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Reciclaje en Alemania

Cobrar por las bolsas de plástico, vetar la compra de máquinas de café con cápsulas y clasificar los residuos por colores son algunas de las medidas que emplea Alemania para incentivar el reciclaje y convertirse en un modelo a seguir
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28 de octubre de 2016 a las 05:00

¿Cuántas bolsas tomarías en el supermercado si tuvieras que pagar por cada una? ¿Cuántas comprarías si supieras que tardan unos 400 años en degradarse? ¿Cuántas descartarías si entendieras que cada año mueren un millón y medio de animales en el mar a causa de desechos plásticos?

Por Elisa Tuyaré

Una de las primeras cosas que aprendí al llegar a Berlín por motivos de estudio fue a llevar en la cartera una bolsa de tela para hacer las compras. Y es que ningún supermercado o tienda proporciona bolsas de plástico gratuitas. La persona tiene que abonar por cada una entre 0,05 y 0,20 euros (unos 1,5 y 6,3 pesos uruguayos); el precio varía conforme al tamaño y grosor. Al comienzo, acostumbrada al funcionamiento uruguayo, pagaba pocos centavos por obtenerlas. No es fácil cambiar el hábito y prescindir de ellas por sus características: ligeras, resistentes y baratas. No obstante, como contrapartida, son muy nocivas para el medioambiente.

La intención humana de mejorar la calidad de vida provoca daños irremediables en el ecosistema ambiental. A pesar de la importancia global de esta situación, aún son pocas las naciones que impulsan políticas serias para minimizar la contaminación y aprovechar los recursos existentes. Alemania es una de ellas. Según los últimos datos difundidos por la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA), el país germano se posiciona como el segundo que más recicla en Europa con una tasa de 62%, cifra que solo supera Austria por un punto.

Para entender la importancia de prescindir de las bolsas de plástico hay que saber que por año se fabrican 600.000 millones en todo el mundo. La materia prima es el petróleo y se requiere el 4% de todo el crudo mundial para producir esta cantidad. Este proceso, más su transportación, es responsable de la emisión de 60 millones de toneladas de dióxido de carbono. ¿Vale la pena la contaminación que genera un objeto que se usa en promedio 25 minutos y cuyo 90% del total va a parar en la basura? Los alemanes creen que no.

En la actualidad, se estima que cada ciudadano germano usa un promedio anual de 71 bolsas de plástico, número que quiere reducir de forma drástica para alcanzar la directiva impuesta por la Unión Europea (EU). Esta establece que en 2025 se limitará el consumo anual de este elemento a un máximo de 40 per cápita. Si bien el país está lejos aún de alcanzar ese objetivo, el uso de bolsas está significativamente por debajo del promedio europeo que ascendía a 198 en 2010.

Para alcanzar la meta, el Ministerio de Medioambiente y la Asociación de Comercio Minorista Alemán (HDE) suscribieron un acuerdo voluntario, en el cual los comercios se comprometieron a cobrar a sus clientes las bolsas de plástico con un grosor superior a los 50 micrómetros a partir del 1º de julio de 2016. Se excluyen las bolsas más finas que suelen ser usadas para guardar la verdura y la fruta.

Hoy, luego de vivir por más de un año en la capital alemana, ya soy una locataria más; sustituí mi cartera de cuero por bolsas de tela con los diseños más diversos y en las que guardo tanto mi billetera como mis compras. Si adquiero pocos artículos, los llevo en la mano. Por extraño que suene, en Berlín es habitual ver caminar por la calle a una persona con un litro de aceite, fideos o cualquier otro producto bajo el brazo. Y no, nadie se da vuelta a mirarla.

Basura de colores

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La desestimulación del uso de la bolsa de plástico y reciclar las actuales es solo la punta del iceberg de las medidas que emplea el país en materia de reciclaje. A estos esfuerzos hay que sumarle un exhaustivo sistema de clasificación para aprovechar al máximo lo existente.

Contenedores de color azul, amarillo, marrón, negro... Recuerdo mis primeros días en el país en los que miraba los dibujos explicativos que tiene cada tacho para entender en cuál debía desechar la basura. En todo hogar o edificio hay contenedores que se diferencian por colores. El amarillo se utiliza para reciclar embalajes sencillos y productos del hogar compuestos de plástico o aluminio. Aquí se desechan los envases de cartón tetra brik, los recipientes de plásticos y en teoría también las botellas. No obstante, para estas existe un sistema de retorno en los supermercados (ver recuadro).

