En la casa de Alberto Sorhuet y Sandra Coytinho todo habla de Raincoop. Banderines colgados en el ropero del cuarto, fotos de ómnibus azules y una medalla de 2011 por "cero
accidentes" cuentan parte de la historia que la pareja vivió en las últimas dos décadas, cuando decidieron comprar una participación en la cooperativa de transporte.
En 1995 ser socio de Raincoop implicaba una inversión de US$ 18 mil, que era la participación más barata en comparación con el resto de las
cooperativas. Sorhuet consiguió parte del dinero con el incentivo que recibió al irse de la
Administración Nacional de Puertos, donde trabajaba hasta ese momento, y el resto –unos US$ 7 mil– lo fue pagando con "dobletes", jornadas de 16 horas arriba del ómnibus. El tiempo que acumuló recorriendo Montevideo ida y vuelta hizo que, 21 años más tarde, la posibilidad real de que los coches azules desaparezcan de la calle los paralice.
"Los niños aprenden a decir mamá, papá y después Raincoop", ilustra Coytinho en un intento de explicar qué tan fuerte es el vínculo de los socios con la empresa de transporte.
Arriba del coche los trabajadores pasan la vida: se cruzan con más de 400 personas a diario durante años, ven caras de todo tipo, se exponen a siniestros de tránsito, presencian muertes de pasajeros de forma inesperada mientras trabajan y en algunos casos extremos hasta terminan muertos ellos. Sorhuet y Coytinho recorren kilómetros de anécdotas mientras intentan dilucidar en dónde terminará todo eso que pasaron.
Luego de la asamblea del domingo 24, los socios de la cooperativa decidieron por mayoría iniciar un proceso de absorción y que Ucot, Coetc y Come empiecen a operar las líneas que por ahora tiene a cargo Raincoop. En ese caso también deberán integrar a todos los socios de la cooperativa.
"Hay que estar bien de cabeza"
Sorhuet empezó como guarda en la línea 2, que conecta Malvín con el Hospital Saint Bois, pero como en ese momento Raincoop tenía turnos rotativos, con el tiempo tuvo que aprenderse todos los recorridos de la cooperativa. Asegura que en 20 años solo participó de tres siniestros y resalta con orgullo que en ninguno fue su culpa. Lo chocó una moto, un auto que se dio a la fuga y la última vez atropelló a un hombre borracho que intentó cruzar en la mitad de 18 de Julio.
En 1999 estaba llegando a Saint Bois cuando empezó a acomodar los boletos para la jornada siguiente. De repente sintió algo frío en el cuello. "No me jodas", respondió, y pegó un manotazo pensando que era su compañero de trabajo. En realidad esa terminó siendo la primera rapiña a la que se enfrentó: mientras los apuntaban con armas, dos hombres se hicieron con la recaudación del día. Fue un episodio violento, pero pasó por momentos peores.
El 2004 le quedó marcado con lágrimas, cuando a su amigo, Edward Cal, lo mataron de un disparo en la cabeza. Su cuerpo apareció recostado en el pasillo del ómnibus que conducía, la línea 221 que llega hasta Solymar. "Tenés que estar muy bien de cabeza para este trabajo", reflexiona.
Los trabajadores empiezan como guardas, luego pasan a ser conductores y por último se convierten en conductores cobradores, que genera más dinero pero también más estrés. Según Sorhuet, que se desempeñó en los tres puestos y que se jubiló al cumplir 58 años en 2015, los conductores que pasan a ser también cobradores reciben 30% más de sueldo, aunque por lo general ese dinero se termina gastando en pastillas: contracturas, dolores de espalda, estrés o problemas al corazón son las dolencias más frecuentes.
Los colores
En las cooperativas de transporte, el vínculo familiar es casi parte de su ADN. Sandra Coytinho, la esposa de Sorhuet, recuerda que tenía cuatro años y jugaba a que manejaba ómnibus sentada en la falda de su tío. Su padre y él fueron los primeros en incursionar en el rubro.
Primero fue su padre, Juan Coytinho, que hace más de 50 años era empleado de Administración Municipal de Transportes Colectivos de Montevideo (Amdet). Cuando la empresa se disolvió en 1975 se formaron tres cooperativas de transporte que, como no tenían plata para repintar los coches, agregaron una línea a la azul que ya tenía la empresa: Cotsur le sumó el amarillo, Raincoop el blanco y Cooptrol el rojo.
Esta última era la que operaba trolebuses y, como su padre era electricista, decidió incorporarse a su equipo de cooperativistas.
Trabaje sin cobrar
Cuando Coytinho y Sorhuet se integraron a la cooperativa el negocio sonaba redondo. Antes, invertir en una cooperativa era sinónimo de "sueldos altos", acceder a casas y a autos cero kilómetro y sin la necesidad de que las mujeres salieran a trabajar. "Era una vida decorosa", recuerda la mujer. Pero 20 años más tarde, lejos de aumentar su valor, Raincoop está a punto de desaparecer.
La participación de los cooperativistas hoy tiene un precio casi similar que el que pagó Sorhuet cuando empezó. Pero venderla es casi imposible. Los socios no cobran sus sueldos desde mediados de enero y donan parte de sus jornales a la cooperativa para cumplir con al menos algunos de sus horarios. "¿Quién va a querer entrar en Raincoop ahora? Oportunidad laboral: trabaje sin cobrar", bromea Coytinho.