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Quince minutos de gloria

Un paro general, cómo marcar perfil y las formas de asumir el fin del auge económico
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16 de julio de 2016 a las 05:00
El paro general del jueves, un éxito para el movimiento sindical, fue una demostración de fuerza y otra consecuencia de la división ideológica del gobernante Frente Amplio, que propone maneras diferentes de enfrentar el fin del largo ciclo de auge económico.

Las discrepancias no sólo refieren al salario o al empleo: la batalla se libra en torno a casi cada opción socio-económica, desde la enseñanza pública al comercio exterior.

El año pasado los sindicatos, respaldados por sectores del gobierno, doblegaron la voluntad del presidente Tabaré Vázquez de obligar a trabajar a los docentes, tras decretar la "esencialidad" de la enseñanza pública. Ahora los sindicatos desean quebrar la prudencia del gobierno en los Consejos de Salarios y en la Rendición de Cuentas.

En el Ministerio de Economía creen que aumentar la presión fiscal estimulará la recesión que está al acecho. Desplumar la gallina en exceso puede matarla. Pero otros sectores de la izquierda creen que la solución es más gasto público y nuevos impuestos: un gordo viejo que corre con estimulantes.

El gobierno sabe que tarde o temprano habrá más devaluación de la moneda y más deuda pública para tapar agujeros. Pretende acotar los aumentos salariales pues teme un mayor desempleo, que ya pasó del 6% al 8%. Pero los sindicatos, que vislumbran una pérdida de salario real, están obligados a defender a quienes tiene empleo, no a los desempleados, que no votan en las asambleas ni cotizan.

Los sindicatos levantaron vuelo durante los gobiernos del Frente Amplio gracias a estímulos legales y a la restauración de los Consejos de Salarios. La sindicalización, que caía sin pausa desde la apertura democrática, trepó hasta más del 20% de los trabajadores, especialmente en el sector público y en la industria.

Su apogeo se registró probablemente durante el gobierno de José Mujica. Después su prestigio y las afiliaciones decayeron. Buena parte de la sociedad, desde el sector privado a los cuentapropistas, no se siente representada. Otros objetan las luchas político-partidarias en su interior, el discurso simplón y el "seguidismo" del gobierno.

Un estudio divulgado en 2014 mostró que sólo el 26% de los uruguayos confiaba en los sindicatos, muy por debajo de otras instituciones. Pero si su credibilidad es limitada, la central sindical mantiene intacta su capacidad de bloqueo, como demostró de nuevo este jueves.

Militantes disciplinados paralizan el Estado y el transporte público, y el resto cae por añadidura.

Los dirigentes sindicales siempre respondieron a partidos, desde los viejos anarquistas del 900 a los comunistas que han predominado desde la década de 1950. A partir de 1990, cuando el Frente Amplio ganó la Intendencia de Montevideo, la actividad sindical se convirtió además en trampolín político masivo. Según estimaciones del PIT-CNT, en 2010 unos 150 dirigentes sindicales se habían pasado a filas del gobierno. El peso de los sindicatos en la gestión de las empresas y organismos públicos es enorme. Muchos advierten sobre el riesgo de la "peronización": sindicatos como extensión de la burocracia y abiertos a la corrupción. El caso Alfredo Silva no será el último.

En ocho días hay elecciones internas en el Frente Amplio con candidaturas múltiples. Algunos legisladores oficialistas coquetearon con el paro opositor. Es esquizofrenia y oportunismo. Ahora parece fácil sacar patente de guapo enfrentando al ministro Danilo Astori, cuya estrella decae.

Las competencias personales alimentan los conflictos. "La fusión entre la egolatría y el trabajo por los demás, bien trenzada, hace un dirigente sindical", satirizó Fernando Pereira, actual presidente del PIT-CNT, en una entrevista de 2009 con Gerardo Tagliaferro.

El movimiento sindical arrastra las diferencias ideológicas entre los comunistas y la vieja "tendencia", y un amplio arco de facciones intermedios. Los sectores que en general respaldan la línea del gobierno temen regalar espacios a los más radicales, que reivindican la "independencia de clase". Ello explica la ambigüedad de los comunistas, cuya división empujó el primer paro general contra el gobierno de la izquierda, realizado en agosto de 2008.

La colaboración con el gobierno plantea grandes riesgos. Algunos "ultras" desbordan a la central por izquierda. El fenómeno puede extenderse. En el Parlamento ya hay un legislador de Unidad Popular, quien repite el discurso de los años 60, cargado de tópicos, y hace sonrojar a los frenteamplistas de antigua cepa.

"Vamos hacia el socialismo", sostuvo Fernando Pereira, un hombre en general moderado. Es una idea que nadie sabe bien qué es y que la mayoría de los ciudadanos rechaza, pero que inflama los corazones de los feligreses que día a día sostienen las banderas.

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