le pudo haber salvado la vida a su hijo. Sin embargo, ojalá el caso de la madre de Maryland sea visto como lo que es: la excepción que confirma la regla. Los niños de cualquier edad no deben ser objeto de abuso físico. Aparte de circunstancias atenuantes como ésta, especialistas en desarrollo infantil consideran que el castigo corporal “severo” hacia los niños—especialmente cuando estan pequeños— puede dejarles una huella de por vida.

Si bien el tema puede parecer evidente, no es del todo así. La mayoría de los investigadores que estudian los castigos corporales suelen distinguir entre el castigo corporal “leve”, también llamado “dar nalgadas” (pegar a los niños en las nalgas o las extremidades con la mano abierta sin infligir daños físicos) y el castigo corporal “severo” (dar palizas o golpear con un objeto o con el puño cerrado, o golpear al niño en la cara o el pecho). Los especialistas en desarrollo infantil coinciden en que el castigo corporal “severo” conlleva daños psicológicos duraderos, pero no existe un consenso parecido sobre los efectos de dar nalgadas.

Asimismo, es relativamente sencillo establecer asociaciones entre el castigo corporal y una diversidad de resultados, entre ellos elevadas tasas de problemas de salud mental y agresividad en la adolescencia y la edad adulta. Sin embargo, determinar efectos causales es bastante más complicado. En numerosos estudios se utilizan encuestas transversales que preguntan a los adultos acerca de comportamientos y resultados actuales, así como acerca de la incidencia de diversas formas de castigos corporales en la infancia (Afifi et al. 2012, entre muchos otros). En otros trabajos se emplean datos longitudinales que vinculan la incidencia del castigo corporal en la infancia con resultados de aprendizaje o socioemocionales posteriores (Berlin et al. 2009, entre muchos otros). Una gran cantidad de estos estudios demuestra que los niños que han sido castigados físicamente tienen peores resultados de aprendizaje más tarde, una mayor incidencia de problemas de salud mental y más probabilidades de verse envueltos en actividades delictivas en la adolescencia y en la edad adulta (véase Gershoff 2002 para un meta-análisis de los trabajos disponibles).

No obstante, no queda claro si estas asociaciones tienen una interpretación causal. Las variables omitidas constituyen una preocupación seria, al menos por dos motivos. En primer lugar, numerosos estudios llegan a la conclusión de que los niños de estatus socioeconómico más bajo están más expuestos a un trato “severo” por parte de los padres, incluyendo castigos corporales. Sin embargo, el estatus socioeconómico tiene, en los resultados relacionados con los adultos, efectos que no están mediatizados por las prácticas de los padres. La literatura sobre desarrollo infantil ha intentado abordar esta preocupación controlando por varios “factores de confusión” (educación de los padres, algún indicador aproximado del ingreso del hogar), pero es poco probable que estos expliquen toda la variación relevante. En segundo lugar, hay una variabilidad individual (por ejemplo, genética). Los niños que son más difíciles (irritables, quisquillosos o agresivos) tienen más probabilidades de sufrir castigos corporales. A pesar de esto, puede que estos niños estén más predispuestos a tener malos resultados en la edad adulta por otros motivos.

En ambos casos, las asociaciones entre castigo corporal en la infancia y malos resultados en la edad adulta probablemente sobrestimen los efectos causales. Si bien es muy probable que el castigo corporal “severo” tenga efectos nefastos de larga duración, mostrar un indiscutible efecto causal de los castigos corporales en los resultados posteriores es extremadamente difícil.

Los castigos corporales “severos” constituyen un fenómeno generalizado en la región de Latinoamérica y el Caribe. En cuatro países (Belice, Bolivia, Jamaica y Santa Lucía), la incidencia de castigos corporales “severos” es del 40% o más. En otros cuatro (Colombia, Perú, Suriname, y Trinidad y Tobago) se acerca al 30% o lo supera. En todos los países hay gradientes en cuanto a la escolarización materna. Por ejemplo, tanto en Bolivia como en Perú, los hijos de una madre con estudios secundarios completos o más tienen sólo la mitad de probabilidades de ser castigados con severidad si se les compara con los hijos de una madre con escuela primaria incompleta o menos. En todos los países, los varones sufren castigos corporales “severos” con más frecuencia que las niñas.

La alta incidencia de los castigos corporales de los niños pequeños en la región hace que éste sea un tema de preocupación. Por más de que los efectos causales pueden ser verificados o no, pegar a los niños no es una forma apropiada de disciplina, y sin duda tiene el potencial de causar más daño que bien. Éste es sólo uno de los varios temas tratados en la próxima edición de la publicación emblema del BID, Desarrollo en las Américas (DIA), titulada Los primeros años: el bienestar infantil y el papel de las políticas públicas. Haga clic aquí para recibir actualizaciones sobre este libro y un PDF gratuito al publicarse.

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