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¡Qué Asamblea, la de Uruguay!

El FA que recluta estadios de funcionarios públicos y destruye, a martillazos, la educación social
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11 de septiembre de 2016 a las 05:00
Por Álvaro Diez de Medina, especial para El Observador

Ya parece una tontería hablar de la crisis de cocina vivida por la agrupación oficialista Asamblea Uruguay.

Tiene, lo concedo, algunos ribetes de esa tragicomedia burocrática en que han terminado por convertirse las administraciones frenteamplistas: el desembozado afán depredador del erario; la torpe mendacidad de las explicaciones que terminan por enturbiarla; la zarza de explicaciones contradictorias; el arrebatado apego oficialista por el sigilo de sus prácticas; el reconocimiento de que los cargos públicos siguen siendo meros despojos electorales.

Y, lo reconozco, también habla a las claras del consistente registro del líder de AU y ministro de Economía y Finanzas, Danilo Astori, en cuanto a encontrarse puntualmente rodeado de escandaletes de cabotaje y personajes coincidentemente vinculados a trapisondas de caja chica: casinos sin lucros, maratones mal conciliados, prostíbulos subarrendados, improvisados avalistas nocturnos y, ahora, la sombra de una, o más, apropiaciones indebidas de aportes previsionales.

Con ser la historia elocuente, sin embargo, mal haríamos en detenernos en ella a fin de acusar al ministro de mal tino a la hora de seleccionar compañeros políticos, o de proyectar en él la angurria presupuestal que, a 11 años de instaurado el régimen frenteamplista, ya sabemos que es a lo que se reduce su esencia, su fin y su norte.

Porque, en definitiva, ese no es el legado más pernicioso de Danilo Astori.

Es que, mientras íbamos y veníamos en torno a las figuras del diputado, la secretaria, la compañera sentimental del ministro, el BPS y los secretos ocultos de partidas presupuestales que hace ya muchas décadas dejaron de ser secretos y siguen, impertérritos, cumpliendo sórdidos propósitos, el verdadero rostro de Astori, del régimen frenteamplista, así como el de los azotes de su ideología colectivista asomaban en un mero registro estadístico: la tasa de desempleo del mes de julio alcanzó al 8,6%.

Y este es un dato que brilla con la misma fuerza con la que, si Dios quiere, en una semana nos habremos olvidado, y por siempre, de Jorge Orrico: el desempleo aumentó en julio 1,1% con relación al mes anterior, y 1,6% con relación a julio de 2015.

Y el índice en sí no es lo peor. Lo peor es que, por ejemplo, el ministro de Trabajo, Ernesto Murro, nos informe que este le "llama la atención" (sic). Leyó bien: el asombroso asombro del oficialismo "esperaba otros resultados" (!), y aspira a que los ciudadanos no nos concentremos en el mes de julio pasado, sino en un panorama general, del "largo plazo" en el que, como dijera lord Keynes, todos estaremos muertos.

Las explicaciones meteorológicas de los economistas se emplean, ahora, en la faena de levantarnos el ánimo: el "viento de frente" habría cedido; el 2017 se muestra "más despejado" e, incluso, podría darse un "suave viento de cola". Las del gobierno frenteamplista prefieren la engañifa: esa legendaria tercera planta de celulosa que hará de Macondo una metrópoli.

Y, así como el director técnico del seleccionado nacional de fútbol una vez nos espetara: "me hubiera gustado perder de otra manera", el ministro Murro hoy nos brinda una explicación equivalente al afirmar: "¡Qué macana!".

Solo que no es una macana, sino la ineludible creación del régimen que integra, así como de la gestión económica que encabeza hoy, e inspirara y definiera ayer, Danilo Astori, cubierto bajo el manto extorsivo de que, de no ser por ella, otra peor aún nos acechaba.

Lo que Uruguay no acepta reconocer es que tal "gestión económica" es, en sí misma, otra ficción: apenas una exasperada expansión del gasto, del endeudamiento y del empleo públicos, en la ciega ilusión de que, al socaire de un dólar barato, la plaza consumidora no tendría inconveniente alguno en librar paso a la consolidación de una oligarquía burocrático-sindical, en un final apenas feliz para los militantes, así convertidos en frenéticos celebrantes en torno a las piras funerarias de dinero erigidas por Raúl Sendic.

Nunca llegó eso que se llama "astorismo" a representar otra cosa.
Y las consecuencias que hoy enfrentan tal "astorismo" y, con él, el país, corresponden al estallido de esa burbuja estatista: el momento epifánico en el que, como ocurre con el Don Giovanni de Mozart, nos vemos forzados a compartir la mesa con un indefectible convidado de piedra: el desempleo... y sus previsibles, irreversibles y hondas secuelas.

La puja por inversiones y empleos es, a nivel mundial, una rebatiña sin cuartel y, desde hace ya tiempo, sin reglas. Uno de cada siete trabajadores británicos, por citar un caso, es hoy autónomo, y la revista Forbes anticipa que, para 2020, el 50% de ellos se habrá mudado, aunque sea parcialmente, a la autonomía, en un camino tendencialmente similar al del resto de Europa. De hecho, la OCDE reveló en 2015 que casi la mitad de los empleos creados en el Reino Unido desde 1995 fueron temporales, parciales o autónomos: es la economía "de toque" (gig economy), sobre la que ya se alerta: el "precariato".

Tal apenas uno de los síntomas y desafíos que se atisban en el horizonte: sumémosle el fin de la familia nuclear, el envejecimiento de la población, los desafíos de una educación que cada día será más un proceso permanente antes que una fase, el desequilibrio entre derechos reconocidos y restricciones regulatorias, la migración del talento y el futuro luce, con cada día, más inquietante.
De todas estas amenazas es de lo que el frenteamplismo en general, y el astorismo en particular, no solamente no nos ha protegido, sino a las que nos ha dejado irremediable y entusiastamente expuestos: desnudos y desarmados frente al ciclón de la globalización. Como las inundaciones de 1959, Danilo Astori está llamado a ser un trágico recuerdo icónico de Uruguay.

La enfermedad que así transmitirá esta generación al porvenir es la que ese frenteamplismo contagia al destruir empleos a razón de 20 mil por semestre, al tiempo que recluta estadios de funcionarios públicos y destruye, a martillazos, la convivialidad y educación social que, hasta hace poco, era lo también poco que nos hacía sentir bien frente al resto del mundo.

Y todo ello en la ensoñación de que tal esquema Ponzi podría sostenerse en el tiempo y gracias a la droga del clientelismo.

La mitología que el frenteamplismo construyera a fin de sustentar esta pulsión suicida ha entrado en irreversible decadencia. Tantos libros, leyendas, aulas, "investigaciones", "memorias" y "rescates" no habrán servido para nada, y ya se insinúa en lontananza lo que viene: ensayar la explicación de que, al fin y al cabo, lo que se testimoniara aquí en todo su horror, inepcia e improvisación no era, en realidad, "de izquierda" (Hoenir Sarthou, "El hombre nuevo", semanario Voces, 8/9/16).

Se trata, empero, de una explicación que deberá aguardar a por otra generación a fin de conjurar el engaño: porque lo que hemos testimoniado estos años, y así se defendiera con las uñas y dientes de toda sinrazón y encono, es la pesadilla que el orbe todo conoce como la "izquierda": ese cementerio en el que solo merodean las grises pesadillas a las que nos exiliara Danilo Astori.

Ante tal sismo, pues, ¿a quién le puede, importar la segunda jubilación de la secretaria de Jorge Orrico? l

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