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¿Quién fue Santa Rosa, la supuesta responsable de la tormenta que azotó a Uruguay esta semana?

Se trata de una peruana con fe que “venció” a los holandeses
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29 de agosto de 2014 a las 17:57

Francisco Pizarro fundó Lima en 1535 bajo el nombre de Ciudad de los Reyes y pretendía (el tiempo le dio la razón) que fuera la capital de un vasto reino americano que podría rivalizar en riquezas con cualquiera del mundo. La importancia que adquirió Lima a partir de entonces solo creció a lo largo del siglo XVI, conjuntamente con su puerto de El Callao.

Para comienzos del siglo XVII, la ciudad de Lima tenía unos 30 mil habitantes, era sin lugar a dudas la primera ciudad de América en población y en importancia, el auténtico punto neurálgico de la dominación española en el llamado Nuevo Mundo, y en ella convivía una sociedad diversa, compuesta por las clases altas terratenientes, las clases militares y los religiosos, que componían el conjunto de quienes detentaban el poder. Luego, para abajo, había una enormidad de escalones entre comerciantes y artistas, soldados y campesinos, hasta llegar a los esclavos, negros, indios y mestizos.

Una ciudad con tanta riqueza fluyendo desde las minas andinas hacia el mar, para luego embarcarlas hacia España, era motivo de desvelo de múltiples navegantes de naciones enemigas que pretendían tanto establecer bases sólidas en América del Sur como botines para sus coronas y sus hombres ávidos. Así, fue común por esos siglos que en esa zona del océano Pacífico pulularan todo tipo de piratas y de flotas extranjeras que buscaron tomar buques en alta mar y también desembarcar en la costa y avanzar sobre la gran capital de lo que siglos después se llamará Perú.

Uno de estos intentos se produjo en 1615 por parte de una flota holandesa. Por entonces, no era Inglaterra la reina absoluta de los mares, sino la pequeña nación holandesa, un reino protestante enclavado entre Francia y los estados alemanes con una extendida clase de excelentes navegantes y hábiles comerciantes. Desde los puertos de Ámsterdam, Róterdam y Amberes, los holandeses establecieron lejanas pero muy productivas conexiones con India, Ceilán y sobre todo con las islas de la actual Indonesia. Haciendo uso y abuso del pasaje interoceánico descubierto por Magallanes, los holandeses entraban y salían del Atlántico y del Pacífico como y cuando querían.

En 1615, los limeños divisaron desde sus altos acantilados a un grupo de buques de guerra holandeses que se acercaba a la costa con cara de pocos amigos. El terror en la población fue tal que muchos huyeron a las montañas cercanas. Dentro de la ciudad, mientras algunos tomaban acciones para la defensa material, otras apostaron a los poderes sobrenaturales.

Una monja en particular, de nombre Isabel Flores pero bautizada dentro de la iglesia como Rosa, reunió a muchas mujeres dentro del convento Nuestra Señora del Rosario. Allí las religiosas se hincaron a orar con toda su fuerza para que el Dios católico salvara a la ciudad en peligro y expulsara a los infieles que venían a saquear y a conquistarlos.

El desembarco holandés sí se produjo, pero antes de que pudieran tomar la ciudad se desencadenó una fuerte tormenta y el comandante de esa tropa murió de forma misteriosa. Sus lugartenientes, sin poder responder de forma coordinada, debieron retirarse. Por este milagro la ciudad quedaba a salvo. Para los limeños la única razón de esto eran los ruegos de Rosa de Lima.

El papa Clemente la declara santa en 1671 y su fecha de recuerdo sucede cada 30 de agosto. Fue la primera santa americana y del hemisferio sur.

Desde entonces la costumbre es llamar en su honor el temporal que ocurre cada año entre finales de agosto y principios de setiembre, aunque solo en algunos casos sucede exactamente en el día 30. Hay que escuchar bien en los vientos de estos días, a ver si detrás de su ulular se escuchan, desde el fondo del tiempo, los quejidos de aquellos holandeses que teniendo un tesoro al alcance de la mano no pudieron robarlo.

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