La fotógrafa Annie Leibowitz retrata a Woodward, Bernstein y Bradlee en las oficinas del periódico

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Robert Redford revisa a Todos los hombres del presidente

El actor y director regresa al pasado para revolver los recuerdos de Watergate, al mismo tiempo que ofrece una mirada actualizada de uno de los episodios más importantes del periodismo
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19 de abril de 2013 a las 20:42

En las oficinas del Washington Post, mirar un documental de dos horas sobre cómo los reporteros Bob Woodward y Carl Bernstein persiguieron la historia de Watergate es tan atractivo como llevar el auto al mecánico para que le cambien las cubiertas.

Sin embargo aquí me hallo, totalmente absorbido por Todos los hombres del presidente, revisada, una nueva producción del director y narrador Robert Redford.

Él y su equipo manejan con estilo lo que un sinfín de think tanks y debates sobre periodismo intentaron hacer: revolver la memoria de los jugadores más importantes y utilizar sus conocidas anécdotas e historias de guerra de una forma que parezca nueva.

Hay que ser sinceros: el caso Watergate desaparece frente a nuestros ojos. Como mero ejemplo: nosotros en 2013 estamos más lejos de los eventos retratados en Todos los hombres del presidente, que de la película Bonnie y Clyde de los personajes reales.

Richard Nixon falleció hace casi 20 años. Mark Felt, el exoficial de FBI que se hizo llamar “Garganta Profunda” y se dio a conocer en 2005, falleció cuatro años atrás. Y mientras que algunas leyendas del Post y ex miembros de la Casa Blanca se dan cita en el film, son los entrevistados más jóvenes los que rectifican con más fuerza este episodio como un hito en la historia política y cultural.

Por ejemplo, el conductor y cómico del The Daily Show, Jon Stewart comparte una de sus imitaciones de Richard Nixon que solía hacer cuando era niño. “Tenía 10 años y ya tenía aprendido a Nixon”, dice Stewart en el film. “Ahora tengo una visión mucho más compleja del hombre y su presidencia. La triste verdad es que creo que Nixon podría adherirse al concepto actual de un demócrata conservador, e incluso en algún nivel, de un radical izquierdista”.

Rachel Maddow, conductora de MSNBC que era un infante durante las audiencias del caso Watergate, ofrece una visión actualizada. “Hoy Richard Nixon es un hombre que, al mirar fotografías suyas incluso en su mejor momento, no puedes creer cómo llegó a ser presidente de los Estados Unidos”.

Fue inteligente de parte de Redford tener en cuenta estas cosas. Pero su documental no es “Watergate para tontos”; él se preocupa tanto por las ramificaciones históricas del caso como también de su impacto en el folclore y la cultura. Aquellos que vivieron durante esos años encontrarán lo que están buscando: un renovado sentimiento de rabia o incluso confusión. Los que nacieron después no sentirán esa sensación similar a ser tratados como un niño.

A lo largo de su narración, Redford, que interpretó a Woodward en la película de Alan J. Pakula de 1976, deja claro que está trabajando sobre varias preguntas: ¿cuál es la resonancia de Watergate? ¿Qué es lo que nosotros recordamos más? ¿Cuál es la diferencia entre el mundo de ahora y el de 1972?

“Estaba impresionado por la determinación de Woodward y Bernstein”, dice Redford a la audiencia. “No hay nada glamoroso en lo que estaban haciendo, pero pensaba que era importante retratar el tedio, el duro trabajo. Y esto, desde el punto de vista del estudio, era poco comercial”.

Parece que los entretelones y las personalidades del periodismo fueron, durante un momento, algo increíblemente sexy. Ahora, Redford y su equipo regresan junto a Woodward, Bernstein y Bradlee a la redacción del quinto piso del antiguo edificio, que ahora está en venta, y que probablemente sea demolido.

La fotógrafa de Vanity Fair, Annie Leibowitz, los retrata mientras que las cámaras del canal Discovery documentan cómo una redacción llena de periodistas miran a estos famosos con una mezcla de admiración y agotamiento (¿otra vez Watergate?).

“Es pavorosamente silencioso aquí”, observa Bernstein, registrando una redacción remodelada y centrada en una isla de pantallas de alta definición. El traqueteo de las máquinas de escribir es un mero recuerdo, al igual que la posibilidad de fumar en cadena, como lo solía hacer Bernstein. “¿Por qué todo tuvo que cambiar?”, bromea Woodward.

En lugar de revelar los antiguos momentos de gloria de un periódico, Todos los hombres del presidente, revisitada se cuestiona algo importante: si un comité para la reelección del presidente autorizara la irrupción a la oficina de otro partido, ¿cómo se hubiese desarrollado la historia hoy? ¿Cómo hubiese sido reportada? ¿Cómo terminaría?

Marcus Brauchli, editor ejecutivo del Washington Post a cargo en el momento que aparece el equipo de filmación, ofrece una respuesta elocuente sobre el paisaje actual de los medios y por qué las cosas jamás volverían a ser como antes.

Lo que tomó a Woodward y Bernstein (y otros medios y abogados) semanas y meses fue recolectar cada una de las piezas. Hoy esto podría resolverse en un día o dos. El trabajo se desarrollaría en estos mismos cubículos que Bernstein encuentra tan silenciosos, mientras nerds con auriculares se sumergen en las profundidades de los bancos de datos. El “tedio y el duro trabajo”, que Redford admiraba de los años 1970 se mantiene pero en otro de los rubros que está en ascenso: la verificación de datos.

El film se detiene en esto sin transformarse en un documental ambivalente sobre el futuro de las noticias. Por lo contrario, observa la tragedia épica en la que Nixon se transformó.

Para el momento en que la grabación incriminatoria hace caer al presidente, el film lucha por mantener una distancia artística que tan perfectamente estableció durante dos horas. “El Nixon real aparece en esas cintas”, dice Bernstein. “Es un mapa de su mente, de su presidencia”.

Este proyecto parece entender que, cuando se trata de Watergate, hay algo de él que permanece ligado en lo personal y no solo para la gente que lo vivió de primera mano. Vivimos –y prosperamos– en el cráter que dejó tras de sí.

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