El azul es para papeles, diarios, revistas y cartón. El marrón es para los desperdicios orgánicos, como las sobras de comida. Por último, el negro es el contenedor de los restos, es decir, todo lo que no clasifica en las categorías mencionadas. También hay tachos para vidrio que se separan en transparente, verde o marrón. Por otro lado, existen lugares específicos para llevar ropa, aparatos electrónicos y muebles en desuso.

Desde fines de los años de 1980 y principios de los de 1990, se introdujo un sistema de recogida selectiva de residuos que se fue expandiendo de forma gradual. Con los años, la tasa de reciclaje se incrementó y hoy alcanza números muy elevados. Toda empresa o particular debe separar sus residuos. Aunque solo es obligatorio hacerlo con los desechos orgánicos e inorgánicos, se deben respetar las clasificaciones y no tirar un objeto en la basura equivocada. Para que todo este sistema funcione, uno debe pagar anualmente una baja cuota, que depende de las ciudades y viviendas, que muchas veces suele estar incluida en el alquiler.

Desde el jardín se les enseña a los niños y niñas a reciclar y, por más que pueda parecer un proceso exhaustivo y hasta exagerado, la realidad es que se convierte en una tarea sencilla y la mayoría de la población clasifica todos los materiales.

Uno de los aspectos que más me llamó la atención del sistema es que muchos complejos de edificios tienen sus contenedores con candados o en un área restringida cerrada con llave. Al consultar con mis amigos, me explicaron que funciona así para que personas ajenas no tiren su basura en el lugar que no les corresponde. Esto garantiza dos aspectos. Por un lado, que cada uno clasifique de forma responsable. En el caso de que una persona tire papeles en el contenedor de plástico y los encargados de recogerla la identifiquen, la persona recibe una multa. Por otro lado, porque la municipalidad calcula un promedio de generación de residuos por inquilino. En el caso de que por motivos de mudanza o limpieza se requiera desechar más cantidad de un mismo material, se solicita otro contenedor. Para ello se abona un extra.

Según el vocero del Departamento de Medioambiente y Energía de Hamburgo, Jan Dube, la motivación por la recogida selectiva no es consistentemente fuerte y, por lo tanto, debe ser solicitada en varias ocasiones, por lo que se realizan con frecuencia campañas de publicidad para concientizar y alentar a efectuar de forma correcta el reciclaje. En este punto recalcó la importancia de sensibilizar a los consumidores en crecimiento, es decir, en jardines de infantes y escuelas. Además, efectuó una división entre los ciudadanos de grandes ciudades y el pueblerino. "En los condados con viviendas familiares individuales y en las zonas exteriores de las grandes ciudades, la motivación de la población es mayor y se alcanzan tasas de reciclaje superiores", explicó Dube. A pesar de su alta tasa de reciclaje en comparación con el resto de las naciones, al representante no le parece suficiente y considera que aun se puede expandir más.

Comprar el producto, no el packaging

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Un supermercado donde uno puede elegir las cantidades exactas que desea de un ingrediente, donde no hay empaques que impidan ver la calidad del producto y en el que uno puede comprar sin generar un basurero de envases en los hogares o dañar el medioambiente parece irreal o al menos de la época de nuestros bisabuelos. Sin embargo, así funciona Original Unverpackt, el primer supermercado en el mundo que le declara la guerra al packaging.

En 2014, Original Unverpackt abrió sus puertas en Berlín bajo el concepto de vender todos los productos a granel, sin generar desperdicios. No es fácil de reconocer el lugar, no tiene ninguna marquesina que anuncie al visitante que arribó. En mi caso, pasé dos veces por delante sin darme cuenta y tuve que encender el GPS del celular para encontrar su ubicación exacta.

Delante del local visualicé que el ventanal, de unos dos metros cuadrados, oficiaba de cartel. Escrito a mano se lee Original Unverpackt, el nombre del supermercado, cuya traducción al español sería "original sin embalaje". Al ingresar, había varias personas sacando fotos de la tienda. Una empleada se acercó a una pareja para preguntar su fin. "Pueden tomar las fotos que quieran, pero agradeceríamos que compren algo, porque esto no es un museo", explicó a los chicos de buena manera, luego de oír su respuesta. Y es que el local ya es conocido en el mundo y muchos turistas van a visitarlo. Su funcionamiento es muy sencillo, uno va con su táper u otros envases, le pone un código con su peso y comienza a elegir los ingredientes que quiere comprar. En el caso de ir sin frascos, los puede comprar ahí mismo.

