Gabriel Pereyra

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Por favor: en homenaje a Seregni, a Zelmar y a la sangre derramada, un poco de vergüenza

Aquella utopía del hombre nuevo ahogada en lágrimas
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01 de agosto de 2017 a las 05:00

"Lo haremos tú y yo/ nosotros lo haremos/ Tomemos la arcilla/ para el hombre nuevo", cantaba Daniel Viglietti. Y llamaba a desalambrar.

De todas partes llegaban a jugarse la ropa contra el antiguo régimen. Y le dieron un gran susto a oligarcas y terratenientes. Malditos en sus alturas. Abajo, legiones emigraban del campo a formar cantegriles en la capital.

Y llegó la noche de la soldadesca. Y Zelmar dejó la vida junto al Toba y a Rosario y a William. Antes ya se la habían robado a Líber Arce, a Susana Pintos y a tantos otros. (Por si sos muy joven: ¿viste como ahora en Venezuela? Bueno, así).

Y la oscuridad llegó con miles de presos. Y con decenas de miles de exiliados. Miles de familias destrozadas en pos de la utopía. El hombre nuevo. La sociedad del pan y las rosas.

Pero un día amaneció. Costó sangre, sudor y lágrimas. Y se abrieron las jaulas. Y el aeropuerto era una fiesta continua de cuerpos que se reencontraban con sus almas. Me veo en la caja de un camión en medio de un mar de banderas rojas.

Y llegó don Alfredo para poder oírlo en vivo entonar su Guitarra Negra: "Dice Enrique, mi hermano, que hay cierto perro hundido que se lame mansamente y nos lame, lamiéndose, una herida quieta allá al fondo, sentado en su escalón... Y dice más mi hermano el otro Enrique, en Praga: dice que amarte con certeza, hacerte enteramente hembra, darte lo que de vida tengan mis urgencias, será amar más y más a Jaime; amarlo, más de veras... por su alma, su propio perro mordedor bajo el garrote, el cable, el puñetazo, la bolsa de arpillera, el plantón y el insulto... la olvidada mejilla que no ponen ni él ni nadie a golpear... sino con hambre y Rita y José Luis, por Gerardo y Raúl y Rosa y Sara y Mauricio... y por todos nuestros muertos".

Los muertos que murieron creyendo que valía la pena. Su sangre regaría la semilla del hombre nuevo. La sangre de Rita y de Gerardo y de Mauricio y de los comunistas de la seccional 20.

En ese amanecer me veo mirando hacia arriba en una esquina de bulevard Artigas. Luego de la cárcel, la traición y la tortura, Líber Seregni llamaba a la paz. A su influjo y ejemplo, aquel día el hombre nuevo estaba ahí, cerca del general del pueblo, al alcance de la mano. Los más viejos lo aseguraban convencidos: allí estaba parte de la mejor gente del Uruguay.

No serían el hombre nuevo, pero apenas por circunstancias. Eran la semilla de la que iba a germinar el soñado ser superior. Pero quizás eso era para soñadores. Para ser superior alcanzaba con respetar los valores más elementales que exhibe la buena gente: honestidad, trabajo, humildad, sensibilidad, solidaridad. A pesar de que la condición humana nos puede llevar por caminos impensados, está lleno de gente honesta, trabajadora, humilde, sensible, solidaria. Se trataba de hacerle un lugar, el lugar ocupado por los mentirosos, los ñoquis, los arrogantes, los egoístas. Lo pedía a gritos tanta sangre derramada, los amores quebrados, los años de vida perdidos en mazmorras, los dolores inenarrables.

Pero aquí estamos.

"¿Qué nos pasó, cómo ha pasado? ¿Qué traidor nos ha robado la ilusión del corazón?", se pregunta en una canción el argentino Víctor Heredia.

En estos días en que se viene imponiendo la mentira, la solidaridad mal entendida, el espíritu de cuerpo por causas perdidas, los dobles discursos y el accionar político oscuro como noche sin luna, quizás no sea justo contrastarlo solo con los daños materiales, los millones perdidos, dilapidados entre champagne y aviones privados, mientras que en vez de un hombre nuevo vientres de niñas siguen pariendo bebés que inician el partido de la vida con tres goles en contra.

¿Crisis de valores dijo? Desde las alturas no se está dando precisamente el ejemplo.

En estos días en que se buscan subterfugios para tapar un engaño con otro, de pronto, lo mejor para mensurar el daño no es apelar a la calculadora sino a la memoria.

Alguien en algún lugar con acceso a los protagonistas que estos días se roban los titulares debería recordarles a Líber Arce, a Susana, a Gerardo, a los comunistas de la 20.

Alguien tendría que rescatar de la memoria la sangre derramada, los amores rotos, las vidas destrozadas, el exilio, el dolor de Jaime y de tantos miles.

Dejar de lado la discusión sobre los millones y rememorar a Seregni y su ejemplo ético. La biología salvó al general de este espectáculo lamentable que terminaron pariendo aquellos sueños que eran bastantes más nobles.

Alguien en algún lugar debería aunque sea pensarlo: "Vendimos a miles el cuento del hombre nuevo. Muchos entregaron sus vidas. ¿Y en qué terminamos? Defendiendo lo indefendible".

Y quizás, solo quizás pero con intentarlo no se pierde nada, por un momento las acusaciones sin fundamento, la preocupación, los cálculos de dólares y votos, las solidaridades mal entendidas, dejen lugar a la vergüenza; a una vergüenza que caiga a plomo como un diluvio bíblico del que sea imposible guarecerse.

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