Gabriel Pereyra

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Que se maten entre ellos

El fenómeno del sicariato y la ignorancia de una sociedad atemorizada
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31 de marzo de 2017 a las 05:00
En pocas horas dos hombres jóvenes, uno de 18 años y el otro de 20, fueron ejecutados con métodos similares: dos hombres en moto, amparada su identidad en el casco de protección, uno de ellos baja y sin miramientos le pega un tiro en la cabeza. No parecen profesionales ya que el código mafioso recomienda dos tiros.

En otros casos la huella del sicariato, este fenómeno de asesinos a sueldo que se ha instalado en el país, es más grosera. Hace unos días el muerto terminó con 13 balas en el cuerpo, pero se han registrado casos de hasta 60 balazos.

Son grupos, a veces de base familiar, que se disputan el territorio. El sueldo por cada asesinato puede rondar los 3 mil pesos o quizás menos.

"En 1997 dije que en Uruguay no había sicariato porque no se encontró la oferta con la demanda y hoy tengo una mala noticia: la oferta se encontró con la demanda", expresó en junio de 2015 al programa En la mira de VTV el fiscal de Corte Jorge Díaz.

En la periferia de la ciudad se vive una situación de violencia no siempre conocida y que por poco no tiene que envidiarle a lo que ocurre en México, donde circulan videos con decapitaciones y desollamientos. No es una exageración.

La Policía duda de cuántas personas están realmente desaparecidas y sus familiares temen denunciarlo. En 2015 dos jóvenes que estaban secuestrados fueron encontrados por la Policía antes de que sus captores los hicieran desaparecer definitivamente. Los cadáveres ya habían sido descuartizados, incinerados y enterrados.

Hay secuestros que no se denuncian y que a veces se pagan con droga. En ocasiones, este narco lumpen que se abonó en las cárceles y floreció en zonas marginales, obtiene la mercancía robándosela a una banda rival. No hay que ser muy imaginativo para saber qué sigue a eso.

¿Cómo reacciona la sociedad ante esta escoria?

La oposición política puso en su momento en duda el argumento de que había ajustes de cuentas porque, decían algunos de sus integrantes, era una forma de que el Ministerio del Interior justificara su inoperancia para aclarar crímenes.

Y abundan las opiniones de quienes sostienen que es mejor que los chorros se maten entre ellos. Además de bestial, es una ignorancia descomunal sobre lo que implica este fenómeno para las sociedades.

El sicariato alienta la impunidad. Por eso de un histórico 80% de aclaración de homicidios se pasó a este 60% de hoy. Y esa impunidad los hace sentir fuertes.
De allí a que esa violencia derrame hacia el resto de la sociedad integrada, hay un paso. O medio.

Así como los narcos estuvieron preparando un atentado con bomba contra un jerarca policial, un día quizás nos desayunarnos con que un juez o un fiscal (que viven amenazados) fue víctima de las balas del narco y empezará el proceso de acostumbramiento al magnicidio, así como nos acostumbramos a secuestros que no se denuncian, a cadáveres con 60 orificios, a personas desaparecidas en democracia. Impunidad que mina las bases del Estado de Derecho.

Nadie puede despreciar las rapiñas o los hurtos, pero es el crimen organizado el que pone en jaque a los Estados.

Todo indica que las fórmulas aplicadas hasta ahora de correr de atrás los hechos, penarlos cada vez con más severidad y encerrar a los delincuentes en cárceles del medioevo, no han dado resultados.

Las edades y vidas de los sicarios que dejan cadáveres jóvenes y se van jóvenes de esta vida, revelan problemas sociales que no siempre vinculamos a la delincuencia.

Una primera infancia plagada de carencias cuando no de violencia directa infligida por sus mayores, y luego la deserción de un sistema educativo que no ofrece ninguna esperanza, un mundo gris donde son uno en un montón que a casi nadie importan, contra la oferta de pertenencia a una banda, con un arma a la cintura, plata en el bolsillo y licencia para matar. Claro que hay miles de jóvenes que no eligen ese camino, pero los que lo eligen son un problema lo suficientemente importante como para intentar desactivarlo antes de que estalle, algo que no ha podido hacer una sociedad a la que estos fenómenos sumen tanto en el miedo como en la ignorancia de festejar que les pase a otros, a los malos, sin darse cuenta de que con cada muerte se fractura un poco más la rama en la que todos estamos parados.

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