Esta modalidad, que retoma las costumbres de antaño, tiene varios beneficios, como evitar dejarse engañar por un embalaje hermoso. De hecho, no hay gran variedad de un mismo producto, ya que consideran que tener una sola mercadería, de buena calidad es suficiente. A su vez, uno compra solo la cantidad que va a consumir. Esto es una ventaja, en especial, para las personas que viven solas, que muchas veces tienen que desechar un producto por comercializarse con medidas superiores a las que consumen. En este establecimiento comprar 300 mililitros de leche o 720, es posible. Por último, favorece el cuidado del medioambiente y desalienta la contaminación. Original Unverpackt se hizo realidad con la ayuda del sitio de crowdfunding Startnext. La startup necesitaba 61.000 dólares para poner en marcha el primer local en Berlín. Alcanzó y superó la meta a las tres semanas, obteniendo un total de 124.000 dólares.

Responsabilidad ante comodidad

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Mientras en Uruguay las máquinas de café que funcionan con cápsulas son furor, Alemania las prohíbe. A partir de enero de este año, el gobierno de la ciudad de Hamburgo vetó el uso de este tipo de cafeteras en los edificios institucionales. Chocolate caliente, capuchino, ristretto... estas máquinas ofrecen una infinidad de sabores. En pocos segundos uno logra el café perfecto sin más esfuerzo que depositar una cápsula y esperar que la máquina haga su magia. Su sencillez y variedad la hacen muy atractiva y, por ende, muy popular. Se estima que uno de cada ocho cafés vendidos en Alemania es a través de este tipo de cafeteras.

No obstante, este producto es muy contaminante y difícilmente reciclable por funcionar con cápsulas que se componen de una mezcla de plásticos y aluminio. Por esta razón, el gobierno de la ciudad portuaria prohibió la compra de ciertos productos contaminantes con dinero de los contribuyentes. Un informe que difundió el gobierno de Hamburgo establece el veto de la compra de "aparatos de bebidas calientes en los que se utilizan envases monodosis". "Estos envases provocan un consumo de recursos y generan residuos innecesarios y que con frecuencia contienen aluminio contaminante", señaló el documento. El portavoz del Departamento de Medioambiente y Energía de Hamburgo aseguró que "la razón es el balance ambiental negativo que genera el proceso, en especial el alto nivel de basura por kilo de granos de café". Este tipo de recipientes contiene 6 gramos de café y 3 gramos de envase.

Una de las máquinas más populares es Nespresso, de la compañía Nestlé. La empresa tiene su propio programa de reciclaje, en el que recoge las cápsulas usadas para su reutilización. Al día de hoy afirman reciclar más del 80% de los empaques usados y pretenden alcanzar la totalidad en 2020. En América Latina, solo Brasil cuenta con centros de recolección, por ende, Uruguay aún no está dentro del programa.

La medida de prohibir la compra de máquinas de cápsulas en Hamburgo no tuvo grandes críticas por parte de la población, por el contrario, sí aplausos. Habrá que esperar a ver si esta iniciativa, juntos a las otras mencionadas, se extienden por todo el territorio alemán y el mundo.

Todo envase es retornable

En Alemania, al comprar una bebida envasada en botella de plástico, vidrio o en lata se paga un depósito de entre 0,08 y 0,25 euros (unos 2,5 y 8 pesos uruguayos, respectivamente). Este sistema, denominado Pfand, no es desconocido para el uruguayo. No obstante, la diferencia está en que en el país europeo todos los envases son retornables. El depósito a pagar no es tan elevado, pero si se tiene en cuenta que una Coca Cola de un litro cuesta 0,99 euros (unos 32 pesos), la bebida se encarece 25%.

Uno no los tira, los guarda hasta contar con un número considerable y los lleva al supermercado, donde se colocan en las máquinas recolectoras. Al finalizar, se imprime un tique para canjear por dinero o descuento en la compra. Este proceso se utiliza también en los bares y en las fiestas, donde cobran una fianza que se recupera al devolver la botella.

Como ya se sabe, Alemania es el país de la cerveza. Los habitantes consumen esta bebida como si fuese agua y con frecuencia en plazas o parques. Esto ocasiona que muchos envases queden en la vía pública, al costado de los contenedores. Debido a su alto costo, las personas de bajos recursos los juntan para obtener alguna ganancia y ofician, de cierta manera, de limpiadores de la ciudad. Con este sistema se logra reciclar de forma más pura los envases, ya que no están en contacto con el resto de la basura. Esto facilita su proceso de retorno al mercado y prolonga su vida útil.

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